Europa está fuera de la historia

Entrevista a Jean-Pierre Chevènement, político francés

Por Enric Llopis | Rebelión

18 de septiembre de 2014.-Jean-Pierre Chevènement (Belfort, 1939) aúna la experiencia y la savia nueva de la izquierda republicana francesa. Armado de  un poderoso pensamiento y dotes de animal político, en su larga trayectoria (participó en la fundación del Partido Socialista Francés en 1972) se ha caracterizado por ser alguien con ideas propias. Y alguien a quien la historia le ha dado la razón. Tras ocupar diferentes carteras en gobiernos socialistas, presentó su dimisión en 1991 al manifestarse en contra de la entrada de Francia en la guerra del Golfo. Impulsó el Movimiento de los Ciudadanos (1993), que una década después se convirtió en el Movimiento Republicano y Ciudadano (MRC).

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Chevènement se opuso al Tratado de Maastricht, a la Constitución europea (por considerar que convertiría al viejo continente en vasallo de Estados Unidos) y, en su último libro, “1914-2014 Europa ¿fuera de la historia?” (El Viejo Topo), propone sustituir el euro por una moneda común que conviva con las monedas nacionales. La suya es una reflexión de largo recorrido, que pasa por las dos mundializaciones liberales y se detiene en un hito clave: la primera guerra mundial. Concluye que actualmente Europa está fuera de la Historia y defiende el viejo proyecto gaullista de “una Europa europea”, frente a un servil protectorado norteamericano.

-Parece evidente que uno de los problemas de la vieja Europa es el descrédito de la política y, más aún, su postración ante la tiranía del poder económico. ¿Piensa que los valores del tradicional estado republicano francés, incluidas las conquistas sociales, podrían representar una alternativa?

-Opino que los valores de ciudadanía que definen la nación política en la concepción francesa, procedentes de la Revolución, tienen un alcance universal. Nuestra definición de la nación no es de carácter étnico. No es la idea del “Volk” que inspiró a los doctrinarios alemanes a principios del siglo XIX. No es el concepto étnico-cultural, que revive hoy en ciertos países. Pienso, por ejemplo, en Hungría o en Bélgica, en el nacionalismo flamenco. Digamos que el concepto de la nación que en Francia llamamos “republicano” es de carácter “progresista”. Somos ciudadanos de un país, con independencia del origen étnico, religión, o cultura. Es, por otra parte, la idea que desarrollaba el filósofo Ernest Renan en 1882, en una célebre conferencia en la Sorbona, titulada “¿Qué es una nación?”. Respondía: “es un plebiscito de todos los días”. Por tanto, la pertenencia a la nación se fundamenta en la adhesión. No se trata de un elemento objetivo, sino espiritual, el que define la pertenencia a la nación.

-Precisamente en el momento actual, tras la abdicación de Juan Carlos de Borbón, en España se vive un acalorado debate entre las opciones monárquica y republicana

-España es una de las naciones más viejas de Europa junto a Francia e Inglaterra. Las tres han sido antes monarquías, España e Inglaterra lo continúan siendo. Francia escogió la forma republicana en el siglo XIX. Nunca fue fácil, hay que decirlo. De hecho, a menudo se define la V República francesa como una “monarquía republicana”.

-Afirma en el libro que la construcción de la Unión Europea se realiza en contra de las naciones. Y dedica muchas páginas del libro a analizar el gran precedente que supuso la primera guerra mundial. ¿Podría explicarse?

