Regeneración. Junio 20, 2014.- En el 4º aniversario luctuoso de Carlos Monsiváis, lo recordamos rescatando un texto publicado en la revista Nexos, escrito el 1 de marzo de 2010
Por Carlos Monsiváis
De las etapas del odio a lo diverso en México
De modo explícito, la ofensiva verbal de la derecha (conceptual, moral, jurídica, política) contra gays y lesbianas de 2010 es la más virulenta registrada en la historia de México. Hasta el momento, y esperamos que así siga, se ha confinado en las declaraciones aunque resultan imprevisibles las consecuencias. ¿Qué sucederá, muy especialmente en el sector de los católicos practicantes y de los núcleos fanáticos, con la descarga inmensa de prejuicios, intolerancia y odio, algo inconcebible a estas alturas del avance científico, la implantación creciente de los derechos humanos y el conocimiento de las leyes?
El 21 de diciembre de 2009 la Asamblea Legislativa del Distrito Federal (ALDF) con 39 votos a favor, 20 en contra y cinco abstenciones, aprueba el matrimonio homosexual, convirtiéndose en el primer lugar de América Latina en permitir estas bodas. También se elimina la contrapropuesta que impedía a las parejas homosexuales adoptar hijos. “Durante siglos leyes injustas prohibieron los matrimonios entre blancos y negros o indios y europeos, se prohibió el amor extranjero […] hoy todas esas barreras han desaparecido”, afirma el diputado Víctor Romo, del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Los votantes de la iniciativa, presentada por el asambleísta Víctor Razú, son todos heterosexuales.
Ante esto responde Norberto Rivera, arzobispo primado de México:
La aprobación de estas leyes destructivas e inmorales, dejan en claro que el PRD actúa como instrumento del maligno haciendo presente en la sociedad el misterio de la iniquidad del mal, pues resulta evidente que legislar el crimen del aborto, la unión entre personas del mismo sexo, y peor todavía, el entregar a niños inocentes a la adopción de parejas del mismo sexo, atenta contra los mandatos de Dios y toda moral, y esto no puede ser aceptable para la conciencia de ningún cristiano… Las leyes inmorales e injustas carecen de toda legitimidad y recordemos a los fieles cristianos que en conciencia no pueden apoyar a sus autores bajo ninguna circunstancia si no quieren contradecir a su propia fe y entrar en su dinámica malévola y destructiva (Notimex, 29 de diciembre de 2009).
Eso dice el clero católico: un partido, el PRD, es instrumento del maligno, se introduce en la sociedad el misterio de la iniquidad del mal, se atenta contra los mandatos de Dios y de toda moral, se emiten leyes carentes de toda legitimidad; en vista de lo anterior, se llama a los fieles cristianos a no apoyar a los autores de la ley bajo ninguna circunstancia, y a oponerse a la dinámica malévola y destructiva. Sin mínimas definiciones se revive el lenguaje del Santo Oficio, las andanadas contra el pecado nefando, esta vez ya sin los buenos servicios de sus instrumentos de persuasión: las jaulas colgantes, los potros de tortura, los aplastacabezas, las cunas de Judas. La mentalidad teocrática quiere recobrar su poderío exterminador y doblegar al Estado. De ahí la exhortación del cardenal de Guadalajara Juan Sandoval Íñiguez: “El Estado debe acatar la ley natural porque de continuar así, un día se aprobará, por mayoría, que robar no es crimen ni pecado que es lícito fornicar y cometer adulterio” (La Jornada, 7 de febrero de 2010); ¿Cuál es la versión virtuosa de “fornicar”?
La cruzada contra el laicismo del papa Juan Pablo II interrumpe la “tolerancia” (tenue en el mejor de los casos) de un sector del clero. Y esto prosigue de modo exacerbado con el papa Benedicto XVI, decidido ahora a las guerras santas desarmadas porque las circunstancias actuales son muy distintas, y las homilías, al despertar, ya no se ven convertidas en autos de fe. Vale la pena entonces evocar sumariamente algunas etapas del odio eclesiástico y conservador a los derechos de la diversidad sexual.
Establezco ahora, con las imperfecciones del caso, algunas etapas del odio a lo diferente.
I. “Aquí están los maricones, muy chulos
y coquetones”
Primer signo de reconocimiento vindicativo de una minoría: el escándalo en torno a la redada de 1901 en la ciudad de México, con —habla la leyenda— 42 homosexuales presos, la mitad vestidos de mujer, entre ellos Ignacio de la Torre, yerno de Porfirio Díaz, al que se le permite la huida. A los detenidos, un sacerdote entre ellos, se les somete al descrédito público y a varios de ellos se les envía a trabajos forzados en Valle Nacional. El regocijo de largo alcance a propósito del Baile de los 41, con la serie de grabados alusivos de Posada, admite la existencia de los otros, de los que renuncian a su virilidad entre grititos y capas sucesivas de maquillaje. Por intercesión de la burla, el tema ya resulta mencionable. No hay duda: lo propio del homosexual es su inferioridad natural, su inhumanidad. El joto no es ni hombre ni mujer, y sus únicos vínculos con el perdón son el choteo y las humillaciones interminables. (A las lesbianas no se les menciona. Recuérdese el comentario de la reina Victoria de Inglaterra, al informársele de un incidente con lesbianas: “There’s no such thing in England”.)
En Los cuarenta y uno. Novela crítico social (1906), su autor, Eduardo A. Castrejón, predica —de otra manera la novela no se imprime— contra la “injuria grave a la Naturaleza” e inventa una velada abominable:
El corazón degenerado de aquellos jóvenes aristócratas prostituidos, palpitaba en aquel (sic) inmenso bacanal.
La desbordante alegría originada por la posesión de los trajes femeninos en sus cuerpos, las posturas mujeriles, las voces carnavalescas, semejaban el retrete-tocador de una cámara fantástica; los perfumes esparcidos, los abrazos, los besos sonoros y febriles, representaban cuadros degradantes de aquellas escenas de Sodoma y Gomorra, de los festines orgiásticos de Tiberio, de Cómodo y Calígula, donde el fuego explosivo de la pasión salvaje devoraba la carne consumiéndola en deseos de la más desenfrenada prostitución.
