“¡Alto, los valientes no asesinan!… sois unos valientes, los valientes no asesinan, sois mexicanos, éste es el representante de la ley y de la patria” Guillermo Prieto
Por la mañana de este día domingo, Landa vio cómo se había debilitado su prestigio personal y su autoridad entre sus compañeros sublevados. A las nueve, la corneta tocó a parlamento, cesó el fuego y se abrieron las conferencias en el templo de San Agustín para negociar la liberación de Juárez. Mientras esto ocurre, el general liberal Miguel Cruz Aedo, con una columna de treinta hombres escogidos entre voluntarios, decide asaltar el palacio de gobierno. Marchan “a la deshilada” y al llegar a la esquina de la cárcel, vieron que había un cañón custodiado por un centinela, se lanzan sobre la pieza para ronzarla y abrir fuego sobre el palacio; los muchos curiosos que estaban en la plaza huyeron, lo que alertó a los pronunciados que salieron a los balcones y descargaron la fusilería sobre la columna que retrocedió destrozada. Con los pocos que quedaban, Cruz Aedo se retiró al templo de San Francisco.
Al fragor del combate, el teniente rebelde Filomeno Bravo, quien el año anterior había sido el causante de la muerte del gobernador Manuel Álvarez y que en ese momento era el capitán del 5º Batallón y estaba a cargo de la custodia del presidente preso, se sintió traicionado por el ataque liberal y sin órdenes hizo tomar las armas a los soldados de la guardia bajo su mando, los formó frente a Juárez, que de pie apoyaba la mano en el picaporte de la puerta que conducía a otra pieza y dio la voz ¡al hombro! ¡presenten! ¡preparen! ¡apunten!, en aquel momento se presentó Guillermo Prieto que ante las bocas de los fusiles y cubriendo con su cuerpo al del Presidente, dirigió a los soldados unas sentidas palabras que se impusieron a la orden de ¡fuego!: “¡Alto, los valientes no asesinan!… sois unos valientes, los valientes no asesinan, sois mexicanos, éste es el representante de la ley y de la patria”. Entonces, los soldados sin aguardar otra orden, ante la impactante oratoria de Prieto, paulatinamente echaron sus armas al hombro y se quedaron impasibles.