El día que murió la música

Por Miguel Martín Felipe

«Hace mucho, mucho tiempo, aún puedo recordar cómo aquella música me hacía sonreír…»

RegeneraciónMx.- Con esa melancólica frase iniciaba en 1971 Don McLean un tardío réquiem por aquellos a quienes, dentro de esa misma canción, llamada American Pie, nombraba como «the father, the son and the holy ghost (el padre, el hijo y el espíritu santo)». Ese verso aludía a Jiles Perry ‘The Big Bopper’ Richardson, Richard ‘Ritchie Valens’ Valenzuela y Charles Hardin ‘Buddy’ Holly. McLean empleó el apellido de este último para componer un oportuno juego de palabras en el verso de la canción.

El mundo de la música se conmocionó de forma muy profunda cuando el 3 de febrero de 1959 corrió la noticia de que tres de los músicos más populares de la escena rocanrolera de finales de los 50, con muchos éxitos por venir, abruptamente habían dejado de existir bajo desafortunadas circunstancias.

El 2 de febrero de 1959, en el recinto Surf Ballroom de Clear Lake Iowa, se presentaban en un espectáculo promocionado como Winter dance party, los famosos e infortunados artistas junto con el cuarteto de armonía vocal Dion and the Belmonts. El show no estaba planeado inicialmente, pero los patrocinadores de la gira aprovecharon que se hacía una parada con el fin de arreglar la calefacción y otros problemas mecánicos que presentaba el autobús en que se transportaban con destino a Fargo, North Dakota. De manera que llamaron a Carroll Anderson, representante del Ballroom, y arreglaron la ya mencionada presentación, que fue, por cierto, todo un éxito.

Al final del show, en aquella noche tormentosa, Buddy Holly estaba resuelto a pasar la noche en Fargo, reponer fuerzas y reunirse con los músicos de apoyo y el resto del staff en Moorhead, Minnesota. Pero, sobre todo, estaba resuelto a no sufrir un día más en su frigorífico autobús desvencijado. De manera que, atendiendo a su solicitud, el propio Carroll Anderson fue quien se comunicó a la agencia Dwyer Flying Service.

La agencia puso a disposición de Anderson una avioneta Beechcraft 35 Bonanza de 1947, de un solo motor frontal y una característica cola en forma de V. Asimismo, se contrató a Roger Peterson como piloto, quien, pese a su corta edad, llevaba ya cuatro años volando. Sin embargo, casualmente jamás había volado ese modelo de avioneta.

Buddy Holly originalmente había planeado que en el vuelo lo acompañaran sus músicos de apoyo, que sustituían a los Crickets, su banda durante los primeros años de su carrera. Pero el destino acomodaría todo para acentuar la tragedia, ya que Ritchie Valens, quien se había resfriado, le ganó un volado a Tommy Allsup, guitarrista de Holly, y así accedió a una plaza en la pequeña avioneta. Por su parte, Waylon Jennings, quien entonces fungía como bajista Holly, le cedió su lugar a The Big Bopper, ya que este último también sufría estaba resfriado.

Una de las más espeluznantes coincidencias en la historia de la música se suscitó en ese noble acto de Jennings. Richardson le dijo: «Espero que tu autobús se congele», a lo que Jennings replicó: «Espero que tu avión se caiga». Aunque fue un intercambio de pura camaradería con la seguridad de que se encontrarían en Minnesota, Waylon Jennings, quien a la postre se convertiría en una enorme estrella del country, siempre, hasta su fallecimiento en febrero de 2002, sostuvo que lamentaba profundamente haberle dicho eso a The Big Bopper en aquella infortunada noche invernal.

J.P Richardson, The Big Bopper, era ya un artista consolidado de 28 años; el único que para esa época ya era padre de dos hijos: Deborah y Jay. Oriundo de Texas, acuñó su nombre desde que en sus primeros años vio a jóvenes de su preparatoria haciendo un baile llamado The Bop. A finales de los 50 era más productivo en la industria discográfica un sencillo radiable y vendible que los álbumes, por lo que Richardson llevaba a cuestas ya una pila de éxitos entre los que destacan Chantilly lace, Little red riding hood y Crazy blues. Su estilo estaba muy influido por el twist y el boogie, con mucha presencia de metales. Era un artista ideal para la televisión, ya que sus presentaciones tenían elementos de teatralidad y su gesticulación jovial era un perfecto complemento para su potente voz.

Buddy Holly era igualmente tejano. Un intenso guitarrista que reivindicaba el aspecto de preparatoriano con lentes de pasta y una complexión escuálida. Sin embargo, su dominio del escenario, voz armoniosa y característico estilo en la guitarra con aires de country, hacían de él un potencial sucesor de Elvis a sus apenas 22 años de edad. Peggy Sue, Cryin’ waitin’ hopin’, That’ll be the day y Everyday; son piezas que durante todas estas décadas han sido continuamente interpretadas por diversos artistas, quienes reconocen en Holly una fuerte influencia que definió el rumbo de sus carreras. Los propios Beatles se declararon siempre fans del eterno joven tejano.

Ritchie Valens es el más conocido de los tres por estos lares gracias a la película La Bamba, que en 1987 retrató de manera efectiva la vida del oriundo de Pacoima, California, de raíces mexicanas. Era el más joven de los tres. Tenía apenas 17 años y ya contaba con varios éxitos cuyo sabor puramente rocanrolero hacían las delicias de los jóvenes a lo largo de todo Estados Unidos. A pesar de su edad, era ya más que una promesa en la música, ya que venía de una estructura mucho más artesanal que sus dos compañeros de vuelo, pues se supo abrir paso arropado por la muy modesta disquera Delphi Records. Componía, tocaba la guitarra y cantaba. Llegó a colocar en la radio éxitos como Donna, We belong together, Come on let’s go y La bamba, una adaptación de la canción tradicional veracruzana que interpretó en español a ritmo de rocanrol a pesar de no dominar el idioma.

Estos tres artistas, junto con Roger Peterson, despegaron desde el aeropuerto municipal de Mason City, Iowa. A pocos kilómetros de dicho aeropuerto, la Beechcraft Bonanza impactó en medio de un sembradío. Los peritajes apuntan a que Roger Peterson se desorientó con la tormenta de nieve y decidió guiarse solo por los instrumentos. El altímetro de ese modelo de avioneta se leía al revés, ya que la línea de horizonte debía quedar arriba y la referencia de la aeronave hacia abajo, de manera que aceleró para precipitarse a casi 600km/h contra el campo nevado. Debido a las condiciones del clima, la avioneta no explotó. Sin embargo, fue complicado extraer de aquella masa de metal retorcido a las estrellas que esa noche tocaron el cielo y se precipitaron hacia la desgracia.

«No puedo recordar si lloré cuando escuché sobre aquella novia que enviudó. Pero algo me conmovió en lo más profundo de mi ser el día en que murió la música», trovaba sentidamente Don McLean. El arte de aquellos jóvenes y toda la magia que llevan consigo, nunca morirán.

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