La maquinaria de sangre no se detiene

Alberto López Girondo
Tiempo Argentino

La industria de la guerra y el sistema carcelario privado que Obama alimenta para no caer en recesión.

 Paul Craig Roberts es un viejo conocido de esta columna. El hombre, que ya pasa los 75 años, es un liberal de los que ya casi no quedan. Es decir, es de derechas, pero cree firmemente en las libertades individuales. Vale la pena leer las reflexiones de este republicano que formó parte de la administración de Ronald Reagan como subsecretario del Tesoro y algunos lo consideran como uno de los creadores de la desregulación a ultranza de la economía, lo que se llamaría “reaganomics”. Porque allí despliega su recelo sobre la tendencia que Estados Unidos mantiene en la última década, más precisamente desde los atentados a las Torres Gemelas, de cercenar derechos que para los “padres fundadores” de la nación eran sacrosantos. Sin dejar de ser un anticomunista convencido por ello.
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Por eso Roberts titula el más reciente artículo en su sitio web http://www.paulcraigroberts.org/ como “Los leninistas en la Casa Blanca”, en referencia al líder de la revolución soviética Vladimir Illich Lenin, quien instauró la dictadura del proletariado –mediante “el uso ilimitado de la fuerza y sin regla alguna”, considera– en la Rusia zarista hace casi un siglo. Pero en el fondo no es sino una forma irónica de dar cuenta de la realidad actual de este Estados Unidos que Barack Obama gobierna desde 2009.

La última manifestación de este “leninismo”, para Roberts, sería “el anuncio de Washington de que no ha planeado coordinar los ataques de EE UU al grupo yihadista en territorio sirio con el gobierno de Damasco: Washington reconoce no tener limitaciones para el uso de la fuerza, y que la soberanía de los países no le provoca inhibiciones”. Y añade que en Washington “la coerción ha suplantado las reglas de la ley”.

Los ejemplos que anota el economista son conocidos para cualquiera que lea lo que ocurre en el cercano Oriente con cierta asiduidad. La invención del ahora llamado Estado Islámico (EI) es obra de Estados Unidos, que armó a grupos extremistas islámicos para combatir contra el gobierno de Bachar al Assad y ahora, según su interpretación, se le dieron vuelta. A esta altura de Obama en el Salón Oval, es difícil creer que se trata de errores en continuado como los que habrían cometido en su momento sus antecesores cuando apoyaron a los talibanes contra los soviéticos en Afganistán y luego tuvieron que elevar el cuco de Al Qaeda a la categoría del mayor mal para la civilización occidental.

Ese es el mismo lugar que ahora ocupan los yihadistas de Siria e Irak, en una jugada geopolítica que convierte en accesible a una región hasta no hace tanto vedada a las aspiraciones intervencionistas del Pentágono por la fuerte resistencia de Vladimir Putin a abandonar a su socio estratégico. Pero que ahora encontró la excusa ideal en las brutalidades que los extremistas muestran en los medios. Pero hay al menos tres preguntas por hacerse: ¿antes no eran tan brutales?, ¿no será que fueron entrenados para serlo?, ¿quién puede constatar fehacientemente qué tan inhumanos son?

Cierto, hace unos días se reveló un video que exhibe de un modo especialmente horroroso la decapitación del periodista estadounidense James Foley. El gobierno de Al Assad salió a decir que Foley, que desde 2012 estaba en manos de los grupos islámicos que combatían inicialmente en su contra, había sido asesinado el año pasado. El periodista era un free lance, o sea que trabajaba por las suyas, aunque antes de ese menester había colaborado con organizaciones no gubernamentales, entre ellas Teach For América y la conocida USAID. Pero también había colaborado con publicaciones militares.

Foley podría haber proporcionado al resto del mundo información de primera mano sobre lo que ocurría en ese andurrial del mundo que ahora preocupa a los líderes de Europa y de Estados Unidos. Su muerte podría interpretarse entonces como una pérdida para tener buena información, que es lo que no abunda en ninguna de las nuevas guerras imperiales. ¿Por qué creer a los informes oficiales, que hasta no hace tanto hablaban loas de los “luchadores por la libertad” que peleaban por la democracia conculcada por Al Assad y que repentinamente se convirtieron en la encarnación del diablo?