II. La ofensiva nacionalista: Los anormales ni siquiera tienen derecho a gritar ¡Viva México!
Al institucionalizarse la Revolución, procede la campaña por dignificar a la Patria que es toda virilidad; se insiste: un mexicano no puede ser un desviado, alguien al que “la inspiración le llega por detrás” (Julio Gómez de la Serna). Los conservadores mantienen sus presiones hipócritas, “defensoras de los valores”, a los homosexuales se les sigue enviando a las cárceles y el presidio de las Islas Marías, sin mayor delito comprobado que alguna riña, contoneos en la calle y el alud de sus afeites. Dicho sea no tan de paso, nadie protesta por estas injusticias, los maricones carecen de todos los derechos por su condición inhumana revelada a simple vista.
La izquierda marxista y el nacionalismo revolucionario coinciden ampliamente durante el auge del radicalismo (1925-1940, aproximadamente). Un punto de acuerdo es el desprecio hacia los homosexuales. En un artículo intitulado “Arte puro: puros maricones” (Choque. Órgano de la Alianza de Trabajadores de las Artes Plásticas, núm. 1, marzo de 1934. Reproducido en Textos polémicos, El Colegio Nacional, 1999), Diego Rivera se explaya contra el artepurismo, “el método lacayesco de ofrecer al burgués que paga un producto que no amenace sus intereses”, y se enfada:
Por eso el “arte puro”, “arte abstracto”, es el niño mimado de la burguesía capitalista en el poder, por eso aquí en México hay ya un grupo incipiente de seudo plásticos y escribidores burguesillos que, diciéndose poetas puros, no son en realidad sino puros maricones.
Evoca el poeta estridentista Manuel Maples Arce, en sus memorias (Soberana juventud, 1967):
En una ocasión (en la década de 1930) nos reunimos en el Salón Verde de la Cámara de Diputados para tratar el problema de los homosexuales en el teatro, el arte y la literatura. Aunque hubo declaraciones reprobatorias, el diablo metió el dedo y ellos se quedaban más orondos que nunca, mientras la gente se preguntaba por qué se les permitía moverse con tanto desplante, cuando en la época de Porfirio Díaz se les obligaba a barrer las calles, como aconteció alguna vez a los que hicieron célebre el número 41, que popularizó una estampa de Posada. La moral pública no depende de un grupo; es el estilo de una sociedad como diría Ortega y Gasset, y cuando ésta acepta que cada quien haga de su juicio un papalote, no existe posibilidad de dignificación.
El espíritu de mafia les dio preponderancia. A veces emprendían verdadera persecución contra quienes se resistían a solidarizarse con sus intentos de hegemonía intelectual o se negaban a entrar en aquel monipodio. Fue la época de la insistente publicidad de Proust y Gide, en cuya obra se amparaba la comedia de los “maricones” y el cinismo de los pederastas.
Pinche puto es la descalificación corriente, y si se usa maricón como sinónimo de cobarde, es porque también la cobardía es una traición a la virilidad. No hay entonces algo semejante al clóset, al ocultamiento de la orientación sexual. Sólo la revelan quienes por su voz o su lenguaje corporal “cargan con la cruz de su parroquia”. Los demás viven en las prisiones contiguas del miedo, el sigilo, la compraventa discreta de “servicios”.
Varios poetas de primer orden adoptan la línea de la descalificación. En 1932 Renato Leduc señala en Los banquetes: “Porque al fin y al cabo el uranismo (en ese entonces sinónimo de homosexualidad) no es más que una de tantas éticas, una de tantas actitudes frente a la vida; es, por decirlo así, la actitud a gatas frente a la vida”. Y añade, en un rapto de entusiasmo:
Ahora bien, puede afirmarse que la pederastia, como en el Derecho Romano la esclavitud, se adquiere con el nacimiento o por un hecho posterior, precisamente posterior, al nacimiento: Pero los pederastas congénitos son, casi por definición, invertidos, anormales, enfermos y los otros son siempre ancianos impotentes o jóvenes degenerados cuya virilidad atrofiada no les deja otro recurso que recibir lo que ya no son capaces de dar.
Pederastia entonces no es la seducción de niños sino un sinónimo de homosexualidad. Leduc, por supuesto, no está solo en el cultivo del prejuicio. Así por ejemplo, otro poeta extraordinario, Efraín Huerta, en su “Declaración de odio”, se permite estas líneas:
Te declaramos nuestro odio, magnífica ciudad.
A ti, a tus tristes y vulgarísimos burgueses,
a tus chicas de aire, caramelos y films americanos,
a tus juventudes icecream rellenas de basura,
a tus desenfrenados maricones que devastan
f las escuelas, la plaza Garibaldi,
la viva y venenosa calle de San Juan de Letrán.
Octavio Paz, en su gran poema Piedra de sol, escribe: “…el sodomita / que lleva por clavel en la solapa / un gargajo”. A los “desenfrenados maricones” los desprecian los constructores del paradigma heterosexual, con frecuencia bajo la consigna del Hombre Nuevo. Este sería el mensaje: “Si me burlo de abyectos, exalto el perfil de los seres como la nación exige o como Dios manda, entre ellos y antes que nadie, yo mismo”. Así, la homosexualidad (la conducta tanto más satanizada cuanto más imaginada: “Lo que hagan cuando están solos, me perturba”) cumple funciones del espejo negro en donde nada más se reflejan los prófugos de la ley y la virilidad.
III. Frente a la expulsión de la sociedad
la respuesta disponible es el silencio
¿Cómo se responde a un prejuicio de la cultura judeo-cristiana sostenido por todos? En esos años, sólo el poeta Salvador Novo en sus sonetos “prohibidos” (que circulan profusamente) tiene la osadía psicológica y literaria del enfrentamiento. A Diego Rivera, que en los muros de la Secretaría de Educación Pública ha satirizado a los poetas del grupo Contemporáneos, le dedica “La Diegada”, una serie de sonetos y décimas; a Tristán Marof (escritor boliviano de nombre Gustavo Navarro) que ha agredido salvajemente al grupo de los Contemporáneos en su libro México por dentro y por fuera, le envía un soneto:
Un Marof
¿Qué puta entre sus podres chorrearía
por entre incordios, chancros y bubones
a este hijo de tan múltiples cabrones
que no supo qué nombre se pondría?
