¿Agroindustrialidad o agroecología?

Por  Víctor M. Toledo
agroecología
Regeneración, 18 de agosto del 2015.-Justo dentro de dos semanas la ciudad de México será escenario de un acto estelar de enorme trascendencia. Durante tres días cerca de 50 investigadores, expertos, representantes de organizaciones internacionales y de oficinas públicas y organizaciones sociales del campo, procedentes de 18 países debatirán acerca del dilema alimentario que hoy se ha hecho evidente en todo el mundo. Se trata del Encuentro Internacional sobre Economía Campesina y Agroecología que organiza la Asociación Nacional de Empresas Comercializadoras de Productores del Campo (ANEC), junto con otras instituciones, fundaciones y universidades, y que pondrá en el centro de la discusión temas como el diálogo de saberes, las políticas públicas, los movimientos sociales, el cambio climático y la agricultura urbana (ver: www.anec.org.mx). El encuentro resulta relevante porque, a diferencia de otros congresos, en este caso el debate llevará como marco y eje el dilema entre el modelo agroindustrial y el modelo agroecológico de producción, circulación y consumo de alimentos. El primero es impulsado por las políticas neoliberales y su motor explícito o implícito son los agronegocios. El segundo surge desde hace unas tres décadas como una alternativa científica y social de carácter emancipador y ha tenido una enorme difusión e influencia en Latinoamérica, a tal punto que puede hablarse de una revolución agroecológica en la región (https://goo.gl/BrKDyi )

Esta plataforma para la discusión tiene como antecedentes dos descubrimientos (y reconocimientos) cruciales de la FAO, que ponen en tela de juicio tesis mantenidas durante décadas. A partir de estadísticas globales y de los resultados de investigaciones científicas pertinentes y críticas, la FAO vino a mostrar que son los pequeños productores de carácter familiar, ensamblados o no en comunidades tradicionales, quienes generan la mayor parte de los alimentos que hoy consume una población de 7 mil millones. Ello llevó a esa organización a declarar 2014 Año de la Agricultura Familiar. La creencia dominante era que los alimentos procedían mayoritariamente de la agricultura industrializada y basada en máquinas, agroquímicos, transgénicos, petróleo y un modelo de especialización productiva que reduce o elimina la diversidad biológica y genética. Los datos reportados contradicen esa creencia, confirmando la veracidad de estudios científicos que revelaban la mayor eficacia ecológica y económica de la pequeña producción familiar y/o campesina por sobre las grandes y gigantescas empresas agrícolas, tal como lo mostraron los estudios de P. Rosset (1999), F. Ellis (1988) y de quien esto escribe (2002).

A la posición de la FAO se vino a sumar un estudio de la organización civil Grain que ajusta las cifras en función de la propiedad de la tierra. El estudio de Grain (2009) es contundente: los pequeños agricultores del mundo producen la mayor parte de los alimentos que se consumen con sólo 25 por ciento de la tierra agrícola y en parcelas de 2.2 hectáreas en promedio. Las otras tres terceras partes del recurso tierra están en manos de 8 por ciento de los productores: medianos, grandes y gigantescos propietarios como hacendados, latifundistas, empresas, corporaciones, que por lo común son los que adoptan el modelo agroindustrial. Esto hizo retornar a la mesa de las discusiones internacionales un tema vetado por peligroso: el de la equidad o justicia agraria, la inaplazable necesidad de reformas agrarias por todo el mundo.

A las revelaciones de la FAO y Grain siguió algo más. El Grupo ETC hizo visible la existencia de dos sistemas diferentes de producción, circulación, transformación y consumo de alimentos en el mundo: el agroindustrial, que conforma cadenas, y el premoderno, basado en las redes tradicionales que han existido y se han actualizado de acuerdo con las circunstancias de cada región y país. El modelo agroindustrial habla de una cadena alimentaria, con Monsanto en un extremo y Walmart en el otro, una cadena sucesiva de empresas agroin­dustriales, fabricantes de insumos (semi­llas, fertilizantes, pesticidas, maquinaria) y tecnologías diversas como los organismos genéticamente modificados (transgénicos), vinculadas con intermediarios, procesadores de alimentos y comercian­tes al menudeo. Sin embargo, la mayor parte de los alimentos en el mundo no siguen el camino de la ca­dena; los alimentos se mueven dentro de múltiples redes: 85 por ciento de los alimentos que se producen es consumido dentro de la misma ecorregión o (al menos) dentro de las fronteras nacionales. Y la mayor parte se cultiva fuera del alcance de la cadena de las multinacionales (ETC, 2009). A diferencia del modelo agroindustrial, la agroecología toma como punto de partida estas redes tradicionales y la experiencia ganada durante casi 10 mil años de experimentación agrícola y pecuaria por los actuales pequeños productores campesinos, indígenas, horticultores, pequeños ganaderos y pescadores artesanales.

La producción suficiente de alimentos sanos, nutritivos, baratos y accesibles es uno de los eslabones claves en el equilibrio entre la población humana y los recursos y servicios de la naturaleza, porque de ello depende no sólo la salud, sino la supervivencia de la especie y la salud o equilibrio del ecosistema planetario. El modelo agroindustrial pone en entredicho todo el andamiaje de la civilización moderna y requiere repensar los principales postulados y valores del mundo actual, y en el caso de la generación de alimentos debe considerar un cambio radical tanto en los modelos de producción como en la totalidad del sistema alimentario. No solamente se debe saber coexistir con la naturaleza y sus procesos en todas las escalas, como sugiere la agroecología; también debe partirse del rico bagaje y experiencia de las culturas rurales, pues no se puede construir una modernidad duradera más que a partir de la innovación y perfeccionamiento de lo que ya existe, no de su supresión u olvido. Estamos entonces ante un cambio de paradigmas, ante una metamorfosis civilizatoria, y como hemos visto, el debate alimentario no escapa a ello.