México: la batalla final es civilizatoria

 Por Víctor M. Toledo /II | La Jornada 
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Regeneración, 7 de agosto 2014.-La primera parte de esta serie de artículos (La Jornada, 22/7) terminaba preguntando ¿qué evidencias permiten suponer que la civilización mesoamericana subsiste y persiste? ¿No estaremos idealizando o romantizando? Y más aún, ¿por qué se afirma que serán los mesoamericanos los principales oponentes al modelo civilizatorio industrial? Para responderlas debemos de principio acudir inexorablemente a la demografía, a los datos duros de la población. Éste ha sido un asunto históricamente escabroso, no sólo porque entre más nos alejamos del presente las estadísticas son poco fiables, sino porque existe además una permanente tendencia a ocultar, sesgar, escamotear y/o minimizar toda cifra que muestre la existencia de los miembros de la civilización avasallada, y peor aún de su crecimiento.
Foto: Tosepan
Foto: Tosepan

De entrada no hay forma de garantizar la demografía de Mesoamérica a la llegada de los europeos y de estimar con certidumbre el impacto de la conquista sobre la población nativa. En uno de los ensayos más completos sobre el tema, el demógrafo Robert McCaa (1997)* distingue tres corrientes de interpretación de la realidad poblacional de esa época: los catastrofistas, los moderados y los minimalistas. Los primeros, entre quienes destacan S.F. Cook y W. Borah, calculan la población mesoamericana en 25.2 millones y el impacto negativo sobre esa en 90 por ciento. Los segundos estiman una población de cinco a 10 millones, la cual tuvo una reducción de 50 a 85 por ciento. Finalmente para los minimalistas la población es estimada en 4.5 millones con una reducción por la conquista de 25 por ciento. No sólo diferentes cálculos de la población originaria, sino diferentes números de la masacre. De acuerdo con Cook y Borah, la población nativa pasó de 25.2 millones en 1519 a 6.3 millones por 1545, 2.5 millones en 1570, y 1.2 millones en 1620.

Durante la época colonial no hay más que aproximaciones. Lo que sí existe es el registro del elevado número de rebeliones indígenas: yaquis (1740, 1767), mixes (1570), mayas (1712, 1761), rarámuris (1690, 1698), zapotecos (1660, 1770) y muchas más, las cuales fueron sometidas de forma sangrienta. Al momento de su independencia en México habitaban ya casi 5 millones. Un documento reporta hacia 1822 un millón de blancos, 1.3 millones de mestizos y 3.6 millones de población originaria. Para 1862 otro cálculo eleva a 5 millones el número de indígenas de un total de 8.4 millones de mexicanos, es decir, 60 por ciento.

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Con el siglo XX arribaron los censos de población, y con ello una sórdida batalla. Sorprende, no obstante su importancia, la casi total ausencia de analistas sobre la evolución demográfica de los mesoamericanos. Aun en las últimas décadas ni demógrafos ni antropólogos ni sociólogos, mexicanos o no, se han acercado a profundizar sobre el tema desde una óptica crítica. Los pocos que lo han hecho, encabezados por la investigadora Luz María Valdés, adoptan una posición oficialista, conservadora y poco inquisitiva. Veamos. Hacia 1900 la nación contaba con 13.6 millones de habitantes, de los cuales casi 70 por ciento vivían en asentamientos rurales. Dadas las tendencias y tasas de reproducción se puede estimar conservadoramente que al menos la mitad de la población rural correspondía a la población originaria: 6.8 millones. Las dos décadas siguientes el país sufrió la pérdida de probablemente hasta 2 millones de ciudadanos, y es de esperarse que a esa cifra macabra los pueblos originarios aportaron un numeroso contingente. En el censo de 1921 se introdujo un criterio de raza al preguntarle al encuestado si se consideraba blanco, mestizo o indígena. Fue la última vez: 25 por ciento de los 14.3 millones de censados respondieron ser indígenas, es decir, al menos 3.6 millones. Los modernizadores comprendieron lo peligroso de la pregunta. A partir del censo de 1930 esa pregunta se omitió y la población registrada como hablante de lengua indígena descendió a 2.25 millones y se mantuvo en casi 3 millones hasta 1970. Los mesoamericanos fueron literalmente enviados a la congeladora.

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Con el propósito de enmendar el concepto restringido de los censos nacionales de población que sólo registran la población hablante de alguna lengua indígena, los organismos gubernamentales dedicados a atender ese sector social (INI, Conapo, CNPI, etcétera) han hecho ajustes considerando otros parámetros. Así, la población indígena calculada aumenta dejando 8.5 millones en 1990 y 12.7 millones en 2000. Tuvieron que pasar ocho décadas para que los diseñadores del censo volvieran a agregar la pregunta incómoda, la misma que ha abierto la caja de Pandora y que seguramente desatará los demonios de la rebelión civilizatoria: ¿usted se considera indígena? De ahí ha surgido un escenario contundente. El censo nacional de 2010 registra al menos 18.15 millones de indígenas resultante de la suma de varios componentes (ver cuadro). El antropólogo Guillermo Bonfil tenía razón: nunca se había contado de manera correcta a la población originaria, pues la lengua no es un rasgo suficiente. Esta cifra alcanzará los 20 millones o más cuando se agreguen otros segmentos de la población (por ejemplo, los otros miembros de las familias de quienes se consideran indígenas). En suma, la civilización mesoamericana está hoy representada nada menos que por uno de cada cinco mexicanos. En la próxima colaboración revisaremos lo que este simple número significa en el teatro social, cultural y político de México.

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