Al Comité de Salud Pública, formado por un grupo de intelectuales y artistas que ansían depurar de homosexuales el gobierno, y al Bloque de Obreros Intelectuales que apoya esta campaña, Novo les dedica un soneto:
De todo, como acervo de botica,
en un crisol en forma de mortero,
bazofia de escritor, caca de obrero,
cuanto puede caber en bacinica,
al Comité de la Salud Pública
que imparte un diputado-reportero,
al que no sea burro manadero,
denuncia porque daña y porque pica.
No temáis que la gente se equivoque.
que si aprenden a hablar los animales
los denuncia la cola que les cuelga.
Quedaremos de acuerdo en lo de Bloque;
pero obreros, ¿seréis intelectuales
si el seso os anda en permanente huelga?
¿Pero cuántos luchan de modo explícito, desde la discriminación, contra la mentalidad irrestricta de la época?
Durante varias décadas las campañas contra los diferentes no hacen falta. Están inscritas en el “código genético” de la sociedad o las sociedades mexicanas. La ciudad de México es, comparativamente hablando, el espacio de mayores libertades y por eso los gays y las lesbianas que pueden abandonan la provincia. En 1969 la resistencia de un grupo de travestis y homosexuales en el bar Stonewall, en Nueva York, que ahuyenta por dos días seguidos a la policía, da origen al movimiento de liberación gay que tiene repercusión en casi todo el mundo. Pero lo que amortigua la fuerza del prejuicio es la suma de factores: la explosión demográfica, que limita o elimina el espionaje parroquial; la secularización creciente del país, que disminuye ampliamente las resonancias del pecado y debilita los sentimientos de culpa de los “transgresores de la ley de Dios”; la difusión interminable de la sexología y del psicoanálisis, y el hecho de ser una minoría internacional donde los adelantos de un país se extienden a los demás.
IV. El sida: “No le des la mano, pueden contagiarte”
En México los grupos de liberación lésbico-gay hacen su aparición pública en 1978, con el consiguiente come-out o desclosetamiento de miles de jóvenes, activistas o no. Acto seguido, en 1983 o 1985, la pandemia del sida trae consigo otra campaña muy virulenta de la derecha coadyuvada por el miedo a la infección. Nunca antes, desde la lepra medieval y la sífilis del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, una pandemia se rodea de tantas y tan enconadas precauciones morales y obliga a tantas decisiones éticas. Convencida de la perversidad intrínseca de los enfermos de sida, la derecha arrecia su blitzkrieg contra los “pervertidos”. El nuncio papal Girolamo Prigione no está solo en su denuesto: “El sida es el castigo que Dios envía a quienes ignoran sus leyes”. Esto mientras Dios procede con recordatorios trágicos. Ante la campaña de linchamiento moral pocos enfrentan la intolerancia. Uno de ellos, el actor Augusto Benedico, es el único que se opone a Prigione en una encuesta (Excélsior, agosto de 1985). La prensa amarillista encabeza la nulificación de las víctimas. En el Centro Médico un joven enfermo se suicida, incapaz de soportar la acción conjunta de la enfermedad y el desprecio de la familia y de médicos y enfermeras. Y el prejuicio es tan vigoroso que a manera de comentario un periódico publica una caricatura con el título de: “Sui-sida”.
La iglesia católica abandona oficialmente la tesis del “castigo divino”, pero, en beneficio de los próximos infectados por no usarlo, el nuncio Prigione califica al condón de “instrumento del demonio” que arrastra por el lodo a la juventud. Al preparar Televisa una campaña de anuncios con personalidades que promueven el condón, unos empresarios amenazan con boicotear a la empresa televisiva si no los suprimen. Nada de spots antes de la medianoche o de manejo de la palabra condón o de frases o situaciones explícitas. La campaña se cancela.
Las secuencias del pánico moral son alucinantes: no pocas familias se deshacen de los enfermos, abundan los médicos y las enfermeras que no atienden a los pacientes, no escasean los suicidios por causa “indeterminada”, a los seropositivos evidentes se les cesa en sus empleos, hay vecinos que exigen la expulsión de los enfermos, y se promueven los exámenes de sangre contra la voluntad o con el desconocimiento de los trabajadores. Y el gobierno federal y los gobiernos regionales se añaden al susto maniático y a la gazmoñería que ve en el sida la enfermedad moral por excelencia. Jorge Treviño, gobernador de Nuevo León, retira los anuncios espectaculares del condón en vísperas de la visita del Papa a Monterrey, porque “recuerdan la existencia del sexo masculino, y escandalizarían a los niños pequeños”. Muy probablemente lo dice en serio.
En el artículo 13 de sus Derechos de la Familia, el Partido Acción Nacional habla de “las formas de asistencia posible a las familias golpeadas por el sida y que se organice una verdadera prevención de la enfermedad, basada en criterios éticos, que son los únicos aptos para impedir el contagio y frenar su difusión”. Ni una mención a enfermos y seropositivos y olvido de las políticas públicas de salud, todo esto rociado con elogios a la castidad y la fidelidad conyugal. El PAN eleva el uso del condón a “decisión ética” y, también en serio, varios obispos insisten: “Dios no recomienda el condón”. Seguramente no. En su campaña para la presidencia el panista Diego Fernández de Cevallos, en una reunión con los periodistas de Reforma, al preguntársele sobre cuál sería su política sobre el sida, responde: “No lo he pensado, eso es asunto más bien de los joteretes” (versión de Guadalupe Loaeza).
El 5 de agosto de 2007 el gobernador panista de Jalisco Enrique González Márquez (el Gober Piadoso) se trepa a su humorístico Monte Sinaí: “Entre la comunidad homosexual sí hay que seguir apoyando: entre los jóvenes, en general, yo creo que no le corresponde al Estado repartir condones. Si alguien quiere, y déjame llevarlo al grado chusco: ¿por qué nada más condones? Vamos repartiendo un six de cerveza y vamos dando vales para el motel, de modo que el gobierno pague la diversión de los jóvenes. Oye, no. No le toca al gobierno pagar las cervezas ni el motel. Bueno, creo que tampoco le toca repartir condones en la comunidad en general” (información del corresponsal de La Jornada, Juan Carlos G. Partida, 6 de agosto).
