La Revolución francesa, Haití y México


 

Cuando España discutía las reformas para suavizar la relación de la monarquía con sus colonias, ya había prendido en Haití la llama de la independencia.


El Obispo Abad y Queipo en 1805 dirigió a la Corona española, una representación a nombre de los labradores y comerciantes de Valladolid de Michoacán para rechazar la real cédula de 26 de diciembre de 1804 sobre enajenación de bienes raíces y cobro de capitales de capellanías, pues –advertía– este impuesto destruiría la agricultura, la industria y el comercio, causaría la ruina general del reino y haría inevitable la insurrección.


Lejos estaba de su ánimo aquel lejano país antillano donde los patriotas, dirigidos por Toussaint Louverture y Jean Jacques Dessalines,  habían decretado ese año la libertad de los esclavos y proclamado una nueva Constitución, para consolidar su independencia de Francia.


Por mar llegaron a nuestro país noticias de la Revolución francesa de 1789 y el pensamiento de la Ilustración que proclamaba la libertad, la igualdad y la fraternidad de todos los seres humanos, y el fin de la monarquía.


Miguel Hidalgo y Costilla fue rector del Colegio de San Nicolás, el más importante centro universitario del occidente de México. Renunció por las críticas de colegas y de la Iglesia a sus ideas liberales. Desde el modesto curato en Dolores, continuó sus lecturas francesas –algunas de las cuales llegaban de Haití– y se involucró activamente en proyectos productivos y en las comunidades.


Lecturas y experiencias le confirmaron que los pueblos americanos sufrían terribles injusticias. Así, la voracidad de una casta privilegiada, la sordera del poder y la esperanza de cambiar a fondo las cosas, terminaron por hacer pedazos un orden podrido y decadente.