El populismo es el fantasma de neoliberalismo

 

El populismo radicaliza la democracia. La política es la gran invención humana donde podemos proyectar nuestras relaciones con los otros y la naturaleza. Trump no es populista; está más cercano del fascismo. Son palabras de Luciana Cadahia, filósofa argentina.  

Entrevista de Gerardo Rodríguez con Luciana Cadahia en Alainet

Regeneración, 12 de mayo de 2018.- Luciana Cadahia, filósofa argentina, reivindica el populismo más allá de enfoques reduccionistas o acríticos impuestos por el modelo neoliberal imperante.

Argumenta que “el populismo se expresa como poder del pueblo” y aspira a crear sociedades igualitarias, con ampliación de derechos, que la democracia formal simplemente ha sido incapaz de consolidar.

Tampoco duda de que el populismo, elevado a teoría política y no simplemente como “descripción de las realidades latinoamericanas”, se pudiera convertir en una nueva narrativa.

Heredera directa del pensamiento de Chantal Mouffe y Ernesto Laclau, el trabajo teórico de Cadahia se ha nutrido de una larga lista de pensadores antiguos y contemporáneos, entre los que destacan ineludiblemente Schiller, Hegel y Kant, lo mismo que Foucault, Agamben y Esposito, para dar lugar a un constructo que apuesta por dinamitar los pliegues del discurso hegemónico.

María Luciana Cadahia (Buenos Aires, 1982) es licenciada en Filosofía de la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina) y doctora en Filosofía de la Historia por la Universidad Autónoma de Madrid (España). Ha trabajado como investigadora invitada en las universidades Friedrich Schiller de Jena (Alemania) y La Sorbona de París (Francia).

Es autora de Mediaciones de lo sensible: hacia una nueva economía crítica de los dispositivos (FCE, Buenos Aires, 2017). Coeditora de Normalidad de la crisis / crisis de la normalidad con Gonzalo Velasco (Katz editores, Madrid, 2012) e Indignación y rebeldía: crítica de un tiempo crítico con Félix Duque (Abada editores, Madrid, 2013).

Fue catedrática de Sociología Política y Teoría Política en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), sede Ecuador. Ahora se desempeña como profesora de Filosofía en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, Colombia.

—¿Cómo se podría definir el populismo?

—El populismo es una forma de articular la política y se caracteriza por tres aspectos:

1.- el papel de los afectos en la construcción de un proyecto político; 2.- un antagonismo entre los de arriba y los de abajo; y 3.- un vínculo entre lo popular y las instituciones para otorgar una ampliación de derechos a las mayorías.

A su vez habría tres momentos del populismo:

  1. I) elementos populistas a nivel discursivo en momentos de elecciones; II) un momento de ruptura populista en la que varias fuerzas o proyectos políticos apelan a ello, entendido como un retorno de lo político frente al neoliberalismo y; III) una gubernamentalidad populista caracterizada por una forma de institucionalidad popular (no liberal) de ampliación de derechos y oportunidades para las mayorías. Esto es lo que va a diferenciar a los populismos de izquierda de los de derecha. Por ejemplo, en el caso de Álvaro Uribe se cumplen los primeros dos, pero no el tercero, por eso no considero que sea populista en sentido estricto.

—Usted se ha referido en algún momento al “populismo ontíco” y al “populismo ontológico”, ¿Qué diferencias subyacen entre dichas concepciones?

—Tiene que ver con dos maneras distintas de pensar el populismo. El primer caso es propio de disciplinas como la sociología, donde piensa al populismo a nivel de los contenidos. El segundo, en cambio, se refiere a la forma de construcción de lo político y tiene que ver con el modo en que la filosofía o la teoría política piensan al populismo. El ontíco, entonces, alude al contenido y el ontológico a la forma. Considero que los trabajos de Laclau y Mouffe contribuyeron a darle sentido a esta segunda noción del populismo, ampliando el problema hasta convertirlo en una teoría política y no simplemente a una descripción de las realidades latinoamericanas.

—¿El populismo puede atentar contra la democracia o al revés?

—Considero que el populismo reactivo sí puede atentar contra la democracia en el sentido de que no contribuye a una ampliación de derechos. Sin embargo, el populismo emancipador o progresista, como han sido varias de las experiencias latinoamericanas, no solo se inscribe en la democracia, sino que le da forma y la encarna en la sociedad. A diferencia de la democracia formal, que es una pseudo democracia, el populismo radicaliza la democracia en nuestras sociedades en dos sentidos: 1.- se expresa como poder del pueblo y 2.- crea sociedades igualitarias.

—¿Me parece que en su análisis pone de relieve que ya Carl Schmitt había descubierto las contradicciones entre democracia y liberalismo?

—Creo que Carl Schmitt advertía de los peligros del liberalismo de los años 30 (hoy entendido como neoliberalismo), en el sentido de que neutralizaba la política y convertía a la sociedad en un espacio apolítico y regido por la moral y la economía. Schmitt no creía en la democracia, algo que a mi entender es un límite de su pensamiento. Pero sí hizo un diagnóstico muy lúcido sobre los peligros de la forma de poder liberal, cuya estrategia política se camufla en objetividad, falsos tecnicismos y un procedimentalismo que atenta contra las mayorías y promueve la desigualdad social.

—¿Pobreza, ignorancia, opresión, son caldo de cultivo del populismo?

—Esas tres cosas son caldo de cultivo de diferentes propuestas políticas, a saber: reforzamiento del neoliberalismo, emergencia de neofascismo o posibilidades populistas. En sí mismos no significan nada.

—¿Cuáles son las principales consecuencias de un régimen de tipo populista? ¿Cómo se manifiesta?

