Regeneración, 11 febrero del 2016.– Proclive a una Iglesia identificada con la opción preferencial por los pobres, Francisco es un Papa que ha logrado penetrar con su discurso de apertura en temas complejos para el catolicismo como aborto, homosexualidad o pederastia, lo que le ha valido respaldo entre amplios sectores progresistas en el mundo.
En contraste, esta postura encuentra reticencias dentro de la conservadora curia romana, donde ‘‘están sus principales enemigos’’, advierte la investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) Nora Pérez-Rayón.
Añade que la visita a México del pontífice ha enviado, con la sola definición de su agenda, mensajes implícitos al Episcopado Mexicano. Elegir Chiapas ‘‘es la reivindicación de Samuel Ruiz’’, frente a un clero que ‘‘lo detestaba’’ y que para el denominado Club de Roma (el clero afín a Juan Pablo II), tachaba al Tatic de ‘‘comunista’’ y demandó su investigación por sus ‘‘desviaciones pastorales’’.
Asimismo, visitar Ciudad Juárez marca la importancia que tiene para Francisco la migración. ‘‘Ha elegido Juárez para abordarla, mientras que del otro lado de la frontera se habla de construir muros. Esto supondrá un respaldo a esfuerzos aislados, como los del sacerdote Alejandro Solalinde, pero que también implicará una demanda al Episcopado Mexicano para asumir un compromiso real en este tema’’.
Está claro, reconoce López-Rayón, que no hay mucha identificación entre las visiones que tienen el gobierno mexicano y Francisco, pero se impondrán las formas diplomáticas para que no exista condena abierta a temas como el narcotráfico. Habrá un mensaje ‘‘genérico’’, pero no va a romper formas con un gobierno que por primera vez le abrirá Palacio Nacional a un pontífice.
A diferencia de Juan Pablo II, en cuya gestión sustituyó paulatinamente a todos obispos progresistas por un clero mucho más conservador, el contexto actual es diferente, subraya la investigadora, con un Papa que si bien no comparte y cuestiona algunos posicionamientos de la Teología de la Liberación, tiene otra visión del papel de la Iglesia.
‘‘Es un crítico del funcionamiento de la Iglesia católica, de la existencia de obispos que viven como príncipes’’, sostiene López-Rayón. Francisco asumió el papado ‘‘con una Iglesia en crisis, golpeada por las denuncias de pederastia y la corrupción en las finanzas vaticanas’’, pero desde su arribo marcó su estilo personal, no sólo en el fondo, sino también en las formas.
‘‘Es un jesuita para quien las formas refuerzan esa visión que pugna por una Iglesia pobre para los pobres y que envían un mensaje fresco en la gestualidad.’’
En paralelo, sus posturas ante la homosexualidad o la censura a la pederastia y los abusos sexuales de prelados de la Iglesia, han comenzado a dar un viraje a la jerarquía católica. Está claro que en una institución con más de 2 mil años de existencia es imposible que un hombre la revolucione, pero Francisco ha dado pasos importantes para recuperar la credibilidad.
Para López-Rayón, Francisco tiene una afinidad con Juan Pablo II: el carisma. Si bien sus objetivos doctrinales al frente de la Iglesia son diferentes. ‘‘Juan Pablo II tenía claro la necesidad de centralizar el poder en el Vaticano, terminar con visiones polarizadas en el seno de la curia y combatir todo lo que fuera comunismo en un entorno aún bipolar.
El papa Francisco es un crítico de los excesos del capitalismo, censura la desigualdad y la pobreza, al tiempo que ha ventilado temas que Juan Pablo II omitía. En México, los abusos de Marcial Maciel no han sido abordados ni por Juan Pablo II (que era su protector), ni por Benedicto XVI, por un pacto implícito ante el peso de la Legión de Cristo.
Bergoglio supo sortear con inteligencia las fuertes presiones que había en el Vaticano para canonizar a Juan Pablo II –con esa visión conservadora que encarnó en su largo pontificado–, que finalmente tuvo la anuencia del Papa argentino, pero lo hizo junto con Juan XXIII, que representa el Concilio Vaticano II. ‘‘Las canonizaciones en el Vaticano son un asunto de Estado’’.
La investigadora de la UAM concluye que más allá del cariz doctrinal, toda visita papal es un evento político por la investidura del propio Papa, del que todos los políticos –‘‘que se han clericalizado desde la reforma’’– buscan obtener provecho. Y mientras tanto, la mayoría de los medios de comunicación desatan una ‘‘papolatría avasalladora, donde no se omiten los deslices de ignorancia y desbordado catolicismo’’.
(Información completa de La Jornada)