Tiempo de gitanos es un libro de amor y dolor, de tristeza y alegría. Y al poeta no le queda otra más que ser ese fiel de la balanza y oficiar de “pararrayos celeste” que recibe la descarga y la transforma en luz y fuerza.
Por Armando Oviedo R.
RegeneraciónMx, 22 de enero de 2022.- En la novela Retrato del artista adolescente, viejo, de Joseph Heller, el personaje principal es el escritor Eugene Pota quien pasa por una crisis de creatividad. En un capítulo Eugene narra que fue invitado a una conferencia en la Universidad de Carolina del Sur con el tema ‘La literatura de la desesperación’. La charla no hará alusión a los personajes atormentados de las novelas, sino a los escritores que las produjeron, incluyendo poetas.
Por la lista que presenta Pota parecería que sólo los muy angustiados pueden ser artistas. Esa es la marca que difunden las biografías o las “gringaderas” documentales y cinematográficas. Esto viene a cuento porque el libro póstumo de Miguel Ángel Hernández Rubio (Los Mochis, Sinaloa, 1956 – Guadalajara, Jalisco, 2010) exhibe poemas desesperados, anclados en el dolor y también en el amor, aunque ya sabemos que “de amor y dolor alivia el tiempo”.
Nuestras vidas son péndulos, dijo López Velarde. Y ya se sabe que los felices no deberían escribir pues perderían tan agradable momento o venderían libros de superación personal, que siempre es supuración personal. Miguel Ángel se muestra vivo, aunque ya no esté entre nosotros, en su libro Tiempo de gitanos, título de una película de Emir Kusturika que, como se sabe, hacía historias de arrebatado amor, arrebatado dolor y arrebatada alegría, con música ídem, o sea, con los extremos de la vida.
Así pues, Tiempo de gitanos es un libro de amor y dolor, de tristeza y alegría. Y al poeta no le queda otra más que ser ese fiel de la balanza y oficiar de “pararrayos celeste” que recibe la descarga y la transforma en luz y fuerza.
Tiempo de gitanos es el cuerpo literario de Miguel Ángel Hernández. Nos queda la voz queda del lobo en la estepa citadina. Después de asistir al Taller de Poesía del doctor Elías Nandino, el caminar de Hernández Rubio por la poesía fue constante, no sólo como poeta sino como promotor de los versos, ya como tallerista, ya como editor de esa colección de belleza mínima llamada Toque de Poesía. Y es en Tiempo de gitanos donde los versos dispersos hacen su nido y su nudo metafórico.
El poema fue la ruta natural donde Miguel Ángel vivió y bebió. Así lo dice su ‘Declaración de principios’ que, irónicamente, está al final de su libro.
Vi un sonido convertirse en letra.
Vi letras (confabularse) ser palabra.
Vi una enredadera de palabras convertirse en verso.
Y luego vi que todo esto era nada.
Cierto:
(–vi dentro de ti—)
“un pájaro volar mientras cantaba”.
El libro recopila su obra completa constituida por los libros Caja vacía de cerillos (1991), Polvos del antiamor (1993) y el libro póstumo, recopilado por sus amigos, Declaración de principios (2010). El primero y el tercero, más extensos, arropan (¿habrá que decir consuelan?) al cuaderno más doloroso
Después de su primer poemario, la obra de Hernández Rubio fue parca, porque se adentró en la promoción de otros poetas y en la pedagogía de la poesía como vida ávida y dejó para otros momentos su obra.
Los poemas pueden ser breves y contundentes, epigramáticos o casi orientales, o extenderse en estrofas perladas de imágenes, engarzados en un hilo jocoso o dramático porque, eso sí, el poeta tenía mucho de Efraín Huerta y un toque de picardía erótica y sonora del joven Nandino de ochenta años. Aunque su cercanía con Ricardo Castillo (1954), Arturo Trejo Villafuerte (1953-2020) y Roberto Castillo Udiarte (1951), le hermanan en el tono coloquial e irónico.