La prohibición eclesiástica de los “preservativos” lleva en el siglo XXI al papa Benedicto XVI, en su gira por África, un continente algo diezmado por el sida, a decir que no se utilicen los condones en África. Ratzinger, en su discurso a los obispos del continente, equipara las medidas de prevención del sida con el aborto, el adulterio y la homosexualidad. Este reaccionarismo no prospera (la voz de la sobrevivencia también dispone de excomuniones), aunque no amengua lo suficiente la condición “prohibida” de la pandemia. La tragedia humaniza, por así decirlo, a los gays. Surgen grupos de activistas gay y se prodiga el come-out, al ser ya muy difícil el juego de la clandestinidad. Y los gobiernos se ven obligados a asumir la prevención y el tratamiento de los enfermos como parte medular de su política de salud.
El sida ilumina la orientación sexual de un amplio espectro de celebridades y de gente desconocida. En los primeros años de la pandemia la experiencia de los enfermos es muy aleccionadora. Un ejemplo:
Definitivamente salir VIH positivo en la prueba es muy traumático. Es por esto que además de la vergüenza, es natural que te sientas asustado, desamparado, bravo, solitario, atontado o hasta llegues a pensar en el suicidio. Recuerdo lo difícil que era decirle a alguien que eras el único hombre que deseaba a otros hombres.
Conseguir apoyo en esta situación es muy importante. No estés tan seguro que tus amigos te juzgarán con dureza. A menudo ellos estarán más preocupados por cómo ayudarte en esta situación que por juzgarte (Letra S, febrero de 2002).
Por lo común, los escritos sobre sida se concentran en dos de los varios niveles del sida y del VIH: la enfermedad y el cerco social y familiar.
V. Los crímenes de odio
Una campaña permanente contra la disidencia sexual: los asesinatos de homosexuales, prodigados a lo largo del siglo XX y los principios del siglo XXI, y señalados por la extrema violencia, el número desproporcionado de golpes y puñaladas, la saña ejercida contra la víctima y su cadáver (se calculan por lo menos cerca de cien crímenes de odio al año, aunque es muy difícil establecer las cifras por la indiferencia policiaca y el deseo de ocultamiento de las familias de los asesinados). Al ocurrir el crimen, ni la policía, ni el Ministerio Público, ni las familias afectadas en muchísimas ocasiones, se consideran en rigor ante un delito grave, sino ante un suceso de reivindicación moral a fin de cuentas. La policía suele concluir: “Fue un crimen pasional de homosexuales”. Y, todavía hasta hoy, la frase más repetida entre los muy escasos asesinos a los que se apresa, le da razón de la ideología machista: “Lo maté porque se lo merecía”.
Un caso paradigmático. En enero de 2006 la AFI (Agencia Federal de Investigación) presenta a los medios informativos a Raúl Osiel Marroquín Reyes, “El Sádico” (apodo muy probablemente impuesto por las autoridades policiacas). Él confiesa una serie de secuestros y asesinatos, que suman cinco pero en las notas se contabilizan cuatro. Su historial homicida es, por decir algo, terrible. Marroquín Reyes asiste a sitios gay de la Zona Rosa, entabla el diálogo tradicional con un joven ansioso de un ligue y lo invita a un hotel (el Amazonas). Allí le pregunta sobre sus recursos económicos, y si no tiene dinero lo insulta y lo deja ir (todo en versión de Marroquín Reyes). Si hay dinero, tarjetas de crédito para empezar, lo lleva a su departamento en donde está un amigo (Juan Enrique Madrid Manuel, hoy prófugo).
Ya en el departamento, Marroquín y Madrid someten a la víctima, la ultrajan durante un tiempo que va de cinco a siete días, y en ese periodo negocian con los familiares. Mientras, “hartos de los lloriqueos y quejidos” de los plagiados, los torturan y, ya entregado el dinero del rescate, los ahorcan con una soga. Utilizan siempre corchos de plástico con los que sujetan las manos de la víctima y le ponen un listón rojo en el cuello. Sólo en un caso, señala Marroquín, él arranca la piel de la frente de un secuestrado con una navaja para dibujarle una estrella, con el propósito de distraer las investigaciones y llevar a la policía a la búsqueda de una secta. Luego, destazan el cuerpo y lo introducen en una maleta negra que abandonan en la calle.
La primera víctima reconocida es un empleado de una televisora, por el que exigían 120 mil pesos. El cuerpo aparece en la cercanía del Metro Chabacano. Los otros cuatro muertos: dos jóvenes de 23 años plagiados el 17 y el 18 de diciembre de 2005 (los cuerpos se hallan en maletas en la colonia Asturias); y en octubre de 2005 a un estudiante de 20 años de edad y un empleado de 28. Para congraciarse a la vez con el machismo y con la moda, Marroquín afirma no ser ni homosexual ni homofóbico, y da su explicación de por qué elige gays en los secuestros: “Simplemente los preferí por no batallar en operaciones que implicaran armas y vehículos, pues sólo fui a los lugares que frecuentaban y ellos solos me abordaban, se me hacía más fácil tratar a esas víctimas. Anhelaba una carrera criminal mayor, pues apenas iba empezando en ésta y evolucionaría, ascendería, tendría mejores víctimas con más dinero”.
A los medios informativos, Marroquín les asegura no tener remordimientos, sólo la preocupación de haber afectado a su familia y a la gente que conocía. “Nunca he pensado en las víctimas y sus familias. No había odio contra ellos por ser homosexuales, no había traumas, tuve una niñez normal, nunca me violaron ni me golpearon. No me arrepiento, sólo que refinaría mis métodos para no cometer los mismos errores y no ser detenido”. Insiste: “Me presentaba como Carlos. No los escogía, ellos solos se presentaban, después los invitaba a mi departamento, iban por voluntad propia… De los secuestros obtuve 150 mil pesos, con los que compré ropa, aparatos, otras cosas”.
Marroquín se autoelogia: “Le hice un bien a la sociedad pues esa gente hace que se malee la infancia. Me deshice de homosexuales que, de alguna manera, afectan a la sociedad. Digo, se sube uno al Metro y se van besuqueando, voy por la calle y me chiflan, me hablan”.
