¿Sabía alguien que estábamos viviendo la Era Dorada del periodismo de investigación?

Tomdispatch

Introducción de Nick Turse

 Hace casi una década, me dediqué durante más un año a trabajar como colaborador freelance para el mayor periódico de la ciudad; de hecho uno de los más grandes del país. Así, trabajaría fuera de una redacción que parecía estar en constante agitación. Sin embargo, esta circunstancia no debería ser vista como el acto de saltar locamente de un barco a una balsa salvavidas. Daba la impresión de que unos contables castigaban a periodistas y redactores para someterlos y expulsarlos del negocio enviándolos a las escuelas de periodismo para que formaran a una nueva generación de jóvenes reporteros. Lo que no estaba claro era el para qué. ¿Para una profesión en proceso de extinción?

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 Antes de que estuvieran acabadas las series especiales en las que estaba trabajando, mi co-redactor –el periodista investigador de los papeles de Washington– lo había dejado para acercarse a confines académicos más amigables, y el redactor que había dado luz verde a las series había renunciado a requerimiento de una gerencia apremiada a que hiciera recortes en el equipo de la sala de redacción. Todo apuntaba a que el único que quedaría del personal relacionado con las series iba a ser un talentoso fotógrafo (que antes de un año rumbeó hacia prados más verdes).

 Pensé que era testigo del final de una época, de la muerte de una institución.

 Al mismo tiempo, yo estaba trabajando para una pequeña, aunque en crecimiento, publicación online, que se las arreglaba para presentar tres artículos originales cada semana, una mezcla de comentario, análisis de noticias y reportaje de investigación. Más de una década después en este tiovivo, TomDispatch –del Nation Institute–, continúa girando vigorosamente, presentando tres artículos originales cada semana y publicando sus contenidos en decenas y decenas de publicaciones online, llegando a cientos de miles de potenciales lectores.

 Durante ese tiempo, los sitios online de noticias han ido y han venido, venerables periódicos han echado el cierre y las predicciones más agoreras –la muerte de las publicaciones impresas y la desaparición del periodismo de investigación (tal vez incluso el propio periodismo­– se han aireado repetidamente. Es verdad que en esta nueva época no ha sido fácil ganarse la vida con el periodismo ni mantener a flote un medio online. Aun así, en tanto lector, me di cuenta de algo más: me resulta imposible leer todas las noticias interesantes que llegan a mi cuenta Twitter o las que se amontonan en mi casilla de “Recibidos” provenientes de una u otra lista de correos. La barra de tareas en mi ordenador acabó con 25 iconos de otras tantas páginas de noticias, periodismo de alta calidad heredado de sitios y medios digitales; siempre espero llegar a encontrar el día en que pueda gestionar tanta información que me llega antes de que colapse mi laptop.

 A 10 años vista, puedo ver que al mismo tiempo que estaba viviendo las primeras etapas de una nueva era, en realidad yo estaba viendo los últimos pasos de una época que ya no existe. Fue un momento en el que las historias publicadas en un sitio web relativamente minúsculo como era TomDispatch circulaban en un santiamén por todo el planeta, y un redactor como yo, que nunca había estado en una escuela de periodismo, podía ver casi instantáneamente sus artículos traducidos al castellano, al japonés, al italiano y a idiomas que no era capaz de reconocer, y luego reenviados a sitios web de América del Sur, África y Asia. En otras palabras, esas notas lograban una suerte de audiencia global que alguna vez solo pudo alcanzar el periodista de los medios más importantes del mundo.

 En esos años, también vi a otros que pasaron por el Nation Institute y se lanzaron al temible mercado de los medios y consiguieron mucho éxito. Andy Kroll, ex miembro de TomDispatch, por ejemplo, continuó escribiendo una historia tras otra en Mother Jones, una publicación impresa que ahora crece online. Lo mismo que la ex asociada del Nation Institute Liliana Segura, que ahora ocupa un alto puesto en First Look Media, una de las nuevas empresas más dinámicas y conocidas en estos años. Y no se trata de casos aislados.