-Europa se ha hecho históricamente con sus naciones. Por ejemplo España es, con Portugal, el país de los grandes descubrimientos, que proyecta a Europa más allá del océano. De hecho, España será la potencia europea dominante durante varios siglos. Su cultura, literatura y pintura son elementos indispensables en la definición de una cultura europea. ¿Qué ha sucedido? En 1914 se achacó a las naciones crímenes que no habían cometido. Porque no fueron las naciones quienes decidieron la primera guerra mundial. Al contrario, tomaron la decisión un número muy reducido de personas. El libro defiende la tesis de que tras la primera mundialización liberal, que se desarrolló bajo la hegemonía británica, se modificó la jerarquía de las potencias. Y eso provocó tensiones, principalmente entre el Imperio Británico y la Alemania imperial, que desembocaron en la guerra. La gran conflagración de 1914 no fue principalmente franco-alemana, sino un conflicto por la hegemonía mundial (entre el Imperio Británico y la Alemania imperial).

-Afirma, por tanto, que las naciones han tenido que pechar con crímenes de las que no son responsables. Empezando por la primera guerra mundial…Y esto las convierte, se dice, en “culpables”.

-Las naciones no tuvieron mucho que ver con la gran guerra, porque finalmente todas eran bastante pacíficas. Naturalmente, los hombres respondieron a las llamadas de movilización, pero lo hacían obedeciendo las órdenes que dictaban los estados mayores. Además, la primera guerra mundial se podía haber limitado a un episodio balcánico. A la idea de dar una lección a Serbia. Sin embargo, finalmente prevaleció la idea de una “guerra preventiva” contra Rusia y Francia. Alemania se sentía cercada y empezó invadiendo a Francia, pasando por Bélgica, y ello provocó la intervención de Gran Bretaña. Se transformó entonces en una guerra mundial con la implicación posterior de Estados Unidos. Así, lo que podía haber sido un conflicto muy localizado, entre Sarajevo y Belgrado, se volvió un conflicto mundial. De hecho, no se desarrolló únicamente en Europa, sino también en África, los océanos, e incluso en las colonias alemanas y británicas del Pacífico. Hay que entender, por tanto, que la primera mundialización desemboca en la primera guerra mundial, que abre a su vez la “caja de Pandora” del comunismo, el fascismo, el nazismo, la guerra civil española y la segunda guerra mundial. Este paréntesis sólo se cerró con la implosión de la URSS en 1991.

P-En el libro analiza las dos mundializaciones y traza algunos paralelismos entre ellas, que le conducen hasta el presente. ¿La historia se repite? ¿En qué lugar queda el viejo continente?

La segunda mundialización, “americana”, deja entrever el mismo fenómeno, es decir, una modificación de la jerarquía de las potencias. El auge de países “emergentes” y, entre ellos, China. La gran pregunta que hay que hacerse es si Estados Unidos y China podrán resolver mejor hoy sus problemas que el Imperio Británico y la Alemania imperial antes de 1914. Nosotros, los europeos, ya hemos salido de la Historia, porque nuestra situación económica no es como la anterior a 1914. Hemos sido “sacados” de la Historia. Somos, más o menos, un protectorado americano, y la pregunta que hemos de plantearnos es la siguiente: ¿podemos volver a ser actores de la Historia? ¿Existe un lugar en el siglo XXI para una Europa “europea”? En este punto estoy retomando una expresión del General De Gaulle. Una Europa “europea” existe por sí y para sí misma.

-También sostiene que el euro “sobrevive conectado a la bomba de oxígeno que le proporcionan unas políticas monetarias acomodaticias, pero todo el mundo sabe que estas no durarán eternamente”. ¿Es partidario de una ruptura de la moneda única, a la que califica de “herejía económica”?