VI. La aparición del término “homofobia”
La homofobia aparece en 1971 en el libro de George Weinberg, Society and the Healthy Homosexual. El término cunde con rapidez al necesitarse la expresión que unifique la discriminación física, laboral, social, psicológica y delincuencial, lanzada contra los gays, algo no cubierto por las voces denigratorias (puto, joto, fag, queer, etcétera).
Lo persuasivo y lo avasallador del vocablo expresa un inequívoco avance social. Ya hay quienes consideran social y culturalmente negativa la discriminación de personas sobre la base de sus preferencias sexuales. Pronto, no hay discrepancias serias sobre las ventajas de la palabra, y la prueba es la prontitud con que la derecha la utiliza, aunque uno sospeche que cuando dicen “no soy homofóbico”, creen estar diciendo: “No soy homosexual”. Aunque al principio hay críticas por adjudicarle al pasado un término que no le corresponde, la palabra se va imponiendo, y así se cancelen los matices, las descalificaciones retro contenidas en el uso de homofobia se introducen en la memoria histórica. Por eso, Emiliano Zapata sería un homófobo por su decisión de fusilar a su consejero Manuel Palafox al enterarse de su homosexualidad.
Las industrias culturales captan el desarrollo de una nueva sensibilidad y el cine primero, el teatro y la televisión por cable se abren al tema de lo lésbico-gay, con menciones persistentes a los transgéneros. Los filmes de resonancia internacional abundan: La Cage aux Folles, Philadelphia, Longtime Companion, Jeffrey, Brokeback Mountain, Milk. En la televisión por cable series como Queer as Folk, Oz, The L Word, Six Feet Under, Brothers and Sisters. Incluso en las telenovelas latinoamericanas, ya son inevitables los personajes gay. Otro tanto sucede en el teatro e incluso en la comedia musical de Broadway. El amor que no podía decir su nombre, ahora podría hartarse de repetirlo.
En la ciudad de México, aunque ya se deja ver una presencia significativa en buen número de lugares (Guadalajara, Puebla, Tijuana, Monterrey…), crecen los grupos, se multiplican los sitios específicos, no escasean los grupos deportivos, hay publicaciones (entre ellas, y con un material importante, Letra S, el suplemento de La Jornada), una librería, dos revistas electrónicas (NotiEse y Anodis), una red amplísima de información (y de ligues), asociaciones de padres y madres con hijos gays y, hecho culminante, la Marcha del Orgullo Lésbico-Gay un sábado de junio al año, convoca en años recientes a 250 o 300 mil asistentes, disminuidos por casi todos los medios a unos cuantos centenares, tal vez con la intención de no alarmar a las conciencias inmejorables. Hay una bibliografía considerable, Semanas de la Diversidad en universidades y espacios institucionales. Ya suele ser común que los jóvenes les informen a sus familias de su orientación.
VII. “La Constitución de la República habla explícitamente del matrimonio entre el hombre y la mujer” (Felipe Calderón, 2 de febrero de 2010)
Lo señala Tocqueville: “El lazo natural que une las opiniones a los gustos y los actos a las creencias”. ¿Pero esos “lazos naturales” no varían históricamente y, ya últimamente, con rapidez? ¿Que no anuncian los actos múltiples de tolerancia una creencia social diferente? La derecha, tan experta en confundir las señales del pasado con el gozo de la prohibición, no entiende lo indetenible de ciertas acciones y movimientos. Guiada por su lógica del poder, deposita su persuasión en los acuerdos de la cúpula.
Obsérvese el triunfo legislativo de la derecha al obtener la penalización del aborto en 18 o 19 estados gracias al entendimiento del PAN con el PRI de Beatriz Paredes. Pero la respuesta ante esta criminalización (el término indispensable en el examen de las iniciativas legales del régimen de Calderón) ha sido impresionante. Casi de inmediato la gran batalla histórica del feminismo se vuelve también causa del sector democrático de la sociedad civil, al grado de que ahora, mayoritariamente, son hombres los que analizan y rechazan esta aberración jurídica de la derecha bipartidista. Lo antes inmencionable, el aborto, es hoy una palabra de uso común y una demanda civilizatoria.
¿Cuál es la imagen de gays y lesbianas que presenta la derecha? La respuesta de la iglesia católica y el Partido Acción Nacional es inmediata. El PAN amenaza en la Asamblea y, como táctica fulgurante, promueve una encuesta de tres preguntas, la tercera: ¿Cree usted que un niño adoptado por homosexuales sería víctima de burlas y discriminación por parte de sus compañeros de escuela?
Con que esas tuvimos: El PAN presupone que el prejuicio es eterno, que la burla y la discriminación nunca abandonarán a los homosexuales. Y la intelectual por excelencia del PAN, la ex dirigente en el DF, Mariana Gómez del Campo, argumenta a propósito del matrimonio: “La misma palabra no puede tener dos significados diferentes”. Y como si hubiera dicho algo luminoso, prosigue: “Uno de los derechos de los niños es tener una familia. A un niño no se le permite decidir a qué clase de familia se le envía” (The New York Times, 7 de febrero de 2010). ¿A qué niño, en cualquier parte del mundo, se le permite decidir a qué clase de familia quiere ir? Todavía no hay encuestas perinatales, y en asuntos de adopción los centros respectivos.
En el semanario Desde la Fe, de la Arquidiócesis de México, se enumeran 11 razones para el rechazo a los matrimonios entre parejas del mismo sexo y la adopción (nota de Gabriel León Zaragoza, La Jornada, 18 de enero de 2010): “Porque la Iglesia ha tenido esa vergonzosa y dolorosa experiencia —que ha reconocido, por la que ha pedido perdón y tomado medidas para corregirla y evitarla—, por lo que tiene autoridad para alertar el peligro que corren los niños que se desarrollan en un ambiente de homosexualidad… La Iglesia no promueve la homofobia. Es la pretensión de los homosexuales de adoptar niños la que ha provocado el rechazo de la gente… Por bien intencionados que fueran unos ‘papás’ homosexuales, su solo estilo de vida afectará de muchas maneras al niño. Si dice: ‘de grande quiero ser como mi papá’, ¿a qué se referirá? ¿A usar falda, maquillarse, invitar a otros hombres a dormir con él?… Por otra parte, no se puede dejar de mencionar la grave posibilidad de que una pareja de homosexuales desee adoptar niños con el perverso propósito de utilizarlos para pornografía infantil, abuso sexual, prostitución, etcétera”.
