Por Elisenda Panadés/Diagonal
Refugiados caminando como espectros en medio de un desierto polvoriento. En primer plano, una mujer con sus hijas de miradas perdidas y exhaustas, miradas de sed, miedo y dolor. Era una las fotografías que nos impactaron hace unos meses de los yezidis escapando a las masacres islamistas en el norte de Iraq. La imagen remitía a otra fatídica travesía en esa misma convulsa región, también por una persecución étnico-religiosa, aunque de proporciones más dantescas con las que comenzamos el siglo XX:el genocidio armenio, en el que murieron un millón y medio de personas.
Este viernes 24 de abril se cumplen cien años del inicio de las deportaciones y ejecuciones contra la población armenia en la actual Turquía, ideadas y organizadas desde la cúpula militar de un Imperio Otomano en descomposición.
«¿Quién se acuerda del exterminio de los armenios?», alegó el mismísimo Hitler cuando ordenó la destrucción de Polonia, en agosto de 1939. Los mismos militares alemanes, aliados de los otomanos en la I Guerra Mundial, colaboraron en el genocidio armenio, como acaba de reconocer el 23 de abril, la víspera del centenario, el mismo presidente alemán, Joachim Gauck.
Turquía había hecho todo para dejarlo en el olvido, con una posición negacionista que incluye elevar a héroes nacionales a los máximos responsables del genocidio, el famoso trío de la junta militar turca (Enver, Djemal y Talat), y una versión oficial que resume la historia a enfrentamientos comunitarios en el este del país durante la Gran Guerra.
Por dichos sucesos, el actual presidente, Recep Tayyip Erdogan, mostró sus condolencias el año pasado, pero sin reconocer la responsabilidad del entonces Imperio Otomano ni, por tanto, la existencia de un genocidio, es decir, de un exterminio planificado y sistemático de un grupo social por razones étnicas, religiosas, etc.
Turquía sigue negando un genocidio que denuncia la diáspora armenia y reconocen los historiadores y especialistas de todo el mundo –como los que participaron en un coloquio internacional realizado en Francia este mes de marzo–, además del Parlamento Europeo y más de 20 países, entre ellos Francia, Italia, Suecia, Bélgica, Holanda, Rusia, Canadá, Bolivia, Uruguay o Venezuela, y desde esta semana Alemania y Austria. No lo han reconocido, sin embargo, España –aunque sí los parlamentos del País Vasco, Catalunya, Navarra y Baleares–, ni tampoco Estados Unidos, deseosos de no enemistarse con su socio turco a pesar su numerosa comunidad armenia; ni tampoco Israel, aunque el término «genocidio» fuera creado por Raphael Lemkin para referirse al Holocausto, basándose en el genocidio armenio.
Un difícil trabajo de memoria en Turquía
«‘!Vienes de mala raza!’, le decía mi abuelo a mi bisabuela cuando se enfadaba con ella. Ella le respondía que era él el de mal origen”, recuerda con ternura Adnan Celik, kurdo descendiente de armenios, antropólogo y doctorando en París. Su bisabuela fue una de los 200.000 armenios que sobrevivieron al exterminio en Turquía, y una de los entre 70.000 y 100.000 mujeres y niños que, según el historiador Yves Ternon, fueron islamizados e incorporados a familias turcas y kurdas. Tenía nueve años cuando bandas paramilitares arrasaron su pueblo. Sus padres murieron y ella fue secuestrada por uno de sus verdugos o “salvada, decía a veces, pues vivió con ese dilema, como la mayoría de los supervivientes”, explica Celik, quien acaba de publicar, un libro en Turquía sobre la memoria oral del genocidio en Diyarbakir, al sureste del país, uno de los epicentros de las masacres.
Para realizar su obra, junto al historiador Namik Kemal Dinç, Celik realizó decenas de entrevistas a descendientes de supervivientes, pero también de participantes en las masacres, con relatos de una “violencia increíble que nos remiten a la banalidad del mal descrita por Hannah Arendt». Historias como las de un joven que durante una de las entrevistas con un testigo aún vivo descubrió que su propio abuelo “se divertía matando armenios” o la de otro que recordaba la historia de contaba su abuelo cuando “traía dulces para sus hijos de niños armenios que él mismo asesinaba”, explica con emoción Celik, para quien la publicación de su libro le supondrá el cierre de las puertas a la Universidad pública en Turquía.
Se calcula que hoy en día habría entre dos y cuatro millones de descendientes de armenios en Turquía. La cuestión fue un tabú hasta hace pocos años en el país. El asesinato por un nacionalista turco en 2007 en Estambul de un periodista de origen armenio, gran crítico del negacionismo turco, Hrant Dink, marcó un punto de inflexión. Le seguirían confesiones públicas de intelectuales turcos de origen armenio, como el de la abogada Fethiye Cetin, quien descubrió sus orígenes tardíamente como relató en un libro, éxito de ventas en Turquía, El libro de mi abuela. Aun así, la cuestión del genocidio sigue siendo muy sensible, ignorada o negada por gran parte de la población turca.
