En San Antonio Abad, Topeka, Vestimark’s Jean S.A., Dedal, Amal, Dimensión Weld, Lamark Infantiles S.A., Artesanías Selectas y Maxel son los talleres de costura olvidados el 19 de septiembre.
Arriba de sus escombros, las telas que como cortinas se agitan ensuciándose al viento, los metros enroscados en torno de hierros retorcidos, los vestidos y camisones que cuelgan de las ventanas descuadradas, la ropa prensada entre las losas, las máquinas de coser, las sillas milagrosamente suspendidas, una pata en el vacío y, muy a la vista, absurdamente intacta, una figurita de porcelana.
Llegó el Ejército y acordonó la zona. Nosotras dijimos:
-Necesitamos que nos ayuden. Hay muchas adentro. Ayúdennos por favor. Las palas…
-No, sólo estamos para acordonar.
Los primeros días, las costureras tenían fe. “El patrón va a venir por nosotras, ahora mismo viene nuestro patroncito porque nos quiere mucho”.
La vida de Evangelina Corona empezó hace 77 años, en un ranchito del estado de Tlaxcala, en San Antonio Cuajomulco.
A raíz del terremoto del 19 de septiembre de 1985, Evangelina Corona salió del anonimato y su vida dio un giro tan grande que se convirtió en la líder del Sindicato de Costureras 19 de Septiembre. Se comunica mejor que nadie no sólo porque tiene facilidad de palabra, sino porque estructura su pensamiento de manera concisa y expone sus ideas con palabras sencillas, directas. Quizá porque es catequista. Evangelina sabe enseñar.
“En San Antonio Abad encontramos muchas mujeres llorando, muchas semivestidas en los camellones, en la calle. Veíamos el polvo de las bardas medio caídas, las cuarteaduras gigantescas, los pisos hechos sándwich, el olor a gas, los vidrios rotos, las persianas totalmente torcidas, los vestidos colgados aún, los rollos de tela que habían rodado hasta la calle, veíamos el fuego porque todavía había incendios. Recordarlo hace que aún nos corra la sangre y acelere su ritmo, tan sólo de pensar lo que pasó en esos días.
“Entramos a la oficina en Fray Servando, entre Bolívar y Lázaro Cárdenas, y allí nos dimos cuenta de que a los patrones, los gritos de auxilio de nuestras compañeras no les afectaba como a nosotros, no los oían como nosotras los oíamos. Ellos estaban más preocupados por sacar su maquinaria, su materia prima y sus cajas fuertes que por los seres humanos. Antes que rescatar a las trabajadoras, querían rescatar los bienes materiales. Fue cuando me sentí totalmente decepcionada de mi patrón Samuel Bisú Serur, el dueño de las fábricas Dimension Weld. Incluso, fue déspota: se quitó el reloj y lo ofreció como liquidación. Definitivamente, ya no reabriría la fábrica. En un momento dijo: ‘Bueno, yo ya no tengo dinero’ y nos ofreció 20 por ciento de lo que la ley señala.
“En ese momento cambié mi visión de ese buen patrón que me había dado trabajo y al que yo saludaba con mucho cariño. ¿Cómo es posible, me pregunté, que nos dé ese trato? Yo hacía blusas, vestidos, playeras, lo que fuera. Mínimamente eran 200 piezas diarias las que cosía para sacar mi salario mínimo y ese salario no me alcanzaba para comprar una blusa de las que él fabricaba”.
Evangelina se enfrentó al presidente de la República, Miguel de la Madrid, y le dijo que estaba equivocado en sus apreciaciones cuando se constituyó el Sindicato de Costureras 19 de Septiembre, el único sindicato de mujeres. Se levantó ante todos: ‘No, presidente, así como usted lo dice no fue’. Su actitud causó asombro. De la Madrid la escuchó y sobre todo le dio la razón y se lo hizo saber a Arsenio Farell, secretario del Trabajo, quien aceptó que el sismo había revelado la explotación de las trabajadoras de la costura con 800 fábricas y talleres totalmente destruidos.
Once pisos quedaron reducidos a tres, en el número 150 de San Antonio Abad, hoy símbolo de la tragedia de las costureras. En muchas otras calles había talleres clandestinos: en José María Izazaga 65, en un solo edificio de ocho pisos: 50 talleres; en Fray Servando, en Xocongo, en Mesones (Sportex), en Pino Suárez; en construcciones de segunda, o de quinta, retacadas de maquinaria en los últimos pisos en vez del sótano. Con razón los pisos se vinieron abajo. El número 164 de San Antonio Abad se redujo a polvo. En Manuel José Othón 186, casi esquina con San Antonio Abad, los talleres de costura siguieron funcionando a pesar del olor de los cadáveres, los escombros y el miedo.
Las costureras de Dimensión Weld, Amal y Dedal fueron las primeras en darse cuenta de que el patrón no las ayudaría; es más, vieron cómo se llevaba la maquinaria en lugar de preocuparse por las 600 compañeras sepultadas.
Si alguien fue violentado y golpeado en 1985, si alguien sufrió, han sido precisamente ellas, las costureras. El sismo reveló que de todos los explotados en el Distrito Federal, nadie lo era más que el gremio de la industria del vestido. Si el primer empleo de las mujeres pobres en nuestro país es el del servicio doméstico, el segundo es el de la costura. Las olvidaron porque sus talleres eran clandestinos, al igual que su trabajo, que no amerita Seguro Social ni pensión alguna.
Fragmento del texto publicado en Edición Especial no. 51 de Proceso