—Creo que en la actualidad vivimos en un régimen neoliberal que hace sufrir a nuestras sociedades y que el populismo puede ser una nueva narrativa como alternativa al neoliberalismo. En su vertiente emancipadora puede contribuir a sociedades más igualitarias que permitan más oportunidades y derechos, a la vez que organice debates serios sobre el problema del feminismo, la relación con la naturaleza o políticas más sostenibles.

—¿Los populismos de hoy en América Latina devienen de los viejos populismos —léase Getulio Vargas, Perón, Cárdenas—; o tienen otras raíces (rizomas)?

—Creo que vienen de esa vieja historia y la han enriquecido.

—¿Hoy, como otros países de la región, México no está excepto de una eventual deslizamiento hacia el populismo? ¿Qué observa desde su país o su centro de estudios?

—No me atrevo a hablar como especialista de México, pero creo que la propuesta de Andrés Manuel López Obrador entra en sintonía con el giro populista de la región, ya que en su experiencia de gobierno en el DF y en su propuesta actual, se pronuncia a favor de los derechos y oportunidades de las mayorías.

—Agregaría que en un libro reciente de Enrique Krauze titulado “El pueblo soy yo” (Debate, 2018), el autor llama la atención de que “México está en la antesala del populismo”.

—No conozco el libro, pero me parece un poco manido ese título. Manifiesta un profundo prejuicio y desconocimiento de cómo ha funcionado y pensado seriamente el populismo en la región.

—¿Coincide en que una de las víctimas del populismo podría ser la libertad de expresión?

—En absoluto. No confundir la libertad corporativa con la libertad de expresión. La ley de medios en países como Argentina o Ecuador tuvo la finalidad de redistribuir el derecho a la señal que estaba en pocas manos para que fuera más democrática. Eso molestó mucho a las grandes corporaciones, que vieron afectadas sus ganancias económicas y su capacidad de construir el sentido común y el estado de opinión. Para protegerse mezclaron su reivindicación con el problema de la libertad de expresión. Problemas de libertad de expresión hay en países como México o Colombia, donde sus democracias liberales de mercados no son capaces de evitar las muertes de periodistas o activistas políticos que tratan de mostrar las redes de poder o violencia causada por su mismo modelo económico.

—¿Me interesa saber si existe alguna relación entre el fenómeno del narcotráfico (y el crimen organizado) con el populismo?

—Creo que es al revés. Me explico: es la democracia liberal de mercado la que hace crecer el fenómeno de narcotráfico en nuestros países. En cambio, desde el populismo progresista, al menos, se busca legalizar la droga para poner fin al narcotráfico. En esto, Ernesto Samper, como responsable de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), tuvo un papel clave. Desgraciadamente no pudo avanzar mucho, dada la coyuntura mundial donde conviene seguir en la paradoja cínica de acrecentar el consumo irresponsable de drogas y castigar a los países que la producen. Como siempre, los países exportadores son los castigados del gran ajedrez geopolítico.

—¿Donald Trump se ajusta al perfil de un populista?

—Creo que Trump implementó un discurso populista para ganar las elecciones, pero no ha creado un gobierno populista de ampliación de derechos. Por el contrario, ha acrecentado la destrucción de la institucionalidad y está promoviendo el negocio de la guerra y la muerte. Eso no es populista, sino que es más cercano al fascismo.

—¿Coincide con Juan José Sebreli que en entrevista reciente esgrimió: “El Papa es el líder del populismo mundial”?

—Sebreli perdió credibilidad hace mucho tiempo y su lectura es muy pobre y limitada. Creo que el Papa es un gran líder político y está teniendo un rol responsable entre tanta irresponsabilidad de los líderes mundiales. Pertenece a una fuerza conservadora, como es la iglesia católica, pero desde allí promueve cosas sensatas.

—Parafraseando a Marx, ¿se podría afirmar que un fantasma recorre el mundo: el populismo?

—Mejoraría la frase: el populismo es el fantasma del neoliberalismo y debemos conjurar su espíritu en el mundo.

—Usted ha propuesto que debemos atender la dimensión “estético-político” de los afectos para la construcción de proyectos económicos, lo que conduce necesariamente a la cuestión cultural. ¿Cómo debemos entender estos supuestos? ¿Se trata de un nuevo “dispositivo”?

—La dimensión de la estética apela al ámbito de la sensibilidad, espacio donde se define nuestro sentido común. Es necesario trabajarlo más, puesto que ahí se juega la emancipación de nosotros mismos.

—¿Razón y emoción son antinómicas?

—No. Tienen una relación especulativa, una no puede ir sin la otra. Ambas son constitutivas de las otras y es necesario atender a las dos. Igual yo no hablaría de emoción, sino de afectos.

—¿Pensando con Chantal Mouffe y otros, considera que hemos llegado al estadio de la “pospolítica”? ¿Qué lo caracteriza?

—El neoliberalismo ha llegado a un estado pospolítico y posdemocrático, por eso es necesario pensar en alternativas que hagan retornar la política.

La política es la gran invención humana donde podemos proyectar nuestras relaciones con los otros y la naturaleza. La pospolítica busca invisibilizar ese problema y dejarlo en manos de unas minorías a las que falazmente llama “expertos”. La política, en cambio, es la posibilidad de desmantelar esa falacia y hacernos cargo entre todos de ese problema mundial. Es un ejercicio de mayoría de edad, como diría Kant, el hacernos cargo de nosotros mismos y de qué estamos haciendo y hacia dónde vamos como humanidad. O bien hacia la destrucción, como apunta el neoliberalismo, o bien hacia la conservación de la vida, como apunta la izquierda desde el socialismo hasta el populismo.

Por Genaro Rodríguez Navarrete

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