 En su reciente libro, Global Muckraking: 100 Years of Investigative Jornalism from Around the World, Anya Schiffrin, directora del programa de Medios y Comunicación de la Escuela de Asuntos Internacionales de la Universidad de Columbia, describe el animoso nuevo mundo del periodismo global en la era de Internet (y cómo se construyó el escenario para la nueva era dorada del lector en el que estamos viviendo). En su primer artículo para TomDispatch, la experimentada corresponsal extranjera expone revelaciones de los más importantes periodistas mucrakers* que usted echa de menos y explica por qué el periodismo de investigación está en alza –y no declina– en todo el mundo.

 Desde Asia hasta Centroamérica, una nueva generación que toma el testigo de Nellie Bly e Ida Tarbell, de Seymour Hersh y Rachel Carson, está rompiendo una gran historia tras otra, tanto con los métodos tradicionales como con las pericias del siglo XXI. “El hecho de que los periodistas hayan estado llamando la atención sobre algunos de los mismos problemas durante más de 100 años podría ser decepcionante pero no debería ser así…” escribe Schiffrin en su libro. “El que aún continúen las batallas debe recordarnos que siempre están surgiendo nuevas violencias y nuevas formas de corrupción para proporcionar nuevas oportunidades y responsabilidades a los medios.” Afortunadamente, hay una nueva generación de informadores, señala ella, que acepta el desafío.

 Caída y ascenso del periodismo de investigación

 En este nuestro mundo, la cuestión de las noticias sobre las noticias es algo desalentador. Los periódicos están encogiendo, cerrando sus puertas o abandonados por las empresas a las que pertenecen. Las cesantías crecen y los equipos de redacción van a menos. Ese periodista de investigación que cubría las noticias del Congreso ya no está donde estaba. Con los años, los diarios como Los Angeles TimesWashington Post y Chicago Tribune han pasado por múltiples tandas de despidos. Ya conocéis la historia; es fácil imaginar que esa ha sido también la historia del mundo. Pero a pesar del largo recorrido del periodismo en estos tiempos difíciles, de la pérdida de dinero en anuncios y del desafío de Internet, se ha dado un florecimiento del periodismo de investigación en todo el mundo, desde Honduras hasta Myanmar, desde Nueva Zelanda hasta Indonesia.

 Es posible que Woodward y Bernstein ya estén esfumándose en la memoria colectiva de esta país, sin embargo periodistas totalmente desconocidos en Estados Unidos como Khadija Ismaylova, Rafael Marques y Gianina Segnina están consiguiendo que sus reveladoras historias sobre la corrupción de funcionarios gubernamentales y sus compinches en Azerbaiyán, Angola y Costa Rica lleguen cada vez más lejos. En mis viajes por todo el mundo, me nutro de la energía que me dan esos periodistas con los que me encuentro y me hablan de los grandes riesgos a los que se ven expuestos por hacer brillar la luz tan necesitada por todos y tan frecuentemente oscurecida.

 No soy la única que se da cuenta de esto. “Estamos en una era dorada del periodismo de investigación”, dice Sheila Coronel. Y ella sabe de qué habla. Coronel, hoy día es decana de la Escuela de Graduados en Periodismo de la Universidad de Columbia. Pero cuando era directora del Centro Filipino de Periodismo de Investigación, cubrió el tema de las propiedades del ex presidente Joseph Estrada –incluyendo las de su amante–; eso le costó su puesto de trabajo en 2001.

 En Brasil, para tomar otro ejemplo, aquellos eran tiempos paradisíacos para el periodismo vigilante. En octubre del año pasado, estuve en Brasil para asistir a una conferencia sobre periodismo de investigación organizado por la Red Global que se ocupa de esta cuestión. Los asistentes éramos 1.350. En julio pasado, volví a estar allí por otra conferencia similar –esta vez organizada por la Asociación Brasileña de Periodistas de Investigación– y la asistencia se acercaba a los 450 informadores. En parte gracias a la Ley de Libertad de Información existente en Brasil y en parte gracias al movimiento por un “presupuesto participativo”, que intenta derramar luz sobre las finanzas de gobierno brasileño (y permitir que el brasileño de a pie pueda opinar sobre cómo se gasta el dinero de los contribuyentes), los periodistas que estaban allí estuvieron muy ocupados exponiendo la generalizada corrupción del gobierno local y el clientelismo asociado con ella; de resultas de ello, fueron detenidos nueve políticos de alto rango.

