En Brasil ¿a qué se debe el llamado al autoritarismo expresado por amplias capas de la sociedad en este proceso electoral?
Dos temas han sido importantes en el discurso de Bolsonaro que tocan fibras sensibles de la sociedad: la corrupción y la antipolítica.
¿Qué ha pasado en Brasil? Apuntes y retos para México
Por Pablo Rojas*
Regeneración, 28 de octubre del 2018.
Ha sucedido la anunciada victoria electoral del fascismo en Brasil.
Con alrededor de 55% de votos el ex capitán del ejército Jair Bolsonaro triunfó por un alto margen por encima del petista Fernando Haddad, quien obtuvo cerca del 44% de la votación.
Infinidad de artículos, opiniones y columnas han puesto ya sobre la mesa una pregunta crucial en estos momentos:
Si Brasil vivió ya varios períodos de gobiernos progresistas bajo la batuta del Partido de los Trabajadores, ¿cómo es posible que se haya llegado a una oleada de fascismo de tal magnitud?
¿A qué se debe el llamado al autoritarismo expresado por amplias capas de la sociedad en este proceso electoral?
Dos temas han sido importantes en el discurso de Bolsonaro que tocan fibras sensibles de la sociedad: la corrupción y la antipolítica.
La corrupción de los gobiernos petistas ha sido un foco de ataque permanente de los medios de comunicación encabezados por la cadena Globo y por la derecha política-
A pesar que haciendo cuentas es la derecha que tiene la mayor cantidad de militantes implicados en casos de sobornos y corrupción.
Desde luego que esos poderes en alianza con el poder judicial y el juez Sergio Moro han establecido una ofensiva de persecución política contra Lula Da Silva –ahora preso- y el PT.
Sin embargo, el tema de la corrupción es un problema mucho más profundo, es un tema estructural.
A través de una política de conciliación de clases, el PT en el gobierno optó por dejar contentas a todas las clases sociales del país, sin embargo, en todo momento tuvo un favorito: la burguesía interna exportadora de materias primas.
Los créditos otorgados por el Banco Nacional de Desarrollo a las grandes empresas en 2010 llegó a ser el 63.8% de los créditos, mientras que para las personas físicas solo se les dio el 7.4% y a las micro empresas 10% (Fuente: Istoédinheiro, 18/08/2010).
El gobierno fue importante también en la capitalización de grandes empresas hacia el mercado mundial, como fueron los casos de los consorcios JBS, Brasil Foods BRF, Odebrecht, Votorantim, empresas que sin la ayuda del Estado nunca hubieran logrado catapultarse a esos niveles de mercado.
La corrupción entonces, realmente representa una forma estructural en que se han establecido una serie de prácticas de utilización de los recursos estatales desde los grandes grupos económicos.
Que se entienda bien, no fue el PT el que corrompió a los grupos económicos, fueron los grupos económicos los principales interesados en obtener grandes provechos de los burócratas del gobierno a cambio de prebendas.
La corrupción, en otras palabras, no es una cuestión de quebranto de voluntad solamente, es sobretodo un problema estructural de la relación entre poder económico y poder político, en el que el segundo se colocó al servicio del primero.
En ese contexto también sucedió que con una fuerte alianza con los grupos económicos el PT renunció a su otrora propuesta de transformación, apostando a ser un gobierno gestor y administrador al servicio del poder económico, rompiendo con ello su alianza más importante: su nexo político con las clases bajas pauperizadas.
Esa ruptura le ha costado bien caro y desde el golpe blando de 2016 hasta esta increíble derrota se ha venido haciendo cada vez más evidente.
El PT, concentrado en su tarea de gobernar y administrar la burocracia estatal dejó de lado la importancia de construir un proyecto alternativo de sociedad, relegando el trabajo de base en las periferias empobrecidas y de formación política.
Aunado a ello, se renunció también a la construcción de una nueva cultura política con una nueva visión de país que trastocara las estructuras profundas que cimentan hoy al Estado brasileño.
Sin un trabajo de base con las clases más pobres, el sentimiento de decepción y desencanto fue ganando terreno.
El anhelo de transformación y mejora que había despertado el PT durante sus años de lucha social fue menguando, hasta ser sustituido por un sentimiento en pro de la antipolítica que asegura que todos los políticos son iguales y que entonces no vale la pena construir nuevas iniciativas sociales de disputa y de dirección histórica.
Ese discurso de la antipolítica fue retomado y aprovechado por Jair Bolsonaro, quien se planteó como una figura antisistema, capaz de resolver los problemas de Brasil a través a través de la violencia y medidas autoritarias tangibles.
Claro que de antisistema Bolsonaro no tiene absolutamente nada, cargando en su historia décadas de participación en la política local y nacional.
Frente al desencanto de la democracia, el autoritarismo se ubicó como una posibilidad de solución.
En ese relato el enemigo fundamental no fue la derecha política ni la clase económica dominante, sino los gobiernos progresistas del PT, las ideas de izquierda y la crítica transformadora.
El discurso fascistizante de Bolsonaro colocó como sujetos enemigos a los sectores sociales negros, pobres, LGBTTI, migrantes y de izquierda, distrayendo el problema de la lucha de clases real y aguda que se vive en Brasil.
El discurso de odio surtió efecto como una medida que se pensó como posible a corto plazo.
A pesar de la importante crítica dialogante al PT y sus gestiones, lo que hoy tiene que resaltar es la urgente necesidad de unidad de todas las fuerzas de izquierda y progresistas en torno a un frente en defensa de la democracia brasileña.
La ola fascista y ultraconservadora va ganando cada vez más espacios con el gobierno de Mauricio Macri en Argentina, Sebastián Piñera en Chile, Iván Duque en Colombia…y ya ni se diga nada del ultraconservador Donald Trump en el gobierno estadunidense ni las bancadas neonazis en países importantes de Europa.
Ese neofascismo ultraconservador y autoritario coloca en un importante dilema también a México, un país que jugará un papel clave en el progresismo latinoamericano de los próximos años, y eso implica una enorme tarea y una gran responsabilidad.
En primer lugar, México tiene que tomar desde ahora un papel cada vez más cercano a las fuerzas progresistas latinoamericanas, plantando resistencia ante las exigencias imperialistas de Estados Unidos.
En segundo lugar, la tarea urgente es aprender de los errores de Brasil y de los gobiernos petistas, entender que los grandes grupos económicos dominantes no pueden ser un aliado confiable y que la política de conciliación de clases ya implica un fracaso rotundo en la necesidad de transformación.
El verdadero reto para México es construir a contrarreloj un verdadero proyecto alternativo de sociedad, ya no solo de Estado y de gobierno.
Es fundamental articular una nueva visión de cómo hacer política desde la sociedad misma, en el que esta pueda es un actor dirigente más que un actor de apoyo al Estado.
Es necesario construir una nueva cultura con nuevas prácticas en las que la sociedad tome la primera y última decisión sobre su rumbo y eso solo se conseguirá con una organización milimétrica que ocupe colonia por colonia, trabajo por trabajo.
La derrota de la izquierda brasileñaes un llamado a toda la izquierda latinoamericana a repensar sus métodos y estrategias para conseguir la organización de una verdadera fuerza social y cultural en las periferias, de la mano de las clases más pobres y de los sectores más pauperizados y discriminados.
*Pablo Rojas es Cientista político/ latinoamericanista