Y ahora resulta que el estilo de vida de los homosexuales es siempre el mismo: travestismo, falda, maquillaje, es de suponerse que tacón alto. Y como los homosexuales no quieren pasar la noche solos, invitan no un hombre sino al colectivo Hombres a dormir con ellos. También, la Arquidiócesis confunde delitos (pederastia, encubrimiento de sacerdotes como Marcial Maciel) con derechos civiles.
Antonio Chedraui, arzobispo ortodoxo, opina sobre la legislación que permite las bodas de parejas del mismo sexo (nota de Ruth Rodríguez y Nurit Martínez, El Universal, 18 de enero de 2010): “Dios creó hombre y mujer, no creó dos hombres ni dos mujeres; entonces, por qué se quiere ir en contra de la ley de Dios… Nosotros estamos por la familia, y si se quiere destruirla, no estaremos con los brazos cruzados, estamos dispuestos a todo”.
No es fácil tomar el Génesis al pie de la letra. De modo que Dios con tal de no dar marcha atrás en su idea de la pareja única, fomentó industrialmente el incesto. ¿O, breve interpolación, qué opina Chedraui de los primeros versículos del capítulo 6 del Génesis?:
1. Y acaeció que, cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas.
2. Viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomáronse mujeres, escogiendo entre todas.
4. Habían gigantes en la tierra en aquellos días, y también después que entraron los hijos de Dios a las hijas de los hombres, y les engendraron hijos: éstos fueron los valientes que desde la antigüedad fueron varones de nombre.
Si confiamos en el libro fundamental del cristianismo y no lo consideramos mitología, encontramos que Dios hizo a los hombres y a las mujeres no de uno en uno sino, como se ha visto, de muchos en muchos. Y, además, ¿qué entiende el arzobispo por “estar dispuestos a todo”? ¿Lo que nosotros pensamos o lo que no queremos siquiera imaginar?
Por segunda ocasión, la PGR promueve un recurso de inconstitucionalidad en contra de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal. La primera, en abril de 2007, en contra de la despenalización total del aborto en la ciudad de México; en la rectificación lo acompañó la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, dirigida por el parapresbítero José Luis Soberanes. La Suprema Corte de Justicia desechó la demanda. Ahora, según la PGR: “La reforma a los artículos 146 y 391 del Código Civil del Distrito Federal —que regulan las figuras del matrimonio y la adopción, respectivamente—, violan los artículos 4, 14,16, 133 constitucionales”. Esta reforma, se dice, “viola el principio de legalidad, ya que se aparta del fin constitucional de protección de la familia y de salvaguarda de los derechos de los niños… La reforma se aleja del deber estatal de salvaguardar el interés superior del niño, cuya supremacía ordena la Constitución mexicana y cuyos alcances establecen los tratados internacionales y han interpretado los propios tribunales mexicanos”.
El barroco del enredijo seudojurídico: según la PGR la adopción, prevista en el artículo 391 del Código Civil del Distrito Federal, “no cumple con el principio de legalidad al no haber tomado en cuenta la supremacía del interés superior del niño, colocado por encima de cualquier otro derecho. Además de que asegura que omitió considerar que todo menor tiene derecho al modelo de familia concebido expresamente por el Poder Constituyente Permanente en el dictamen de la reforma de 1974 a tal dispositivo constitucional”.
La PGR se imagina a gusto el texto de artículos constitucionales. ¿Por qué están tan seguros los asesores del Abogado de la Nación de que la reforma omite considerar que todo menor tiene derecho al modelo de familia? ¿Por qué hace de su temblorina argumentativa el gran acto jurídico, y de dónde saca que existe sobre la tierra un solo modelo de familia, en pleno olvido de Los Simpson y de la familia de Pepe el Toro en Nosotros los pobres? ¿Por qué la PGR no prohíbe también el divorcio y las madres solteras, que también viola “la supremacía del interés supremo del niño”, y no persigue a todas las familias que se apartan del modelo, tal vez un 50 o 60 por ciento, si nos atenemos a las madres solteras y a las cifras de la violencia intrafamiliar? Además, según esto, lo caido caido: si existe la figura jurídica de las sociedades de convivencia no pueden aprobarse otras sobre esta materia porque, ¡qué blasfemia!, sería refrendar la gran anomalía: las parejas del mismo sexo pueden acumular derechos. ¿Y de qué modo, según dice, esta reforma va a generar conflictos jurídicos en el resto de las entidades federativas y de la federación y va a trastocar el sistema federal y las instituciones del derecho de la familia? La PGR da a conocer la nueva teoría de la jurisprudencia epidemiológica: la ley de una ciudad puede infectar a todas las demás y seguirse hasta infectar al todo. Una ley solita desata la pandemia que arrasará el mundo legal hasta hoy conocido.
Felipe Calderón Hinojosa defiende en Tokio la controversia constitucional de la PGR en contra de los matrimonios del mismo sexo (nota de Claudia Herrera, La Jornada, 3 de febrero de 2010): “La Constitución de la República habla explícitamente del matrimonio entre el hombre y la mujer, y ahí hay simplemente un debate legal que tiene que ser resuelto por la Suprema Corte, pero no tiene ésta ninguna intencionalidad política ni parte de ningún prejuicio… Yo, desde luego, respeto plenamente las preferencias sexuales de las personas y a las parejas integradas por personas del mismo sexo, pero la procuraduría presenta año tras año decenas de controversias constitucionales donde hay una duda razonable sobre la constitucionalidad de una disposición de un ámbito legislativo”.