 Redes informativas que no reconocen fronteras y están financiadas por fundaciones o filántropos están realizando investigaciones similares en todo el mundo. Con base en Nueva York y dirigida por el nigeriano Omoyele Sowore, la Sahara Reporters utiliza historias y documentos filtrados para poner al descubierto la corrupción en los países más ricos de África. Entre sus apoyos financieros está la Red Omidyar, creada por el fundador de eBay, Pierre Omidyar, y su esposa Pam; su objetivo declarado es nada menos que “la búsqueda de la verdad y su publicación, sin miedo ni favoritismo”.

 A principios de este año, un grupo de estudiantes y yo estudiamos el sitio Sahara Reporters. En nuestro informe, relatamos una historia típica que el sitio contó detalladamente sobre cómo la entonces Ministra de Aviación Stella Oduah compró dos BMW a prueba de balas –a cerca del doble del precio normal– con financiación de la Autoridad Nigeriana de la Aviación Civil (NCAA, por sus siglas en inglés). Sahara Reporters mostró recibos de la venta y documentos que vinculaban a Oduah con la operación. También localizó a fuentes que testimoniaron que desconocían el paradero de los coches y que sospechaban que habían sido destinados al uso personal de Oduah. Mientras tanto, Sahara Reporters sacó a la luz las restricciones presupuestarias con las que estaba funcionando la NCAA y vinculó estas restricciones con varios percances aéreos, entre ellos dos accidentes con el resultado de 140 muertes.

 Oduah, que ya estaba siendo gravemente cuestionada por el pobre desempeño de la NCAA, negó inmediatamente las acusaciones. Sin embargo, en cuestión de días, numerosos sitios informativos recogieron la historia y trabajaron con ella. Las noticias dispararon una serie de reacciones del gobierno, de los partidos de la oposición, de organizaciones de la sociedad civil y de la población de Nigeria. A principios de este año, Oduah fue despedida.

 Menciones honorables

 En años recientes, he sido miembro del jurado del Club de Prensa Extranjera de Nueva York, que premia la información sobre derechos humanos. Deberíais ver la pila de propuestas entradas. Hicieron falta varios días para leerlas todas. Nuestro “problema” mayor fue la gran cantidad de noticias muy importantes que nosotros no podíamos reconocerles una premiación (afortunadamente, de todos modos algunas de ellas recibieron premios, solo que no de nosotros).

 Uno de los artículos más notables sobre derechos humanos que leímos pero no llegamos a premiar era uno de Associated Press sobre los efectos de la violencia del narcotráfico en la gente corriente de Honduras. Describía la forma en que estas personas habían sido obligadas a abandonar su pueblo y a dejar los edificios donde vivían, uno tras otro, según los traficantes se adueñaban de su vivienda. Contaba cómo algunos de los dueños de casa habían dejado de pintarla o de cortar el césped para que no llamara la atención de los señores de la droga y se quedaran con ella. A algunas personas les habían entregado notas en las que les exigían el pago de un dinero si querían que se les permitiese vivir en su casa.

 Al mismo tiempo, el gobierno aportaba su cuota de violencia. En una de los notas, Alberto Arce escribió sobre un chico de 15 años –hijo de un profesor– que salió una noche para encontrarse con una chica a quien había conocido en Facebook y fue asesinado en un control de carretera por unos soldados de gatillo fácil.

