• El dictador Díaz gobernó México por mas de treinta años
• El 25 de mayo de 1911 presento su renuncia presionado por la revolución iniciada en noviembre de 1910
• El 26 de mayo, Porfirio abandono la ciudad de México en tren rumbo a la ciudad de Veracruz. Escoltado por el general Victoriano Huerta, llegando al puerto el mismo día por la tarde. No sin antes librar la última batalla militar en los límites del estado de Veracruz, en donde el convoy fue atacado por revolucionarios
• El 31 de mayo de 1911, el derrocado Dictador Porfirio Díaz, vencido por la Revolución se embarca en Veracruz en el vapor alemán Ypiranga, rumbo al exilio en Europa, para ir a morir a su querido París, donde murió el o 2 de julio de 1915
Video presentación del libro ‘Neoporfirismo, hoy como ayer’ con Jesús Ramírez Cuevas y Pedro Salmerón.
Regeneración. Mayo 31, 2014 México.- En unos cuantos meses la rebelión se extendió, y un régimen basado más en el consenso de las élites que en la fuerza se vino abajo. En su renuncia presentada el 25 de mayo de 1911 al Congreso, un genuinamente sorprendido y, sobre todo, dolido, Porfirio Díaz, afirmó:
“El pueblo mexicano, ese pueblo que tan generosamente me ha colmado de honores… se ha insurreccionado en bandas milenarias armadas… No conozco hecho alguno imputable a mí que motivara ese fenómeno social”.
Y pese a no admitir culpa alguna por lo que acontecía, pero no deseando ser causa de más derramamiento de sangre ni de la ruina del crédito internacional de México, Díaz, con su ejército casi intacto, anunció que renunciaba “sin reserva” al cargo que había acaparado por tres decenios.
Confiaba el viejo caudillo, según el último párrafo de su renuncia, que “calmadas las pasiones que acompañan a toda revolución”, se hiciera un juicio correcto, justo, de su obra para que pudiera morir sabiendo que el pueblo mexicano finalmente le tenía, por fin, en la misma estima en que, según él, siempre había tenido a sus compatriotas. No fue el caso, porque en la práctica Díaz siempre mostró una baja estima para el grueso de los gobernados.
Don Porfirio murió en el exilio en 1915, es decir, cuando las pasiones desatadas por la Revolución no sólo no se habían calmado sino que iban en aumento. Ochenta y cinco años más tarde esas pasiones que sacaron a Díaz del poder ya se calmaron, pero los restos de don Porfirio siguen aún en tierra extranjera. Y es que si bien la carrera y obra del héroe del 2 de abril puede apreciarse ya con mayor objetividad, y sin duda hay mucho de positivo en ellas, tanto en la etapa que luchó contra los intervencionistas franceses como en su esfuerzo posterior, desde la presidencia, por pacificar y modernizar al país. Empero, el aprecio no ha surgido porque el reverso de la medalla sigue siendo juzgado con dureza, sobre todo en esta época de ascenso de lo que Díaz siempre negó: la democracia.
La naturaleza del porfiriato fue la propia de un régimen que ofrecía un respeto formal a las normas legales —la Constitución de 1857— pero que en la práctica aplicó las opuestas y subvirtió de manera permanente el Estado de Derecho. La medida real de la estima en que el presidente por 30 años tenía a sus compatriotas la dan no sus palabras de despedida, sino la manipulación sistemática del proceso electoral y la corrupción también sistemática que toleró en beneficio de un puñado de leales.
Finalmente, el México de Díaz fue un país de súbditos sin derechos, no de ciudadanos; y la falta de equidad, de sentido de la solidaridad en la sociedad oligárquica que contribuyó a crear y estabilizar, produjo esa deformación monstruosa denunciada con pasión por don Andrés Molina Enríquez y que robó de su dignidad mínima a la mayoría. Nadie que no fuera Díaz pudo llamar a cuentas a ningún alto funcionario y en cuanto a Díaz mismo y antes de la rebelión maderista, nadie, absolutamente nadie, pudo nunca exigirle cuenta de sus actos a Díaz.
En suma, hasta 1910 el único soberano en México era Díaz y en ningún momento el pueblo. Tan fuerte fue la herencia negativa porfirista que la Revolución no la acabaría sino que terminaría por incorporarla… íy porfirizarse!, pero sustituyendo al dictador de carne y hueso por uno, en principio, sin límite en el tiempo: el presidencialismo priísta.
Lorenzo Meyer | La sustitución de un dictador por otro. 2000