No hay una app para la democracia

Por Pablo García Arabéhéty (ADS)*  

La llamada Primavera Árabe generó un inusitado optimismo y una confianza ciega en la capacidad de los medios digitales y en especial de las redes sociales. Titulares como el del New York Times en 2012, “Cómo una revolución egipcia comenzó en Facebook” eran buenos ejemplos de esta narrativa occidental, que postulaba a empleados de Google como héroes.

 La premisa básica era que en mundo hiper-conectado, la transparencia, el libre flujo de la información y la comunicación horizontal mantendrían a las fuerzas autoritarias bajo control y la democracia florecería. El mundo virtual pondría al mundo de carne y hueso en su lugar.

Sin embargo, el panorama actual en Medio Oriente es en el mejor de los casos ambigüo en términos de democracia, con algunos avances lentos en Túnez y tal vez en Libia y otro enormes fracasos como el caso de Egipto evidencia. Algunos dictadores se fueron, pero sustituir esas hegemonías por otras democráticas, está lejos de ser un proceso automático: es un proceso complejo y con meandros, pero sobre todo puede fallar.

En este contexto, ¿Son los medios digitales y las redes sociales el cambio radical para las transiciones democráticas algunos promueven? Esta fe en los poderes sanadores de las redes sociales está eclipsa dos elementos fundamentales en política y transiciones democráticas.

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En primer lugar, la tecnología es neutral en un sentido político. Dependiendo de la perspectiva, la tecnología puede realizar los mejores  los peores escenarios: borrar una ciudad del mapa o curar el cáncer, en el típico ejemplo de la energía nuclear.

Los medios digitales no escapan esta contradicción. Esto explica, por ejemplo, por qué en Siria volvió a habilitar Facebook en los primeros días de la Primavera Árabe. Probablemente como una concesión a las clases medias, pero ciertamente para utilizarlo como una poderosa herramienta de inteligencia para monitorear el activismo.

Por el otro lado, y en especial en las narrativas occidentales, este énfasis en las redes sociales como fuente de poder ha exagerado su relevancia en los procesos de transición democrática y empujó a los márgenes a otros elementos que continúan siendo determinantes en estos procesos: intereses económicos, intereses de potencias extranjeras, construcción de coaliciones y legitimidad, en fin: organización política tradicional.

Desde este punto de vista, no es extraño que los Hermandad Musulmana en Egipto haya ganado las elecciones en 2012, ya que era uno de los grupos políticos más organizados, aunque habían tuiteado menos.

La historia del Siglo XX muestra que la democracia es una forma de organización social compleja en la que las elecciones generales son sólo una parte. Las transiciones democráticas requieren reformas sociales, culturales, políticas y económicas que pueden tardar décadas. Basta con tomar como ejemplos los movimientos de derechos civiles de la década de 1960 en Estados Unidos o la lucha por el voto femenino en Francia, el cual triunfó recién en 1945.

Hay muy poca evidencia acerca los activistas democráticos necesiten cambiar radicalmente sus forma de trabajar debido a la aparición de las redes sociales. Más aún, corren el riesgo de sobrestimar el poder del mundo virtual sobre el de carne y hueso, y así malograr el empoderamiento ofrecido por la organización política tradicional así como su rol irremplazable en las transiciones democráticas.

Esta crítica a la confianza ciega puesta en los medios digitales no significa que dañen a la democracia o que sean contraproducentes. Las redes sociales son grandes herramientas de comunicación que enriquecen la democracia en muchos sentidos y los activistas no pueden dejar de explotarlas.

El problema surge cuando el ámbito virtual se presenta como la principal arena política. Sin duda se ha expandido, pero el mundo de carne y hueso continúa siendo el frente político definitivo. En este sentido estricto, las medios digitales no han producido aún este punto de inflexión en la historia, por lo que el núcleo del juego político es más o menos el mismo desde los tiempos de Platón o Lao-Tse.

Una sociedad no puede transitar su camino hacia la democracia simplemente tuiteando, no hay una “app” para eso. Las redes sociales necesitan ser parte de una estrategia de activismo democrático más amplio, en la cual sería pernicioso abandonar los viejos trucos: organizaciones democráticas robustas, coaliciones amplias y legitimidad que permitan evitar la violencia política, y por supuesto, recursos materiales.

 *ADS: Asuntos Del Sur. Organismo sin fines de lucro que genera opinión pública, en este caso con el autor Pablo García Arabéhéty “experto internacional que trabaja para que las TICs funcionen de acuerdo a las necesidades y contextos específicos del mundo en vías de desarrollo”.