 Este año, cuando la prensa empezó a cubrir la avalancha de menores de Centroamérica que cruzaban la frontera estadounidense, volvieron a mi mente las notas de Associated Press y recordaba lo bien que explicaban las desesperantes condiciones que desembocan en una emigración en masa. Eran tan difíciles de olvidar como lo era el reportaje de Cam Simpson en Bloomberg Businessweek sobre los trabajadores que están detrás del iPhone 5, de Apple. Inmigrantes de Nepal se endeudan para pagar a intermediarios que les consiguen un trabajo de montador en las fábricas del samartphone en Malasia. Después de que Apple empezara a rechazar los teléfonos, se redujo la producción y 1.300 trabajadores tuvieron que arreglárselas solos durante meses sin paga ni comida. Como les habían quitado su pasaporte, no tenían posibilidad de abandonar el país; todos ellos confinados en un albergue tratando cada día de conseguir un cuenco de arroz. Finalmente, desesperados como estaban, empezaron a rebelarse por lo que se llamó a la policía malaya. La policía actuó de manera ciertamente extraña para quienes hoy leen las noticias que llegan de Ferguson, Missouri: en lugar de detener a los trabajadores, les entregó alimentos y se pusieron a trabajar para que los nepaleses fueran enviados a su tierra (aunque duramente afectados, muchos de ellos estaban dispuestos a endeudarse una vez más para pagar a intermediarios que les aseguraran un puesto de trabajo en el extranjero que podía volver a ponerles en una muy similar situación desesperada).

 Un tercer reportaje de alcance global fue el de E. Benjamin Skinner, “La más cruel de las capturas de la industria pesquera”. El reportaje estaba centrado en las condiciones con que se topaban los trabajadores inmigrantes indonesios cuando pescaban en aguas cercanas a Nueva Zelanda para empresas neocelandesas a bordo de pesqueros coreanos. Un informe de los investigadores académicos Christina Stringer y Glenn Simmons junto con el patrón de pesca de altura Daren Coulston, movilizó de tal manera a Skinner –periodista especializado en cuestiones relacionadas con la esclavitud– que dedicó seis meses a recorrer varios países para verificar las imputaciones de Stringer y Simmons.

 El resultado de su trabajo fue un sobrecogedor relato sobre la esclavitud en nuestros días. Coulston escribió que aldeanos indonesios muy pobres eran engañados para que aceptaran ser contratados para trabajar en barcos que surcaban el Pacífico Sur y el mar de Tasmania en búsqueda de pescado que sería vendido a gigantes estadounidenses como Safeway, Walmart o Whole Foods. La mayor parte de los aldeanos indonesios pensaban que estaban accediendo a condiciones laborales propias del primer mundo solo por estar trabajando embarcados en modernos barcos de pesca de armadores neozelandeses. Una vez abordo, se encontraban con que se habían convertido en virtuales prisioneros, obligados a trabajar durante muchas horas solo para obtener una alimentación escasa y de baja calidad, ser golpeados e incluso a veces ser agredidos sexualmente cuando intentaban resistirse.

 Después de varias deducciones a que fueron sometidas sus pagas, los trabajadores –a quienes en principio se prometía 12 dólares por hora– terminaron cobrando apenas un dólar por hora. La historia de Skinner no solo estaba bien escrita e informada; además, unos meses después de su publicación consiguió que Nueva Zelanda modificara la legislación laboral y que se investigaran las cadenas de suministro de Safeway, Whole Foods y Walmart.

 El futuro del periodismo de denuncia en el mundo

 Cuando comencé a indagar para escribir mi libro Global Muckraking: 100 Years of Investigative Jornalism from Around the World, yo suponía que los buenos viejos tiempos del periodismo de investigación eran cosa del pasado. Fue para mí una sorpresa enterarme del alto nivel de calidad de lo que todavía se venía haciendo en todo el mundo. La cantidad de información ahora disponible en la web, la habilidad que habían adquirido los periodistas en el uso de Internet para conectarse unos con otros y compartir información –la más importante ayuda para la investigación que salta por encima de las fronteras– y la aparición de un nuevo tipo de filantropía, todo esto ha alimentado el boom actual. Además, parecen estar surgiendo operadores de noticias frescas de todo tipo, muy entusiasmados con la promoción de un periodismo de investigación.

