En la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres hay un montón de factores, y una de las cosas necesarias en no tener miedo a que los demás nos llamen feminazis, si algo es misoginia y/o sexismo, y/o machismo, hay que llamarlo así. Reconocer es parte de la solución.
Por Fabiola Rocha
Regeneración, 28 de noviembre de 2016.- Es muy bonito saber quién eres, asumirte desde la particularidad de tu identidad, en mi caso, por ejemplo, provengo de raíces negras y españolas, tuve una bisabuela del color del ébano a quien amé profundamente y rompió mi corazón cuando murió.
Soy partidaria de la libertad, pero no tengo partido; poliamorosa, de cabello corto. Me considero teatrera y teatrista, delgada, defeña (aunque el DF ya no existe, sí para mí), mexicana. En mi rostro se conjugaron la nariz ancha de la costa chica de Guerrero, con la forma ovalada más bien mestiza, boca y ojos de mediano tamaño. Lo que soy, en el sentido amplio, está definido por mi educación, mi entorno, mi físico, mi actitud ante el mundo y que soy mujer.
Siempre traté, en el pasado, de minimizar este asunto (éste de tener una vagina en lugar de pene-o ninguno de los dos como los intersex-), pero conforme pasa el tiempo se va haciendo cada vez más visible para mí que sí es un factor que define y limita.
Escuché hace poco una charla en la que Denise Dresser hablaba sobre las elecciones de Estados Unidos, apuntaba que Hillary Clinton fue mucho más juzgada que Donald Trump y que eso sólo podía llamarse de una manera: sexismo.
Yo antes lo había pensado: ambos candidatos fueron del «establishment», blancos, «educados», prominentes, con gran poder (cada uno en su rama); conocidos por su falta de escrúpulos, no son personas de confiar, ni ella ni él. La diferencia más clara es que ella es mujer, y aunque muchas personas traten de convencerme de lo contrario, viendo todos los elementos, para mí es sexismo.
En el mundo, varias veces mujeres han llegado a puestos importantes, pero ante errores, son particularmente juzgadas; por ejemplo los casos de Dilma Rousseff en Brasil o Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, ambas enfrentando procesos judiciales en sus países y una de ellas (Dilma), incluso fue derrocada, y en su lugar tomó el poder su vicepresidente, Michel Temer, aunque carga con las mismas acusaciones.
En general, creo que a las mujeres se nos pide más y lo peor es que tenemos la sensación de no dar el ancho. Una de mis hermanas es médica, trabaja para el Instituto de Salud en la Ciudad de México, tiene, además un consultorio-farmacia. Tiene dos hijos, un marido.
Su caso es una locura (y al verla, siempre me alegro de ser soltera y lesbiana): se levanta temprano para llevar a sus hijos a la escuela, va a hacer ejercicio (es de esas personas que sin actividad física se pierde), regresa a su casa, se baña, se cambia, se va a la farmacia, cuando termina ahí, va a la clínica en la que trabaja; regresa a las 9 o 10 de la noche y para cuando llega a su casa debe preparar la cena, pensar en lo que hará para la comida del otro día, lavar trastes, servir a todos para dormirse a las 12 o 1 de la mañana, si va bien. Todo esto mientras los demás, están acostados o haciendo la tarea, o terminando cosas de la casa que ya se les había pedido que hicieran. No digo, por ejemplo, que mi cuñado haga nada, pero a comparación con lo que hace ella en un solo día, considero que es bastante más relajado. Además, él trabaja el auto que ella compró.
A veces se tacha de exagerada la reacción de una mujer, pero el hecho de decir que no tenemos el piso parejo no es una queja, es una situación, y, para mí, es importante definirla, nombrarla y hablar de ello, como preámbulo para la cambiarla.
Si una mujer está siendo discriminada por su condición de mujer, se llama sexismo, machismo, misoginia, y así le voy a decir; si usted tiene una percepción diferente a la mía, qué bueno, qué gusto, adelante; algo bueno del mundo, es justo porque todos somos diferentes y tenemos diversas opiniones.
Uno de mis contactos en Facebook, se la pasa diciendo que nosotras también somos parte del problema, y tiene razón, pero una cosa no anula a la otra, es decir: sí somos parte del problema y también tenemos el derecho de decir que existe el problema, igual que usted se puede poner a llorar culpándonos.
Yo, por ejemplo, soy mujer, mexicana, clasemediera, millennial, no tengo seguridad social de verdad (saqué el Seguro Popular por las dudas, pero nunca lo he utilizado), estudié teatro, vivo cerca del Metro Pantitlán en los suburbios, además, soy lesbiana. He sido discriminada, por varias razones, pero tengo la buena fortuna de ser absolutamente una patada en el trasero que dice lo que piensa, casi sin filtrar. Y pese a todas mis condiciones, no me siento vulnerable ni lo soy, he luchado por lo que tengo, trabajo en muchos lugares, ser mujer no me limita de ninguna manera; pero sí reconozco que hay personas, organizaciones, ideas o políticas que me limitan o trataron de hacerlo, saber sobre ellas es importante no sólo por conocimiento, sino por estrategia.
Porque hablar de un problema que existe y que afecta la vida de las personas es uno de los pasos para repararlo.