Seguidor de una lírica pícara, combinó la métrica disonante y el verso popular, siendo el amor su estrella seguida sin premura.
Oigo los ruidos de tu cuerpo,
Huelo tu mar de peces muertos,
Gata tu sombra —se desliza
Moviendo apenas la manta de mi lecho
En su primer libro, Caja vacía de cerillos, el poeta habla dolorido, diligente e inteligente, de lírica ligera –más no banal–, el escritor lidia con noches de copas y mujeres que lo abandonan; habla de personajes cotidianos (“Funerales”) en una ciudad de ciegos y lanza al final del callejón una plegaria desesperada: Soy todos ellos, Señor,/ permíteme la mano/,/ el asidero para columpiar mi muerte./ Si de veras existes, Señor, no me lo niegues/ tiene un mar en el revés del cielo,/ sirenas aladas cantando eternamente.
Su segundo libro, Polvos del antiamor, son conjuros para intentar olvidar las cicatrices de alma. Poemas y prosas breves de disonancias y consonancias donde el cuerpo amado es una música callada, dicha lejana, desdichada voz escondida en una vieja cama. El cuerpo despierta y comienza a tomar la palabra: Quedó en el tendedero de mi pupila, / insolente, / tu ropa interior a contraluz.// ¿A dónde fue a manzana/ que bajo esa piel dormía? Este cuerpo y sentimiento adolorido, lanza alabanzas al amor con versos breves de distinto sentir. Esto tendrá anatómicas consecuencias pues las funciones amorosas quedarán, y su cuidado, en una soledad sonora: … Dejo alerta el corazón/ porque uno nunca sabe/ si camino al cementerio/ está acechando el amor.
Si bien es cierto que late en los versos de Hernández Rubio el desamor sin tregua ni cuartel, también están las decadencias del cuerpo. La muerte chiquita da paso al lado helado, moridor, sostenido y cotidiano: Reflexionas. Un día, el borracho ya no es una fiesta, y te sumerges en los restos del alcohol, en un vaso marazul de plástico que (piensas) alguien dejó sobre el buró.
El tercer libro incluido, Declaración de principios, es una reunión de sus poemas sueltos y no recopilados en libro. Dividido en cuatro partes numeradas encontramos poemas trabajados quizá temáticamente (hay una sección de poemas con el tema de pájaros), como ecos de voces, como sentimientos urbanos y coloquiales, pero eso se debe a sus amigos compiladores.
Tiempo de gitanos es un viaje descriptivo por la ruta de los cuerpos, de la ciudad con puntualizaciones cotidianas. Amor donde los versos arman las estructuras y los cimientos físicos, hay bamboleos bien medidos y rechinidos de sistemas cariñosos. También un juego de la vida como jugo de aventura, pues hay poemas donde el póker, la ruleta, el alcohol y las nocturnas pendencias (“la noche es a toda hora”) son los ambientes requeridos.
En los poemas de Hernández Rubio hay curiosidad y hallazgos de estar vivo, no evitarlo y sí gritarlo. Y ese camino de la vida es transformado en poesía vital, en fina observación, en lenguaje; voz para los desvelados que tallan la amargura sin sacarle brillo. Lo escribe Jorge Esquinca en el prólogo: Mas allá del anecdotario que alimentó con sus hazañas de santo bebedor y enamorado trashumante, hablan aquí de él sus versos.
Son para nosotros estos poemas de lo preciso y lo pertinente, lo concreto y lo fugaz. Sí, la biografía de un poeta siempre es dura y ruda. Tiempo de gitanos no es la excepción. Pero ¿para qué escribir de la felicidad si ésta se justifica por sí misma?
Tiempo de gitanos, Miguel Ángel Hernández Rubio. Prólogo de Jorge Esquinca. Instituto Sinaloense de Cultura, México, 2019. 142 pp.
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