Duele México, carta de una estudiante mexicana en el extranjero

Australia

Ximena García

Regeneración, 18 de noviembre de 2014. Tristemente suena trillado escribir que me duele México. En momentos de reflexión, cuando me pregunto cómo es posible la situación actual de mi país, he reconocido como dos de los principales factores la pasividad y apatía de la sociedad mexicana. Igual, suena a lugar común, pero resulta menos abstracto y más impactante cuando se experimenta en persona y entre seres queridos. Hace unos días hablaba con uno de mis mejores y más estimados amigos, que actualmente cursa estudios de posgrado en ciencias sociales en el extranjero. Me contaba lo admirable que le parecieron los movimientos de resistencia pacífica en aquel país. Me platicó que él y una compañera suya, también mexicana, se preguntaron si en México había casos similares y al parecer no pudieron mencionar alguno reciente o relevante. Al principio no me llamó la atención, pero la sorpresa y la indignación fueron creciendo dentro de mí al darme cuenta de que prácticamente IGNORABAN UNA DÉCADA de movimientos de resistencia pacífica en México, muchos de ellos de ALCANCE NACIONAL. Simplemente, no los tienen registrados en la memoria.

Lo que más me horroriza es la certeza de que aquellos amigos míos no son cínicos o egoístas, sino que honestamente se esfuerzan cada día por ser buenas personas. Además de haberse distinguido como alumnos de uno de los mejores centros de estudio en ciencias sociales del país, mi experiencia personal me hace considerarlos igualmente inteligentes. Por su formación de años estudiando ciencias políticas, deberían estar informados de los acontecimientos más importantes de su propio país. Sin embargo, según su interpretación de la realidad nacional, de la cual formaron parte cotidianamente, durante los últimos años no ha habido en México movimientos de resistencia pacífica que valga la pena mencionar. ¿Y La Otra Campaña del Ejército Zapatista de Liberación Nacional para denunciar las mentiras y corrupción de los políticos en 2005?, ¿y el movimiento para solicitar el recuento de votos ante las sospechas de fraude electoral en 2006?, ¿no cuenta como resistencia pacífica un campamento de 12 km sobre la avenida más grande del país que no registró ningún incidente violento durante mes y medio de duración?, ¿los campamentos en contra de la privatización del sector energético durante 2007 y 2008?, ¿las manifestaciones en todo el país para exigir un fin a la violencia que dejó más de 90,000 muertos y 26,000 desaparecidos durante el sexenio de Felipe Calderón, incluida la marcha encabezada por padres de hijos desaparecidos que paralizó la Ciudad de México durante un domingo entero y los Diálogos de Paz celebrados en Chapultepec en 2011?, ¿los movimientos campesinos para preservar la soberanía nacional sobre la producción de maíz?, ¿el movimiento para salvar el territorio sagrado huichol de Wirikuta?, ¿el breve movimiento estudiantil #YoSoy132 en contra de la manipulación mediática de la campaña electoral de 2012?, y ¿el movimiento nacional en contra de las reformas energética y educativa durante 2013?

A pesar de haber vivido en el mismo país en el cual se desarrollaron todos estos movimientos, por mencionar sólo algunos, a pesar de haber escuchado las noticias e incluso haberse quedado atascados en embotellamientos a causa de alguna manifestación, a ellos no les vienen en mente cuando se habla de movimientos de resistencia pacífica en México. ¿Por qué, si como mencioné anteriormente no son malas personas y además de ser inteligentes cuentan con estudios sólidos en ciencias políticas y sociales? La respuesta a la que llegué y que describiré a continuación es avasallante. El Estado, además de reclamar para sí el monopolio de la violencia y ser la principal unidad de acumulación de capital dentro del sistema económico mundial, también es el principal productor de realidad simbólica. Es decir, es la unidad política con mayores capacidades para moldear la percepción de la realidad de los individuos, la manera en la cual interpretan su acontecer cotidiano y como resultado, la forma en la que son capaces de sentir e imaginar.

Tristemente, la anécdota que describí es uno de los triunfos del autoritarismo mexicano, que durante años presentó y sigue presentando cualquier intento de protestar en espacios públicos y de ser activo políticamente como actividades infundadas, ilegítimas, irracionales y peligrosas, cuando no invisibles. La mayoría de los mexicanos, a pesar de sus buenos sentimientos, son incapaces de reconocer movimientos de resistencia civil pacífica si las noticias no los describen como tales. Son incapaces de considerar sospechas de fraudes electorales, a pesar de saber que la manipulación de votos fue y es una de las características principales del sistema político. Son incapaces de entender un movimiento si las noticias dicen que su líder está loco y obsesionado con el poder, a pesar de saber que la mayoría de los medios de comunicación en México están coludidos con el Estado. Son incapaces de registrar movimientos indígenas o campesinos, porque el pasado colonial les enseñó que los indígenas son invisibles y la promesa modernizadora hizo lo propio con el campo. Son incapaces de escuchar a estudiantes que protestan, porque la matanza de Tlatelolco de 1968 ya les enseñó cómo se escucha a los estudiantes que protestan. Son incapaces de simpatizar con una manifestación que pueda cuestionar la creencia de que “el país no está tan mal”, pues son incapaces de percibir la realidad fuera de los márgenes cognitivos dentro de los cuales fueron programados por un Estado autoritario y una sociedad conservadora. No pueden aprehender gran parte de la realidad en la que viven, aunque la viven.

 Por eso en México un presidente puede retirarse tranquilamente después de haber dejado sin resolver una crisis de seguridad que ocasionó más de 90,000 muertes y 26,000 desapariciones, por eso el presidente siguiente puede encubrir un crimen de Estado y presentarse en cumbres internacionales para promover al país como una economía emergente. Por eso el procurador general puede decir en una conferencia de prensa que “ya se cansó” de que lo cuestionen al respecto. Por eso México es uno de los países más peligrosos para ejercer el periodismo. Porque incluso los buenos han sido despojados de las herramientas cognitivas para darse cuenta de lo que pasa en el país y actuar en consecuencia, y por eso el trabajo de los que sí las tienen es más difícil y más arriesgado. Porque a pesar de haber dedicado meses e incluso años a lo que consideran una causa justa, hay gente que sigue pensando que en México “no hay movimientos de resistencia pacífica”, porque si el Estado los llega a desaparecer, habrá quienes simplemente no serán capaces de registrar tales eventos en su acontecer cotidiano.

 En verdad espero que el enojo y el activismo desatados por la desaparición de los 43 estudiantes de Ayoztinapa este verano sean duraderos. Sin embargo, recuerdo tantas veces en las cuales las mismas personas que ahora se muestran indignadas y publican en redes sociales que “la indiferencia es complicidad”, permanecieron indiferentes ante todas las injusticias y atrocidades que se han gestado en México desde el inicio de la década pasada e incluso se negaban a informarse al respecto. Me da tristeza la posibilidad de que, tomando en cuenta cómo el Estado autoritario y la sociedad conservadora han moldeado sus capacidades cognitivas para ignorar la actividad política de protesta en el país, sus pronunciamientos y acciones se expliquen porque ahora está de moda poner comentarios al respecto en Facebook y quejarse en reuniones con amigos. Me da tristeza pensar que este es un caso aislado y me horroriza pensar que en cuatro o cinco años regresarán a sus característica indiferencia y pasividad cotidiana, pues significaría otra victoria más para un Estado acostumbrado a reprimir y a asesinar impunemente. En ese caso, no sabría cómo México podría tener una segunda oportunidad.