¿Qué es lo común? ¿Qué nos compromete con los otros y hasta donde? ¿Qué nos concierne? Reconocer que la vida es un problema común nos compromete en algo que nos incumbe a todos. Desde ahí la noción misma de compromiso político se resignifica. Ya no depende de la voluntad, no es una opción, es reconocer esa realidad y tomar posición, estas son algunas ideas de Marina Garcés, autora del libro Un mundo común, que llama a liberar la riqueza de la vida de su mercantilización
Regeneración, 8 de noviembre de 2015. La filósofa catalana, Marina Garcés, visitó México para presentar su libro Un mundo común (Bellaterra, 2013), En la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, reflexionó sobre la idea de lo común y sobre el compromiso, bajo la pregunta ¿qué nos compromete con los otros y hasta donde? ¿Qué nos concierne?
El proyecto PAPPIT de la UNAM titulado “Modernidades alternativas”, dirigido Márgara Millán, presentó al 6 de noviembre a Marina Garcés, integrante del colectivo Espai en Blanc de Barcelona, España.
Marina Garcés advirtió contra la tentación fácil de resolver estas interrogantes en términos de comunidad. Como concepto político, comunidad, inmoviliza expectativas y presupuestos y supone la idealización de un vivir juntos armónico, donde lo particular se resuelve en una nueva unidad. “Si proyectamos esa expectativa, estamos en el fracaso, pues el compromiso siempre acabará siendo insuficiente, siempre será defraudado”, sostiene la filósofa.
Según Garcés, el compromiso no es el «deber ser» y sino la aceptación de descubrirnos vinculados, autodependientes, sujetados, entrelazados a los demás. No es algo que se pueda exigir, sino es aquello en lo que ya estamos, el punto de partida que nos lleva a una toma de posición.
La autora centra su reflexión sobre la frase del filósofo francés Maurice Merleau-Ponty: «La certeza injustificable en un mundo que nos sea común es para nosotros la base de la verdad».
Esta certeza nos obliga a dejarnos comprometer, porque nuestros cuerpos ya están involucrados, ya vivimos unos en manos de los otros. El mundo no está en frente de nosotros, nosotros estamos en dentro.
Marina Garcés nos invita a “reconocer que la vida es un problema común” y eso “nos compromete en algo que nos incumbe a todos, desde situaciones muy distintas e incluso antagónicas. Desde ahí la noción misma de compromiso político se resignifica. Ya no depende de la voluntad, no es una opción, es reconocer la realidad y tomar posición”.
Comprometerse no es una decisión libre, unilateral, ni una opción contractual, pues en ambos casos se legitima una distancia con los otros y se convierte el compromiso en algo que podemos revertir y cancelar. “Desde esa posición es muy fácil defraudar esos vínculos”, advierte la filósofa.
Este dejarse comprometer nos coloca en una relación de reciprocidad, que elimina las barreras de la inmunidad y de la distancia. El compromiso no es “entregarnos a una gran causa, sino apropiarnos en común de nuestras vidas”. Sólo así se logra construir una “experiencia del nosotros” y liberamos la riqueza del mundo.
Entender de esa manera el compromiso es dejarse afectar por lo que no controlamos y no hemos escogido ni decidido. Todo compromiso una transformación que no garantiza resultados. “Es la experiencia de la vulnerabilidad como potencia. Por eso muchas veces huimos de nuestros compromisos, porque nos obligan a ir más allá de ese individuo que pretendemos ser y nos muestra afectables (no débiles)”.
La experiencia del nosotros es simplemente asumir que es imposible ser sólo un individuo. Cuando nos comprometemos aparece el nosotros, ese plural que la existencia abre y que a veces no sabemos identificar…
El nosotros es una potencia abierta que busca ser neutralizada de tres maneras: en términos de contrato social (concepción liberal de la sociedad formada por individuos autónomos); con base en la idea de la identidad (la trinchera de lo colectivo como unidad, reconciliada con un pasado y un destino); la humanidad como plaga del planeta (ante la finitud de los recursos naturales).
En los tres casos se busca neutralizar “el nosotros”, que aparece una experiencia controlada y paranoica. El primero establece el límite del yo individual y erige la vida como propiedad privada; el segundo establece el límite de la identidad y obliga a gestionar y vigilar la pureza cultural y patrimonial de lo colectivo; y el tercero, pone el límite de la supervivencia de la especie ante la crisis ambiental.
Sin embargo, como señala Judith Butler en su libro Marcos de guerra, “nuestra supervivencia depende más de reconocer la cercanía de los otros que de establecer los límites y el control”.
Marina Garcés propone reconocer los vínculos de interdependencia como puntos de partida. Transitar sin miedo y sin proyectar falsas utopías, sin buscar figuras ideales sino ejerciendo prácticas materiales, situadas. Aprender a decir «nosotros» y recuperar la dignidad para decir «esta vida no queremos vivirla así», poniendo el límite de la dignidad común. Existen nuevas formas de politización, nos dice Garcés, “que no proyectan programas, sino que muestran la dignidad como experiencia directa, comunicable”.
Redefinir en común qué es la riqueza
Marina Garcés nos conmina a redefinir en común el sentido de lo que es la riqueza. “La guerra de hoy es por el valor, por definir quién pone el valor de nuestras vidas, en situación de «rebaja» y de expropiación. Para revertir esa situación y dar un valor a nuestras vidas, el compromiso debe alejarse del sacrificio, del imaginario del martirio y la renuncia”.
Hay que hacer del compromiso una afirmación de la riqueza inagotable de la vida, que no es la del dinero sino la de apropiarnos de nuestra vida para hacerla vivible. “Asumir el descaro de vivir. Esa es una acción desapropiadora, la riqueza no está ahí sino que es efecto de una relación liberadora en común”, escribe Garcés.
Marina Garcés dice en su libro: «Lo que puede tener dueño ya no es riqueza. Su inacabamiento, como potencia de continuación y de interpelación, ha sido neutralizado, acotado en los límites de una identidad y subordinado a una razón de ser (justificación, fundamento, finalidad o título de propiedad)…» (2013: 147).
La idea de un mundo común es la certeza que interrumpe la lógica de la mercantilización y privatización de la existencia y libera la riqueza de nuestras vidas.