#Opinión: Ay, Sabina

Por Miguel Martín Felipe

«Estoy tratando de decirte que me desespero de esperarte, que no salgo a buscarte porque sé que tengo miedo de encontrarte.

Que me sigo mordiendo noche y día las uñas del rencor. Que te sigo debiendo todavía una canción de amor».

RegeneraciónMx.- Aún recuerdo con cariño aquellos versos que mi amigo David y yo cantábamos por ahí del año 2006, cuando estudiábamos juntos la carrera de lingüística y acabábamos de descubrir el disco homenaje a Andrés Calamaro que contenía la pieza Todavía una canción de amor, cantada por Joaquín Sabina, autor original de la letra, pero que en versión original fue grabada por Los Rodríguez, el grupo que Calamaro formó en España en los años 90.

A Calamaro le reconozco su música, pero también la “honestidad brutal” de admitirse de derechas, pro taurino y pro drogas duras. Jamás congeniaría con él en esos temas, pero le agradezco no jugar a las apariencias por quedar bien con sectores progres que en muchos casos son el sustento de la industria debido a sus alcances económicos.

Mi camino hacia Joaquín Sabina fue atípico en el aspecto de que no lo conocí antes que a Bob Dylan, en quien él mismo reconoce a una de sus principales influencias. Ya llevaba yo un recorrido bastante largo sobre la música y la lírica del ahora Premio Nobel de Literatura, pues recuerdo que desde el año 2000, cuando me desesperaba lo lentas que eran las descargas, y a veces con poco presupuesto para comprar los discos originales, cultivé la ahora entrañable costumbre de, por aquel entonces, hacer incursiones sabatinas al tianguis del Chopo o a Tepito en busca de los álbumes de Bob Dylan en su modalidad de CDs piratas.

En esos tiempos hacían mis delicias canciones como Jokerman, Like a rolling stone, Tangled up in blue, When the night comes falling from the sky o Lay lady lay. Me di a la tarea de estudiar las letras y después aprendérmelas en la guitarra. La exigencia en el instrumento, así como la interpretación vocal, como en el grueso de la obra de Dylan, eran mínimas, así que en poco tiempo ya me encontraba paladeando al máximo ese nuevo mundo al que había accedido de lleno. Y no les cuento el placer que fue conseguirme mi holder y poco a poco ir armando mi set de armónicas Hohner.

Por lo anterior, y un poco a sabiendas de que Joaquín Sabina abrevaba bastante en la obra de Dylan y en la imagen de Leonard Cohen, aparte de las poses que dentro de mi propia familia propiciaba, lo dejé reposar por mucho tiempo y fue solo cuando a finales de 2005 me adentré en la obra de Calamaro, émulo declarado de Dylan sin tapujos, que en su disco de homenaje me encontré con la deliciosa y sentida interpretación de Sabina citada al principio.

Ese fue para mí el momento de darle una oportunidad. Experimenté el mismo proceso en cuanto a asimilarlo como parte de mi repertorio para aquellas tertulias juveniles, pero encontrando sin sorpresas las referencias y homenajes a Dylan. La dinámica social a su alrededor aún era la misma. Sus seguidores eran personas en etapa universitaria, o bien en sus 30 o 40, con cierto nivel de educación, posibilidades económicas y asiduidad a la lectura, aunque con reparos hacia la música en inglés.

Muchos se identificaban con lo que por entonces se entendía por progresismo, aquí en México, donde a nivel federal jamás había gobernado la izquierda ni se había llegado a un grado de politización tal en el que fuese imperioso que todos asumiéramos una postura política, pues vivíamos bajo un conveniente régimen gatopardista donde criticar al gobierno en turno otorgaba cierta estatus.

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Sabina vivió en carne propia la persecución y en algún momento llegó a exiliarse en Inglaterra. Posterior a la muerte de Franco, y conforme las cosas se relajaban en España, poco a poco fue abriéndose paso en la escena del rock madrileño.

Fiel testimonio de ello es el disco grabado en vivo Joaquín Sabina y Viceversa (1986), donde compartió escenario con gente de la talla de Javier Gurruchaga de la Orquesta Mondragón, Luis Eduardo Aute y Javier, Krahe. Se le identificaba como parte de una caterva de músicos que no tenía reparos en asumirse como “de izquierdas” dentro del contexto histórico que les tocó vivir en España durante la segunda mitad del siglo XX. Hacía declaraciones esporádicas en materia política que nunca fueron más allá de ser fijaciones declaraciones de intenciones expresadas en forma de verso y terminando con una carcajada. Incluso cuando compartió escenario con Serrat en las giras a dúo de 2007 y 2012, el tema político quedó totalmente fuera.

Durante la puesta en escena, el tema más relevante era la aspiración de ambos a ser “un chulo (proxeneta) de musas”. Considero que esa expresión refleja esa visión utilitaria y falta de todo compromiso que sabina siempre ha tenido para con el arte. ¿Será que ha prevalecido en occidente una muy conveniente tradición europeizante de desarrollar el sentido de la estética en total alejamiento de la conciencia social y Sabina es un reflejo de ella?