-Me voy a intentar explicar claramente. El euro es una moneda sobrevaluada para todos los países de la Europa del Sur, pero no está sobrevaluada como tal, porque el excedente comercial alemán, que es considerable (200.000 millones de euros), opaca el déficit de la mayoría de los países del Sur. Una moneda única, cuando se aplica en un área económica heterogénea, provoca una evolución divergente entre las regiones ricas y las regiones pobres. Ya lo vimos en el siglo XIX entre la Italia del Norte y la Italia del Sur. Hoy sucede lo mismo en Europa con la moneda única. No se da, por tanto, una evolución convergente como pensaban los autores del Tratado de Maastricht. Los países que no se hallan bien colocados en la especialización mundial del trabajo, deben realizar costosas devaluaciones internas para ganar competitividad y, en consecuencia, se ven forzados al subempleo. Lo vemos en Grecia, que ha perdido el 40% de su Producto Nacional Bruto y donde el desempleo alcanza el 27% de la población activa. España se encuentra en parecida situación de desempleo, aunque ha perdido un porcentaje inferior de su producción. Portugal presenta un 18% de desempleo; Italia un 12-13%; Francia un 11-12%. Por el contrario, los países de la Europa del Norte tienen unas tasas de desempleo entre el 6 y el 7%. Y el crecimiento económico es algo más fuerte, pero no mucho, porque las obligaciones del tratado presupuestario europeo obligan a los países a llevar políticas de devaluación interna, reducción de salarios y pensiones de jubilación; y también a un recorte del gasto público, lo que pone a los servicios básicos en grandes dificultades. Mi tesis, en conclusión, es que la moneda única no sirve a Europa. No une a Europa sino que la divide.

-Vaticina un oscuro porvenir a la moneda única, pero ¿qué alternativas podrían plantearse, en un escenario que parece dominado por la sequía de ideas?

-Intento encontrar orientaciones políticas que permitan a los países de la Europa del Sur volver a encontrar su competitividad, sin tener que sacrificar el porvenir de las jóvenes generaciones. Existen varias posibilidades. Hemos visto, por ejemplo, los préstamos que el Banco Central Europeo (BCE) hace a los bancos, lo que les permite comprar títulos de deuda pública. Esto explica la caída de los tipos de interés a largo plazo de la deuda pública italiana y española. Pero ésta es una situación provisional. No puede durar siempre. Existe, y en esto se da una amplia coincidencia, un exceso de liquidez en el mundo y, por otra parte, no estamos protegidos ante una nueva crisis financiera. Así pues, como el euro no es viable, propongo que caminemos hacia una moneda común.

-¿En qué consiste la iniciativa que propone?

-Conservemos el euro en las transacciones comerciales y financieras internacionales. Y, además, podemos subdividir el euro –como ocurrió entre 1999 y 2002- en divisas nacionales, que pueden ajustarse en áreas de fluctuación negociadas. Así es como se hacía antes de 1999 (hasta la introducción del euro), dentro del Sistema Monetario Europeo. La idea propuesta permitiría una devaluación global del euro (actualmente impulsado al alza por el dólar y por el yuan) en el Sistema Monetario Internacional. Naturalmente Estados Unidos y China refuerzan su competitividad con un euro sobrevaluado, ya que una moneda demasiado fuerte es una limitación para la competitividad.

-Por último, ¿a qué dificultades se enfrenta su propuesta?

-Habría que convencer a Alemania, que junto a Francia inauguró e impulsó el euro. Pienso que es el trabajo que hemos de realizar. Alemania no quiere pagar por los demás, con excepción del estrecho “Mecanismo Europeo de Solidaridad”, que siempre viene acompañado de planes de ajuste y de restricciones presupuestarias y financieras. Además, los medios de este mecanismo son demasiado débiles respecto a las crisis de gran magnitud. El monto total de las deudas públicas, a las que hay que sumar, en buena lógica, los créditos dudosos de los bancos, muestra por comparación con los débiles medios del cortafuegos europeo (el MEE), que habría que apagar un gran incendio forestal con una minúscula autobomba. Además, como es sabido, la política hace milagros. Los activos bancarios representan aproximadamente cuatro veces el PIB de la zona euro, es decir, unos 40 billones de euros. ¿Qué valor tienen, frente a eso, los modestos medios del cortafuegos del “Mecanismo Europeo de Solidaridad”? Propongo, en conclusión, mantener el rumbo de la unidad europea, pero volviendo a definir el proyecto sobre nuevas bases.