Muy diferente es la percepción entre los kurdos, debido, entre otras cosas, a una historia compartida de minorías masacradas en nombre del nacionalismo turco, así como al trabajo de la reivindicación de la memoria histórica realizado durante décadas por el movimiento político kurdo, señala Adnan Celik. De hecho, el partido kurdo BDP-HDP es el único partido político en Turquía que exige el reconocimiento del genocidio y que ha pedido disculpas por él por los kurdos que también participaron en las masacres, apunta Celik. Todos los demás partidos parlamentarios en Turquía (islamistas-conservadores, ultranacionalistas y socialdemócratas kemalistas, principal partido en la oposición) lo continúan negando. Así lo expresaron en un comunicado tras la petición del Parlamento Europeo con la ocasión de este centenario. Erdogan ha organizado, además, para este 24 abril, una contraconmemoración patriótica turca para celebrar un siglo de victoria militar otomana en Gallipoli.
Un genocidio para fundar un Estado-nación
La desintegración del Imperio Otomano, tras importantes derrotas en los Balcanes, inspiró a los Jóvenes Turcos, las élites nacionalistas en el poder, a fundar un Estado-nación, a la manera europea, basado en la turquicidad y la religión musulmana, los mismos pilares que sustentan la Turquía actual. Las minorías no musulmanas eran un estorbo para sus planes. Los armenios, cristianos, representaban en parte un sector económicamente influyente del Imperio como los griegos (minorías a las que había sustituir por una burguesía turca). Estaban además asentados en una zona geoestratégica, al este de la Turquía, un obstáculo para el panaturquismo (el proyecto de expansión hacia los otros pueblos turcófonos de Asia). Se les acusó finalmente de colaborar con los rusos, enemigos declarados de los otomanos en la Gran Guerra.Centenares de intelectuales y líderes armenios fueron los primeros en ser ejecutados, tras su arresto en Estambul el 24 de abril, punto de partida de un plan sistemático que empezó con la ejecución en masa de los hombres, seguida de una deportación masiva de ancianos, mujeres y niños, la mayoría de los cuales murieron asesinados por los mismos guardianes y bandas paramilitares o de hambre y sed durante el camino en Anatolia o en los desiertos de la actual Siria, donde había campos de exterminio como el Deir-es-Zor (reproducido en el último film del director turcoalemán Fatih Akin, The Cut). En este último lugar, lugar de peregrinación de los armenios, un memorial recordaba el genocidio con una iglesia que precisamente fue dinamitada por el Estado Islámico este pasado mes de septiembre.
El genocidio armenio dio pie a otras masacres étnico-religiosas, entre el fin del Imperio Otomano y la fundación de Turquía. Así, más de 300.000 griegos (cristianos ortodoxos) corrieron la misma suerte (Grecia instauró el 19 de mayo como fecha de conmemoración) y más de 200.000 asirios (también cristianos) fueron asesinados al sur de la actual Turquía, entre otros pueblos, como los yezidís (de religión preislámica). Las masacres continuarían durante las décadas siguientes del siglo XX contra kurdos y alevíes (en parte kurdos), minorías que siguen reivindicando sus derechos en la Turquía actual.
Francia, con los armenios
En Francia vive medio millón de armenios, la mayor parte de la comunidad armenia en Europa, las más importante de la diáspora tras la de Rusia y Estados Unidos (en el Estado español son alrededor de 35.000 las personas de origen armenio).
Los armenios en Francia representan, según Claire Mouradian, especialista en la diáspora armenia, un colectivo jurídica y económicamente bien integrado, aceptado en la sociedad francesa y visible con armenios franceses de origen armenio conocidos, como el cantante Charles Aznavour. Quizás todo ello explique el apoyo francés a la causa armenia, a pesar de los lazos de cooperación con Turquía. Especiales informativos, debates y manifestaciones diversas tienen lugar estos días en Francia en recuerdo al Holocausto armenio. Incluso la Torre Eiffel va a apagarse esta noche en conmemoración y el presidente francés, François Hollande, ha asistido a la conmemoración del centenario en Erevan (la capital armenia), junto con otros escasos mandatarios, como Vladimir Putin.
Aunque para los armenios el reconocimiento internacional sirve de presión para Turquía, otros critican la «hipocresía» europea por exigir a los otros lo que no hacen ellos, reconocer sus crímenes de Estado. Esa misma crítica apareció con motivo de la aprobación por la Asamblea Nacional francesa, en tiempos de Sarkozy, de una ley contra la negación del genocidio armenio que fue luego censurada en 2012 por el Consejo Constitucional francés en nombre de la «libertad de expresión» (aunque sí haya una ley francesa que prohíbe la negación del Holocausto).