Valdría la pena que el presidente nos diera una fotocopia del ejemplar de la Constitución que usa, porque en la que circula su hallazgo explícito no se localiza por ningún lado. Se habla de la familia sin especificar, como quiere ahora el clero y seguramente la PGR, que ésta deba constar de padre, madre, muchos hijos, nietos y confesor, pero del matrimonio entre hombre y mujer, simplemente no hay registro. Es muy probable que esto se deba al jacobinismo ateo o a la falta de previsión de los constitucionalistas o, quizás también, a que en la Libre de Derecho, de la cual el licenciado Calderón es el jurista más ilustre, se maneja otra Constitución. La que circula en el mundo laico dice lo siguiente en el artículo cuarto: “El varón y la mujer son iguales ante la ley. Esta protegerá la organización y el desarrollo de la familia. Toda persona tiene derecho a decidir de manera libre, responsable e informada sobre el número y el espaciamiento de sus hijos… Queda prohibida toda discriminación motivada por origen étnico o nacional, el género, la edad, las discapacidades, la condición social, las condiciones de salud, la religión, las opiniones, las preferencias, el estado civil, o cualquiera otra que atente contra la dignidad humana y tenga por objeto anular o menoscabar los derechos y libertades de las personas”. Repetimos: el hombre y la mujer… ¿De dónde se extrae la un tanto peregrina conclusión: la igualdad ante la ley del varón y la mujer es idéntica al matrimonio del hombre y la mujer?
A ratos, don Felipe se acuerda de que hay, por lo menos, cientos de miles de mexicanos con otras preferencias (y algunos con otras lecturas, más textuales, de la Constitución, donde no se inventa a pedido el matrimonio entre hombre y mujer, aprovechándose mañosamente del escaso conocimiento jurídico de los periodistas japoneses). Debido a eso, con astucia que sería meritoria de no refrendar la índole de su orden a la PGR, afirma: “Respeto plenamente las preferencias sexuales de cualquier persona, así como a las parejas integradas por personas del mismo sexo”. ¡Qué hábil! Las respeta siempre y cuando no se les ocurra tener derechos, y oponerse a los dictámenes de los obispos; las respeta siempre y cuando acepten que pueden vivir juntos o juntas pero no pasear jurídicamente de la mano ante un juez.
Calderón insiste: la demanda de inconstitucionalidad no tiene fines políticos. ¿Qué acción de los gobiernos carece en primera y última instancia de fines políticos? ¿No es un fin político proceder contra los “que atentan contra la ley de Dios”, a nombre de falsas argucias? ¿No es político el igualar un gobierno con las campañas del episcopado? Escribe Jacobo Zabludovsky: “El peligro no está en los matrimonios entre personas del mismo sexo, que no nos distraigan. El peligro inminente y cierto está en la unión ilegal aunque natural de un presidente y un cardenal. Esa boda sí es preocupante” (El Universal, 8 de febrero de 2010).
La campaña la encabeza el cardenal primado Norberto Rivera: “De verdad México está padeciendo muchos males, la influenza, la violencia, la pobreza, el desempleo, y junto con estos males también nos llega la noticia de una ley mala y perversa para el Distrito Federal que no fue consultada” (23 de diciembre de 2009). El 10 de enero de 2010, Rivera insiste en otra homilía:
A nosotros, venerables hermanos, también nos quieren prohibir hablar en nombre de Jesús, predicar su doctrina, cumplir con el mandato del Señor de anunciar la Buena Nueva, defender el vínculo sagrado del matrimonio al que San Pablo comparó con el amor con que Cristo ama a su Iglesia, y no, no podemos callar, pues podremos escapar de los tribunales de los enemigos de Cristo, pero no evadiremos el tribunal supremo de Dios, quien nos pediría cuenta de nuestra cobardía por avergonzarnos de su nombre y por no defender al rebaño del lobo que mata y dispersa a las ovejas.
Leer para creer: del matrimonio gay como el lobo que mata y dispersa a los feligreses.
Don Alberto Suárez Inda, arzobispo de Morelia, en una conferencia de prensa de la Conferencia Episcopal Mexicana, teoriza (nota de Carolina Gómez Mena y Claudia Herrera, La Jornada, 20 de enero de 2010): “Lo importante es que el hombre tenga capacidad de dominio sobre sus propias pasiones, sobre sus instintos y sepa comportarse a la altura de lo que es una persona que se precia de ser respetuoso de los demás, que sepa valorar su cuerpo y entienda el verdadero sentido del amor, que implica donación y felicidad”.
Y ya Alberto sorprendió gratamente a los zoólogos cuando consideró: “Los perros no hacen el sexo entre dos del mismo sexo”.
Habla José Guadalupe Martín Rábago, arzobispo de León, durante la misma conferencia de la CEM (nota de Susana Moraga, Reforma, 20 de enero de 2010): “El ejercicio de la homosexualidad es una desviación, objetivamente hablando, es una falta moral, y voy a subrayar la palabra: objetivamente hablando, porque lo que sucede en el interior de la conciencia de una persona sólo Dios lo puede juzgar”.
Don José Guadalupe no es un homófobo sino un enemigo de las apariencias. De acuerdo a su creencia, la homosexualidad es una falta moral, y está en su derecho de así juzgarlo, tal vez porque intuye otro Decálogo: “No le guiñarás el ojo a tu prójimo, ni le abrirás la puerta de tu recámara, ni le regalarás fotos de Cristiano Ronaldo”.
Pero quizás se excede al situar objetivamente hablando a la “desviación”. ¿Quién tiene aspecto de “falta moral”? Y, ya que si no todos caminan por la calle como la Bikina o la Chica de Ipanema, ¿por qué no don José Guadalupe organiza una rogativa para que el interior de la conciencia se traslade al rostro, los ademanes y la ropa?
“Niños juguete”, publicado en El Semanario de la Arquidiócesis de Guadalajara (nota de Mauricio Ferrer, La Jornada, 31 de enero de 2010): “Es verdad que algunos pequeños están creciendo bajo el techo de parejas homosexuales. Y, con base en que el hecho está teniendo lugar entre nosotros, algunos argumentan que la legislación debe ofrecer un marco legal a lo que está ocurriendo… En tal sentido, entonces deberíamos legalizar todos los asesinatos, el narcotráfico o cualquier otra actividad que ya se hizo común para muchos… ¿Para qué están las leyes? ¿Para tutelar el orden o para ponerse al servicio de lo que sucede en la calle? El caso es que este principio suele ser mantenido según conveniencia, ya que a nadie se le ocurre decir que la ley no deba penalizar el robo, por ejemplo, basándose en el hecho incuestionable de la existencia de carteristas y asaltantes… Los menores arrastran graves complejos al ser adoptados por parejas homosexuales… No es que los homosexuales, por naturaleza, sean malos o menos buenos que los heterosexuales, o más malos que otros. No. Sólo aplica el sentido común: se necesita lo femenino y lo masculino delante del niño”.