 En lo relacionado con las noticias, yo pensaba que estaba muy versada en las novedosas formas de financiación del siglo XXI, sin embargo, continúo encontrándome con interesantísimos experimentos. Por ejemplo, con Morry Schwartz, un editor de libros y promotor inmobiliario de Melbourne, Australia, que financia publicaciones semanales, mensuales y trimestrales que se dedican a divulgar largas notas de actualidad al mismo tiempo que administra la casa editorial Black Inc. El filántropo australiano Graeme Word, con el dinero que hace con un negocio online, fundó Global Mail, un sitio web sin ánimo de lucro cuyo objetivo es la promoción del periodismo no convencional. Él también financia investigaciones periodísticas por medio del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación. En Brasil, João Moreira Salles, vástago de una prominente familia con intereses en el negocio bancario, ha utilizado su fortuna personal para financiar una revista mensual, Piauí, cuyo último número incluía un artículo de investigación sobre la oposición indígena a Belo Monte, una central hidroeléctrica que se está construyendo en Altamira, en la Amazonia.

 Algunos movimientos en favor de la democracia en muchos países en paralelo con la Primavera Árabe (con todas sus desviaciones) han sacudido también los medios de prensa del mundo. En comparación con lo que pasaba hace cinco, 10 o 20 años, Myanmar, Ghana y Tunes, para tomar solo tres ejemplos entre muchos, cuentan con la más libre, por no decir irresponsable, atmósfera mediática. Y lo que está sucediendo en países como estos ha tenido repercusiones en los estados vecinos.

 Por supuesto, también hay gobiernos elegidos democráticamente en países como Turquía, Ecuador y Hungría que han estado tomando drásticas medidas contra la libertad de expresión. Y desde Siria hasta Ferguson, Missouri, hay muchos escenarios que continúan siendo peligrosos para los periodistas. Sin embargo, en compensación, la prensa ya no está tan expuesta a las presiones de los gobiernos; esta es una situación que estimula el periodismo de investigación. Para tomar dos ejemplos en los que la prensa se ha convertido, al menos marginalmente –hablamos de China y Vietnam–, en algo más difícil de controlar gracias a las redes sociales, Internet y algunos valerosos (o irreverentes) periodistas de pensamiento independiente, eran escenarios totalmente vedados a los medios que ahora empiezan a abrirse lentamente.

 Los despidos masivos de los periodistas más curtidos en todo el mundo constituyen una ventaja: hay un grupo de gente con experiencia lista para formar a una nueva generación y proporcionar memoria institucional para iniciativas innovadoras. Algunos de esos veteranos que no están ocupados con la enseñanza (o en empleos de relaciones públicas, pero este es un tema para otro momento), están muy ocupados en la búsqueda o la gestión de espacios sin ánimo de lucro que se dedican al trabajo más duro del periodismo de investigación. Entre ellos están 100 Reporters, Global Journalism Investigative Network, Forum for African Investigative Reporters, Investigative Reporters and Editors, Investigative News Network, SCOOP y el Consortium of Investigative Journalists. Todas estas organizaciones se están beneficiando de experimentados redactores y periodistas que habían sido despedidos de medios tradicionales y obligados así a ayudar a las nuevas generaciones; por cierto también a aprender de ellas.

 Nadie puede predecir cómo podrá financiarse en el futuro esta oleada de nuevos periodistas; tampoco puedo yo prometer que dentro de 10 años estaré tan contenta como lo estoy ahora con las perspectivas del periodismo de investigación. Algunos donantes ya están planteando requisitos que podrían imponer restricciones a la actividad periodística del futuro, como exigir a las publicaciones que cumplan ciertos parámetros que prueben el impacto de sus artículos. Aun así, si la historia del periodismo de investigación en Estados Unidos nos ha enseñado algo: que los sitios de noticias vienen y van; sin embargo, perdura el legado de los grandes periodistas de investigación y la tradición que inspira a las nuevas generaciones de periodistas que asumen causas a favor o en contra de algo.