En estas semanas, el pueblo de Ferguson se levantó contra un caso de gatillo fácil racial de un policía blanco en contra de un chico de 18 años, Michael Brown. Luego de medio siglo de aplicación de las leyes antidiscriminatorias y de la elección del primer presidente de origen afro en Estados Unidos, no es mucho lo que se avanzó en ese tan sensible tema. De hecho, en los años ’60 Ferguson, un suburbio de Saint Louis, Missouri, tenía más de un 70% de población negra. Pero ante el cambio de paradigma, hubo emigraciones masivas para no compartir los mismos colegios y establecimientos sanitarios. Ahora la proporción se invirtió con el agregado de que ese casi 70% de negros debe convivir con policías que en abrumadora mayoría son blancos.

Los negros en ese país pueblan las cárceles y resultan víctimas de más procesos judiciales que cualquier blanco. Además, tienen menores oportunidades de trabajo y cuando lo consiguen suelen ganar menos. Los latinoamericanos se están convirtiendo en la minoría étnica más populosa y padecen muchos de esos mismos problemas o más aún. Pero además, suelen ser inmigrantes ilegales, con lo cual sus padecimientos se incrementan.

El ya mencionado Roberts aporta datos espeluznantes sobre el funcionamiento de la justicia estadounidense. Sólo el 4% de los casos de delitos llegan a juicio, señala el economista. La razón es que el 96% de los imputados prefiere negociar un arreglo con la fiscalía para no llegar al estrado judicial. Lo que los convierte en los culpables adecuados cuando su único delito es la portación de piel. “Una vez que se le provee de un abogado, el acusado aprende que su letrado no tiene la menor intención de defenderlo ante un jury. El abogado sabe que las chances de que el tribunal lo encuentre inocente van de escasas a nulas. Y los fiscales, con el consentimiento de los jueces, inducen a los testigos a dar falso testimonio, tienen permitido pagar con dinero y dejar caer pruebas contra los reales criminales y extravían evidencia favorable al acusado.” ¿Las razones? Hay una burocracia judicial que necesita funcionar con rapidez y mostrar una eficiencia que tranquilice a la población. La solución fiscal apura resultados –más allá de la verdad verdadera– y al fin del día cada delito encuentra un culpable. Por otro lado, los fiscales, que son cargos electivos, pueden ostentar records que a la hora de los votos, “garpan”.

La maquinaria legal tiene otra pata no menos siniestra: las cárceles privadas, que necesitan estar llenas para ser rentables.

Como será de brutal ese sistema penal-judicial-empresarial que en febrero de 2009 dos jueces de Pensilvania, Mark A. Ciavarella Jr. y Michael T. Conahan, fueron encontrados culpables de haber recibido 2,6 millones de dólares en sobornos para enviar a prisión casi 5000 niños que, en la mayoría de los casos, reveló entonces la periodista Amy Goodman, nunca habían tenido acceso a un abogado. “El caso ofrece una mirada extraordinaria a la vergonzosa industria de las cárceles privadas que está floreciendo en Estados Unidos”, escribió entonces Goodman, conductora del programa Democracy now!

David Stockman, otro ex miembro del gabinete Reagan, trajo a colación días pasados en su sitio Contracorner que “hace exactamente un año, Obama propuso darle una paliza a Al Assad porque supuestamente había desencadenado un feroz ataque químico sobre sus propios ciudadanos”. Ahora, señala el ex director de la Oficina de Presupuesto de los republicanos, “la Casa Blanca está amenazando nuevamente con bombardear Siria, pero esta vez el objetivo de “cambio de régimen” se amplió e incluye “a ambos lados”, esto es, al gobierno y a los yihadistas. Días pares uno, días impares otro, ironiza.

La maquinaria del horror necesita alimentarse de sangre. Y así como las camas de una prisión deben estar ocupadas para hacer rentable al negocio, la industria de la guerra no puede detenerse para que Estados Unidos no caiga en la recesión.

Ese es el país excepcional con el que Obama intenta justificar las intervenciones bélicas y las acciones judiciales. Y esas son las instituciones por las que en la Argentina muchos dirigentes y medios de comunicación suspiran embelesados.

Fuente: http://www.infonews.com/2014/08/29/mundo-159539-la-maquinaria-de-sangre-no-se-detiene.php