Por J. Jaime Hernández y David Brooks
Regeneración, 04 enero 2017.- Poco antes de anunciar la cancelación de la inversión por 1,600 millones de dólares en una planta de producción en el estado de San Luis Potosí, México, el presidente de Ford Motor Company, Mark Fields, se comunicó telefónicamente con el presidente electo Donald Trump:
“Le comunicamos nuestra decisión. Pero no hicimos ningún trato con Trump. Sólo lo hicimos pensando en nuestro negocio”, aseguró Fields durante una entrevista con la cadena CNN, en la que rechazó que esta sorpresiva decisión estuviera relacionada con las amenazas de represalias lanzadas por Donald Trump por la decisión de invertir en México.
Curiosamente, el anuncio de Ford se produjo el mismo día en que el presidente electo había amenazado a la empresa General Motors con imponerle un “gran impuesto fronterizo” por fabricar en México su modelo Chevy Cruze.
«General Motors está enviando su modelo Chevy Cruze fabricado en México a los concesionarios de Estados Unidos libre de impuestos en la frontera. ¡Háganlo en EU o paguen un gran impuesto fronterizo!», disparó Trump desde su cuenta de twitter.
Preguntado si, durante su conversación con Trump, Ford había negociado algún tipo de concesión, o de favor para frenar su inversión en México, Mike Fields insistió en que no había llegado a ningún acuerdo.
“Esta decisión es un voto de confianza al ambiente pro empresarial que quiere crear el presidente electo”, insistió Fields en su fallido empeño por ahuyentar el viejo tufo de la componenda o el acuerdo bajo la mesa entre gobierno y empresa.
De esos acuerdos que, en el mundo corporativo, entran en la definición de “crony capitalism” (capitalismo de compadres).
Es decir, ese sistema clientelar que en México conocemos muy bien y en el que, determinadas empresas de amigos o familiares, reciben jugosas prebendas a cambio de hacer determinados favores al gobierno en turno.
En cualquier caso, la decisión de Ford se asemeja mucho, en términos de propaganda y utilidad, a la que Donald Trump y su vicepresidente electo, Mike Pence, alcanzaron en noviembre pasado con la empresa Carrier, uno de los grandes contratistas del gobierno de EU, para mantener una planta de producción en Indianápolis y salvar 750 puestos de trabajo a cambio de sacrificar una planta de producción en México.
Con una fuerza laboral de más de 8 mil trabajadores, México ocupa el cuarto lugar en la producción de vehículos Ford en todo el mundo.
Aunque importante, la decisión de cancelar la inversión por 1,600 millones de dólares en la planta de San Luis Potosí (que emplearía a 2,800 trabajadores y comenzaría a operar en 2018) tiene un valor monetario, pero sobre todo, uno de carácter simbólico.
Una ofrenda que Ford ha ofrecido al presidente electo para permitirle presentarse a sí mismo como el redentor de la clase trabajadora. Una condición que le redituó enormes beneficios durante su exitosa campaña por la presidencia.
Por supuesto, la decisión no podría estar exenta de una conveniente contrapartida.
A cambio de ello, Ford podrá seguir operando en países como México, la India o China en donde sus operaciones no sólo son rentables, sino que serán cruciales para responder al desafío planteado por China, uno de los productores emergentes en la industria automotriz que se ha propuesto convertirse, en el corto plazo, en el amo y señor del automóvil eléctrico en todo el mundo.
Uno de los principios que siguen aplicando en el mundo de la política y los negocios es el del “un paso hacia adelante y dos hacia atrás”. Una frase que, irónicamente, acuñó Lenin para referirse a los sinuosos vericuetos de todo progreso en donde, un avance, muchas veces viene seguido de un retroceso.
Pero sólo para poder volver a tomar vuelo.
Con poco más de 8 millones de trabajadores, la industria automotriz sigue siendo un poderoso motor de la economía en EU. Sin embargo, la necesidad de responder al desafío de la industria automotriz en China (que ya ha obligado a la industria automotriz europea a embarcarse en un ambicioso proceso de reestructuración), le obligará a mantener el esquema de “plataformas de producción compartidas” a nivel regional para reducir costos y aumentar beneficios, tal y como ya ocurre entre Canadá, EU y México.
Una última razón para no darle la espalda a mercados como el de México. Según las proyecciones realizadas por las principales corporaciones automotrices, hacia el 2020 los nuevos ingresos provendrán de mercados emergentes y, en menor medida, de EU, Europa y Japón.
Es decir, no sólo seguirán necesitando de la mano de obra barata de países como México, sino además necesitaran de su demanda emergente que sigue creciendo de forma exponencial con ventas récord de automóviles que, en 2015 y 2016, crecieron a un ritmo del 20% aproximadamente.
Artículo publicado en La Jornada