Por lo visto, escasean los obispos sin un depósito de almas muertas al lado. Otro ejemplo viene de Pedro Pablo Elizondo, obispo de Cancún-Chetumal, que se expresa en contra de la unión de los semejantes (nota de Hugo Martoccia, La Jornada, 2 de febrero de 2010): “En el caso de los matrimonios gays, estoy del lado de Dios, que ha enseñado que tal unión sólo se da entre varón y hembra. El matrimonio es entre el hombre y la mujer; las otras, las sociedades de convivencia no son matrimonio… La palabra matrimonium tiene que ver con la función de la madre, y en eso no hay madre, porque no tienen madre, eso no es un matrimonio. Estas uniones no tienen madre y la iglesia católica no es homofóbica porque es la única institución que se ocupa de ellos cuando se están muriendo de sida”.
Le faltó al primer obispo proveniente de los Legionarios de Cristo, discípulo fiel del padre Marcial Maciel, cobrar la generosa despedida a los enfermos. Está bien que reciban la limosna de la extremaunción, pero las familias deben ser agradecidas.
Hugo Valdemar, vocero de la Arquidiócesis de México, subraya, desde el montículo de la autoridad moral la “falta de serenidad” en torno al debate de los matrimonios del mismo sexo (nota de Gabriel León Zaragoza, La Jornada, 2 de febrero de 2010): “El repudio de los intelectuales ha sido histórico hacia la Iglesia. Han sido formados en un ambiente jacobino, anticlerical, y como está de moda golpear a la Iglesia, pero ellos siguen la corriente de moda. Creen que eso es un gran despliegue de brillantez (sic) cuando en realidad es vergonzoso que se dé esto”.
De los avances
La Ley de Sociedad de Convivencia, aprobada el 9 de noviembre del 2006 por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal y en vigencia a partir del 16 de marzo de 2007, da reconocimiento legal a los hogares formados por personas sin parentesco consanguíneo o por afinidad. La ley contempla y determina ciertos derechos y obligaciones para los miembros de la sociedad de convivencia, de los que carecían muchas familias antes de la creación de esta ley. Entre otros, se define el derecho a heredar (la sucesión legítima intestamentaria), la subrogación del arrendamiento, los alimentos en caso de necesidad y la tutela legítima —en casi todo México sólo gozan de estos derechos los ascendientes, descendientes o el cónyuge legal de una persona—. A esta ley la distinguen el activismo lésbico-gay a su favor, y el que los medios de comunicación y la iglesia católica la presenten como legislación que equipara los convenios homosexuales con el matrimonio; en rigor, esta ley no reconoce vínculos familiares y solamente concierne a los adultos de cualquier sexo o género que las subscriban. El hecho de establecer una sociedad de convivencia no cambia el estado civil de los convivientes, que continúan legalmente solteros. El Arzobispado critica arduamente a las Sociedades de Convivencia, y luego se olvida de los males que traería al país.
Me he extendido en la compilación de ansiedades homofóbicas que proseguirán sin variantes; falta mencionar la gran novedad de esta batalla cultural, política, de ética y moral. De modo insólito, como apenas sucedió con las Sociedades de Convivencia, han intervenido en defensa de la igualdad ante la ley legisladores, juristas, escritores, periodistas, Organizaciones No Gubernamentales, articulistas, comentaristas radiofónicos, radioescuchas y organizaciones de la diversidad sexual. No ha sido, como se ha dicho muy a la ligera, un enfrentamiento del sector gay con la iglesia católica, el PAN, la ultraderecha, el gobierno de Calderón y la PGR. Aunque el debate actual no hubiese sido posible sin los cuarenta años del feminismo y del activismo lésbico-gay, esta vez en el espacio público y en su mayoría, son heterosexuales los defensores del Estado laico y los derechos de las minorías. Para empezar, los asambleístas del PRD en la ALDF. También, y de manera muy destacada, Marcelo Ebrard, el jefe de gobierno de la ciudad de México, al tanto de los “costos políticos” (en sus aspiraciones en 2012) que traerá su respaldo al aborto, bodas gay y adopción: “Son de esas disyuntivas de la política de fondo, desde luego que muchos me dicen, ‘no te metas en esos temas’, pues se puede polarizar la opinión… Sí va a tener costo con una parte de la población que no ve bien esas medidas, pero tienes que promoverlas porque ese es el compromiso primordial que tenemos” (10 de enero de 2010). El 29 de enero, Ebrard critica al titular de la PGR, Arturo Chávez Chávez, por la acción de inconstitucionalidad interpuesta en contra de los matrimonios gay, que califica de “grave error”, de intromisión del gobierno federal en las instituciones de la ciudad, y de un intento por limitar los derechos de las personas.
Y también Luis González Placencia, presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF), advierte:
Así como la Secretaría de Gobernación se retractó de las declaraciones del presidente Calderón (los jóvenes asesinados en Ciudad Juárez, Chihuahua, fueron ejecutados en una riña entre pandillas), sería muy interesante que la administración panista ofreciera una disculpa por las afirmaciones del mandatario en torno a los matrimonios homosexuales (8 de febrero de 2010).
Son pobres los resultados de la muy amañada encuesta del PAN, “el partido de la derecha moderna”, donde se habla de “pecado” y se presenta al matrimonio gay como “peligro”: 53 por ciento en contra de los matrimonios y 47 por ciento a favor. ¿Es esa una victoria arrasadora? En muy buena parte del país la mayoría de los encuestados se pronuncia a favor del matrimonio gay y en contra de la adopción, por otra parte con mucho tiempo de existir. Y la controversia en la opinión pública, muy intensa, ofrece un panorama inesperado y no tanto: sectores amplísimos transitan de la etapa de la tolerancia (un espacio de amnistía y buena voluntad) a la etapa de la modernización de las leyes y del respeto a la igualdad ante la ley. Como en el caso de la salud reproductiva, los derechos del colectivo LGBTI son ahora también parte de la causa general del desarrollo civilizatorio. Aun tomando en cuenta las resonancias negativas y el clima de homofobia febril, éste es un gran avance.
Carlos Monsiváis. Escritor. Entre sus libros: Apocalipstick, El Estado laico y sus malquerientes y Amor perdido.