¿De verdad ya no quieren héroes? ¿Que Héctor no vuelva a enfrentarse a un semidiós, sabiendo que morirá?, ¿que Leónidas nunca más responda a Xerxes que pase a recoger sus armas?, ¿que Judit no degüelle a Holofernes ni Diana del Meridor envenene al hermano del rey?, ¿que don Quijote no cargue contra los molinos de viento?, ¿que los tres mosqueteros no escolten a D’Artagnan para salvar el honor de una reina?, ¿que Leonor, duquesa de Éboli, no le perdone la vida al León de Damasco tras haberlo vencido a la vista de dos ejércitos?, ¿que los Tigres de la Malasia no aborden más los acorazados del imperio?, ¿que José Arcadio Segundo no les regale el minuto que falta?
¿De verdad quieren que el cura Hidalgo huya cobardemente en lugar de ir a coger gachupines?, ¿que Zapata acepte las ofertas de paz de Huerta o de Carranza?, ¿que sor Juana nunca desafíe al obispo ni a la madre superiora, que Galileo se guarde en el cuerpo su última frase, que Tina Modotti no se lleve a la cama a Edward Weston, a Xavier Guerrero, a Julio Antonio Mella; vamos, ni siquiera al canalla de Vidali?, ¿quieren que González Ortega y todos sus generales, jefes y oficiales se comprometan a nunca más hacer las armas contra la Francia?
¿Que no vuelva a rebelarse Espartaco, que Morelos no ataque Oaxaca, que Miguel Strogoff no se finja ciego, que Zaragoza no defienda Puebla?, ¿que la Güera Rodríguez, María la Bandida y Xaviera Hollander dejen de ser putas?, ¿que los villistas no carguen contra Paredón?, ¿que Rivera, Siqueiros y Orozco acepten que sus monos son horrendos y dejen de pintarlos?, ¿que Cárdenas no expropie a las desaforadas y soberbias compañías petroleras?, ¿que los tzotziles y tzeltales de los Altos y las Cañadas guarden sus armas y sus banderas?, ¿que Lydia Cacho no denuncie al góber asqueroso?, ¿que los profes de la CNTE levanten sus campamentos y se sometan a los dictados del poder?, ¿que las mujeres –y los hombres– no decidan sobre su cuerpo?
Cierto: Héctor tembló de miedo. Don Quijote salió de su solar manchego porque estaba como un cencerro. Aramís vivía de sus amantes, Porthos era un fatuo engreído y Athos alcohólico y vengativo. Sandokán podía ser sanguinario y brutal. Hidalgo fornicaba, Morelos también (y además comía en exceso), Juárez bailaba polkas, a Zapata le encantaba el trago, los profes contaminan el límpido aire que respiran las diputadas del Partido Acción Nacional. ¿Y qué?
Que no haya héroes, que no haya sueños. Que cuando se nos aparezcan en nuestras pesadillas Mario Marín. Arturo Montiel, Carlos Romero Deschamps o Genaro García Luna, no tengamos a quién invocar. Que en los días grises en que nos acechan Peña Nieto y Videgaray, Chuayffet y Azcárraga, Salinas (Pliego) y Salinas (de Gortari), sepamos que hay que someternos, que no hay ejemplos que seguir ni victorias que celebrar.
Que no se entienda que al llamarlos héroes quiera atribuirles pureza de acciones e intenciones (como se hizo desde Carlos María de Bustamante hasta algunos libros de texto de la historia priísta) similar a la que la hagiografía canónica atribuía a los santos; pureza y acciones (milagros) sobrehumanas. No, quiero mujeres y hombres que vivieron la vida que les tocó vivir y que enfrentaron sus problemas con dignidad y generosidad; quiero ejemplos, quiero, ya lo dije, quien acompañe mis sueños, quien me ayude a enfrentar mis pesadillas.
–¡Alto! ¡No maten a ese hombre! […]
–¿A qué se debe esto? –preguntó Kammamuri […]
–Eres un héroe y yo amo a los héroes –replicó Yáñez.
–¡Soy maharato! –informó el hindú con orgullo.
Emilio Salgari
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