“La Cuarta Transformación”, un poderoso recurso que se incrustó rápidamente en el imaginario social y se convirtió de manera natural en eslogan oficial del sexenio.
Por: Karla Motte
Regeneración, 26 de enero del 2019.-Desde la conmemoración del Bicentenario durante el gobierno de Felipe Calderón, nuestro país no había visto un despliegue institucional referido a la Historia como el que ahora nos presenta la cuarta transformación. En 2010 presenciamos una conmemoración histórica de gran calado y muy ostentosa que se realizó en el marco de las independencias latinoamericanas pero que, aun así, no puso a la Historia en un lugar prominente del discurso político calderonista.
Las intenciones políticas e ideológicas del equipo encargado de las conmemoraciones por el Bicentenario tuvieron el sello panista y conservador en acciones como la reiteración de la importancia de la consumación de la independencia frente al tradicional hito marcado por el estallido liderado por Miguel Hidalgo; también nos brindaron episodios de franca torpeza, por ejemplo la colocación del llamado “Coloso” que -se dijo- encarnaba al antirevolucionario Benjamín Argumedo, o la muy poco afortunada construcción de la llamada “Suavicrema” después conocida como el monumento a la corrupción.
A diferencia de lo ocurrido durante el gobierno calderonista, al que le tocó una celebración que simplemente no se podía omitir, en el presente opera un genuino interés del presidente de la República por el pasado mexicano el cual impregna de contenidos históricos su “estilo personal de gobernar”.
Como vemos prácticamente a diario en las conferencias matutinas, la Historia es uno de los sustentos ideológicos y de comunicación política de López Obrador, tal y como lo ha sido a lo largo de toda su trayectoria. Desde el primer debate presidencial, Andrés Manuel nombró al periodo que encabezaría en caso de ganar la elección con una alusión de tintes históricos: “La Cuarta Transformación”, un poderoso recurso que se incrustó rápidamente en el imaginario social y se convirtió de manera natural en eslogan oficial del sexenio.
También en el Proyecto de Nación 2018-2024, la Historia (junto con la geografía y la filosofía) se consideró una de las bases para “aprender de nuestra experiencia como colectividades, reconocer nuestras necesidades y formular propuestas de presente y futuro” (p. 388). A sólo unos meses de haber iniciado el gobierno, esa intención contenida en el apartado dedicado a educación se ha desbordado hacia otros ámbitos del debate público. Presenciamos una pedagogía de gobierno que alude constantemente a diversos temas históricos como uno de sus ejes discursivos, no sólo a través de alusiones esporádicas sino también mediante un despliegue iconográfico, referencial y editorial.
La opinión pública que debate las formas en que el gobierno utiliza a la Historia ha resultado, incluso, más interesantes que las formas mismas. Por ejemplo, tras la presentación del logotipo del Gobierno Federal en el día 1 de gobierno se discutió airadamente sobre si las imágenes de Hidalgo, Morelos, Madero, Juárez y Cárdenas son o no son pertinentes; o si la exclusión de figuras femeninas es condenable. Incluso hubo una reapropiación feminista del logotipo y se presentó uno en el que únicamente figuraban mujeres. Más recientemente, la reedición de la Cartilla Moral de Alfonso Reyes también dio mucho material de discusión y tanto en diversos artículos de opinión como en las redes sociales se habló de muchas cosas: se explicó la intención original del autor, se expresó oposición a su contenido, se presentaron objeciones a la adaptación del texto y se criticó que el contenido no mencionara a las mujeres y aludiera a arcaísmos sociales como la familia tradicional. Y resulta que muchas personas aprendimos bastante de ese abundante ejercicio crítico.
A diferencia del transcurso de la discusión pública durante la conmemoración del Bicentenario en 2010, en el presente los contenidos referidos al pasado suscitan acaloradas discusiones y son objeto de una amplia y variopinta conversación que pone en el centro a la Historia. Si en los periodos presidenciales más recientes Clío había estado prácticamente desdibujada del debate político, ahora se la mira cobrando un protagonismo inusitado. Un signo de los tiempos que corren es que el discurso unilateral del pasado se ha convertido en conversaciones a mil voces que nutren el debate y han demostrado, entre otras cosas, lo poderoso que resulta el conocimiento histórico para el ejercicio de la política.