Lo más escandaloso que se supo de Joaquín Sabina últimamente fue su ruptura con las causas de izquierda, al menos en términos de lo que se esperaría de él en Latinoamérica, toda vez que, sobre todo desde los años 90, el jienense se ha encargado de construir una muy entrañable relación con personajes de México y Argentina. Chavela Vargas, Maradona y Charly García, por citar algunos, han sido grandes amistades de Sabina dentro y fuera de los escenarios. Todos ellos identificados con el pensamiento de izquierda. Pues bien, abonando a la narrativa de los medios hegemónicos, Joaquín Sabina en 2022, mientras promocionaba el documental Sintiéndolo mucho, declaró lo siguiente:

«Esta deriva me rompe el corazón, justamente por haber sido tan de izquierdas. Pero ahora ya no lo soy tanto, porque tengo ojos, oídos y cabeza para ver las cosas que están pasando. Y es muy triste»

Se refería a una supuesta decepción de la izquierda latinoamericana. La figura de Joaquín Sabina, a la hora de relacionarlo con posturas políticas, resultaba ya muy conveniente desde antes. Todo era un hablar muy por encima para mantener la imagen de contestatario, pero nunca mojándose de lleno. Eso lo evidenció también en 2012, cuando para la gira Dos pájaros contraatacan, consiguió a través de amigos judíos dar recital junto con Serrat en Tel Aviv, Israel.

Ante las críticas se declaró “neutral” y soslayó el desigual conflicto que hasta hoy tiene a Palestina al borde de la aniquilación. Pero no solo fue eso, sino que, en 2014, volvió en solitario a dar presentaciones a Israel, dejando siempre claro que lo movía la amistad y no le importaba en lo más mínimo fijar una postura con respecto al genocidio.

Por más “leido y escrebido” que pudiera ser, y por más que provenga de una realidad de exilio y persecución política, no deja de ser ciudadano de un país monárquico y saqueador. Y aunque sí hay españoles conscientes y solidarios, como los compañeros de La Base, casos como éste son contados. La realidad es que muchas personas se hicieron falsas ideas durante mucho tiempo sobre figuras como Sabina, cuya obra nunca se enfocó en la lucha social, sino más bien en una estética que casualmente fue abrazada como marca de prestigio por estratos altos y aspiracionistas.

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Salvo por la etapa en el café La Mandrágora, que queda registrada en el magnífico disco homónimo (1981) grabado in situ junto a Alberto Pérez y Javier Krahe, las muestras de conciencia política en su obra se reducen a pequeñas puyas dentro de una lírica francamente narcisista y por momentos obsesiva de que se noten las referencias literarias.

No me imagino a Sabina recorriendo el arrabal en mangas de camisa y conviviendo con el pueblo como Manu Chao, quien colaboró con él en 1996 para la pieza No sopor…, no sopor…. Sus correrías nocturnas consistían en jugar al filántropo de aquellas a quienes, con supuesto cariño, nombra como “putas”, para luego derivar en tertulias de sonetos, canciones, guitarras y bebidas caras, y con personajes de las altas esferas sociales.

Las revoluciones en las que sí cree, son aquellas prioritarias en los países que tienen las necesidades básicas satisfechas. Ya en su canción Como te digo una co te digo la o (1999), sobre la hambruna en Cuba decía: «Que tengan la culpa Clinton o Fidel (…), lo mismo me da». Así pues, tenemos a un Sabina ya desde entonces desinformado o que intencionalmente dejaba de reconocer el bloqueo que esa nación hermana padece por parte de EEUU. No le interesa la historia de vejación del continente americano, donde la perenne desigualdad causada por una corrupción heredada desde la conquista, hace que las prioridades de la sociedad y de los gobiernos de izquierda sean otras.

Se vale leer a Sartre, Rulfo, Camus, Dylan, Cohen, García Márquez, Rimbaud, Eliot, etc. Podemos apreciar esas y otras manifestaciones artísticas, pero no dejar que nos hagan sentir más especiales que aquellos desposeídos que nunca tuvieron acceso a ello por falta de recursos.

Ha habido muchos otros artistas más congruentes y sensibles. Pienso en el fallecido Óscar Chávez. Ciertamente, el personaje que compuso en Los Caifanes era una proyección de sus guionistas snobs sobre cómo concebían el arte, como un vehículo para obtener encuentros sexuales y alimentar el ego.

Sin embargo, su legado como luchador social y recuperador de las tradiciones del México profundo hacen que en este momento yo lo considere por encima de Sabina. Prefería comerse un taquito de frijoles con campesinos que buscar jóvenes guapas para enamorarlas con sonetos y ocurrencias chuscas.

No tuvo la misma proyección porque sus convicciones le cerraron las puertas de la industria. Sabina siempre las tuvo abiertas porque jamás pateó el tablero en aras de un verdadero compromiso social. Prefirió construir a ese personaje bohemio que nos contempla a todos desde su trono con aires de superioridad y cero compromisos con otra causa que no sea la de su hedonismo. Y abrir otro melón sería una comparación con el entrañable Serrat.

Fue muy grato cantar sus canciones en mi época de estudiante, pero ya estamos grandecitos y es tiempo de definiciones.

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