 Es posible que deban pasar años para que se noten verdaderos cambios en el periodismo de investigación y que la mayor parte de los sitios de noticias no tengan beneficios económicos y se vean obligados a desaparecer sea cosa del pasado. A veces, estos sitios estaban llevados por apasionados luchadores que captaron el momento, escribieron las notas y después se marcharon. Everybody’s Magazine cerró hace mucho tiempo, pero el trabajo de Upton Sinclair en 1908 sobre el escándalo del Trust de la Carne, específicamente Armour & Co. abrió los ojos de los estadounidenses para que se enteraran de la forma en que se producía la carne en Estados Unidos. ¿Quién recuerda “In Fact”? Fue la clarividencia de George Seldes la que le llevó a escribir en 1941 sobre el peligro que representaba la nicotina presente en los cigarrillos; lo hizo en las páginas de un medio que, aunque ya no existe, ha resistido el paso del tiempo. Y si bien McClure’s, I.F. Stone’s Weekly y Ramparts están cada día más lejos en nuestros recuerdos, las consecuencias de sus trabajos de investigación se han abierto camino hasta nuestros días.

 Pero esto no es algo peculiar de Estados Unidos.

 En su ascendente carrera, los periodistas jóvenes son formados para un oficio que –la historia nos lo cuenta– durará más que cualquier publicación conocida. Ory Okolloh, de la Red Omydiar, remarca esto regularmente. Ella nota que después de que el pionero periódico nigeriano Next234 quedó fuera del negocio, sus reporteros y redactores sencillamente se reubicaron en otros sitios de noticias de África, donde están escribiendo importantes trabajos y formando a una nueva generación de articulistas.

 Para el periodismo de investigación, la injusticia es un maná que nunca cesa. Mientras la mayor parte del negocio informativo fluctúa continuamente, los mejores periodistas con ganas de investigar están encontrando el camino para hacer que en nuestra vida brille la tan necesitada luz que los poderosos querrían ver apagada. Quizá estos tiempos sean difíciles y de escasez, pero no nos dejemos engañar: también son tiempos extraordinarios. Esto es algo incuestionable; si tú eres un lector con acceso a Internet, estás viviendo la nueva era dorada del periodismo de investigación.

 * A veces, los diccionarios nos juegan malas pasadas: el Oxford bilingüe que utilizo normalmente –un buen diccionario– traduce muckraker como “periodista sensacionalista”; ciertamente, muy lejos de lo que nos explica la autora de la nota, Anya Schiffrin. Afortunadamente, Wikipedia, me ayudó a poner las cosas en su sitio: “muckraker es, en inglés, el nombre con el que se conoce al periodista o grupo semiorganizado de periodistas o escritores norteamericanos que, a comienzos del siglo XX, se dedicaron a denunciar públicamente la corrupción política, la explotación laboral y una serie de abusos, inmoralidades y trapos sucios de personajes e instituciones de la época”. Literalmente,muckraker significa ‘removedor de basura’. Después, el Webster’s Seventh New Collegiate Dictionary me confirmó la traducción de Wikipedia. (N. del T.)

 Anya Schiffrin es directora de especialización en medios y comunicación de la Escuela de Asuntos Internacionales de la Universidad de Columbia. Enseña innovación en los medios y escribe sobre periodismo y desarrollo, también sobre los medios en África. Schiffrin ha trabajado 10 años como periodista en el extranjero –en Europa y Asia– y forma parte de los consejos consultivos en Periodismo Independiente del Programa Fundaciones para una Sociedad Abierta y en el Revenue Watch Institute. Su libro más reciente es Global Muckraking: 100 Years of Investigative Jornalism from Around the World (New Press, 2014). Un agradecimiento para Hawley Johnson, Jillian Hausman y Angela Pimenta por su trabajo de investigación en esta obra.

 Fuente: http://www.tomdispatch.com/blog/175886/

Traducido del inglés para Rebelión por Carlos Riba García