Que viva México | Un retrato impreciso

Por Miguel Martín Felipe

RegeneraciónMx.- En el año 2014, uno de ruptura y dolor, se estrenaba una ácida crítica al poder mediático y al contubernio que éste sostenía con el poder político. Se trataba de La dictadura perfecta, del director Luis Estrada. De ritmo lento, pero efectiva en cuanto a guion y montaje, la película daba nuevos bríos al director nacido en el seno de la industria cinematográfica; su padre fue José Estrada, director mediano que se formó en la época de oro y que después decayó en calidad junto con la industria como tantos otros.

Luis Estrada venía de entregar un hito cinematográfico como parte de la misma serie. El Infierno, estrenada en 2009, retrataba de manera mordaz la “guerra contra el narcotráfico” que desató Felipe Calderón, y simbólicamente nos mostraba un bicentenario lleno de atrezo y artificio, pero a su vez manchado con la sangre de mexicanos que podrían haber estado trabajando o estudiando si el presupuesto no se hubiera volcado hacia una virtual guerra civil.

En 2006, bajo evidente censura y con un notorio descenso en calidad, estrenó Un mundo maravilloso, para clamar que el gobierno de Vicente Fox había sido un fracaso con respecto a sus promesas de campaña. Esta película fungía como secuela de La ley de Herodes, que fue estrenada en 1999 y celebrada por todo lo alto como una gran obra fílmica, no solo por sus valores técnicos y narrativos (con mención aparte para el infaltable e infalible Damián Alcázar), sino por atreverse a satirizar directamente al PRI y al PAN en todas sus conocidas prácticas truculentas e hipocresía.

Habiendo entonces completado una serie de cuatro filmes encaminados a denunciar los que Luis Estrada consideraba los más grandes males de México, según su visión, declaraba en aquel convulso 2014, en que el hartazgo social acumulaba masa crítica debido al infame episodio de Ayotzinapa; que ya solo le faltaba hacer una película criticando expresamente a la sociedad mexicana, para denunciar flagelos como el clasismo, el racismo y la discriminación.

Ahí quedaron esas palabras y su obra podía considerarse un círculo bien cerrado, toda vez que Estrada se contaba dentro de los artistas y realizadores que no ocultaban su preferencia por el proyecto obradorista desde el fraude acaecido en 2006, por lo que se mantenía en pie de lucha junto con Damián Alcázar, a quien muchas veces ha nombrado como su alter ego puesto dentro de sus propias historias. Alcázar se mantiene a día de hoy como férreo defensor del obradorismo en medio de una industria cultural que en general no simpatiza con quien ahora está en el poder, aunque en algún momento pretérito le hayan manifestado su apoyo.

En 2018 se alzó con el triunfo Andrés Manuel López Obrador. Cualquiera pensaría, como ya se dijo, que el trabajo de concientización que implícitamente buscaba hacer Estrada con su cine había surtido efecto, ya que se consideraba como parte de la misma lucha que debía culminar con la instauración de un régimen distinto a todo lo que el director había combatido por la vía del arte.

Sin embargo, la política de austeridad de AMLO impactó fuertemente en rubros no considerados prioritarios con respecto a los programas sociales y obras de infraestructura, ya que primero se invertiría en todo aquello que garantizara oportunidades de estudio y fuentes de trabajo sostenidas, apoyos económicos a grupos vulnerables, así como potenciar la economía de las zonas del país más rezagadas históricamente. Lastimosamente para el rubro cinematográfico, su labor no fue considerada dentro de estos proyectos prioritarios, por lo que muchos realizadores acostumbrados a recibir con asiduidad fondos garantizados para hacer sus películas, se encontraron con criterios muy distintos a los anteriores.

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No sabemos cuál era la estructura ni la morfología del guion que Estrada había planteado antes de que se le negara el financiamiento para filmar Que viva México, lo cierto es que el director no dudó en plasmar una crítica a AMLO y sus políticas que trasluce un cierto aire de revancha. Tal vez ya no tocaba atacar a las empresas de medios como hizo en La dictadura perfecta, pero ciertamente, y puestos a enlistar faltantes, luce por su ausencia una crítica al esquema igualmente enajenante de los servicios de streaming, pero esto no es casual, pues fue la multinacional Netflix quien decidió finalmente otorgar los fondos a Luis Estrada para realizar lo que él considera es su obra culminante.

El argumento estriba básicamente sobre la lucha de clases. Pancho Reyes (Alfonso Herrera) es un ingeniero que ha logrado colocarse en la clase media desde un origen humilde. Tras la muerte de su abuelo acude a su pueblo natal, La Prosperidad, para dirimir el conflicto sobre el reparto de la herencia. Sin embargo, deberá librar una batalla cada vez más cruenta con los abundantes miembros de su variopinta familia, encabezados por su padre Rosendo (Damián Alcázar).

En cuanto a valores cinematográficos, vuelve a estar presente el tono des saturado que Estrada ha empleado como filtro en otras películas, el cual pretende comunicar su nihilismo, que nunca hay esperanza ni finales felices en México. Los encuadres evidencian una fotografía pulcra de Alberto Anaya, una garantía dentro de la escena mexicana e internacional. El ritmo es semilento con momentos climáticos que sirven para enredar cada vez más el conflicto. El humor se basa no solo en una evidente satirización del discurso obradorista, sino también en recursos escatológicos que, a mi juicio resultan innecesarios y tal vez llegan a traslucir una cierta visceralidad en el tratamiento del guion.

En cuanto a los personajes, considero que están bien desarrollados dentro de los parámetros fijados por el director. Las actuaciones son efectivas. Incluso habría que hacer mención aparte para Alfonso Herrera, a quien se le notan inflexiones propias de Damián Alcázar, quien parece estarle entregando la estafeta como actor tótem de Estrada. Por otro lado, las personalidades de todos ellos están intencionalmente caricaturizadas al punto de perder en verosimilitud.

Basado en entrevistas que Luis Estrada ha otorgado en medios, se puede atisbar que el diseño de personajes es una caricaturización desde el privilegio y la soberbia, cuestión que suele nublar la percepción. Considero que quienes desde estratos bajos tuvimos la posibilidad de acceder a la academia y en particular a las ciencias sociales, podemos tener un panorama mucho más amplio. Evidentemente Luis Estrada emite juicios a través de su obra, pero el elemento del que adolece en este particular retrato es precisamente pueblo. Se supone que hay que hacerlo verosímil, pero no lo logra por falta de bagaje, no técnico ni metodológico, sino social. Asimismo, con la labor de la 4T en la reconfiguración de los conceptos política exterior y soberanía, su retrato del entreguismo resulta un tanto desfasado. Funcionaba con el personaje  llamadoRobert Smith de La ley de Herodes, pero en Que viva México se nota cuánto tiempo estuvo enlatado el guion.

La premisa principal de crítica a la sociedad mexicana se ceba en los pobres como descarados y flojos, enardecidos por el discurso presidencial y a la vez envalentonados por el mismo para legitimar el despojo hacia los que más tienen. Dentro de lo que parece una crítica al aspiracionismo, reivindica la cultura del esfuerzo sin reparar en la falta de oportunidades.

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En cuanto a su infaltable ‘repasón’ a la clase política, el mensaje que trasluce es que no ha cambiado nada y que la currupción, junto con el resto de malas prácticas del régimen anterior, se mantiene sin cambios. Casualmente es ese el discurso perpetuado por la industria cultural para disuadir al ciudadano común de politizarse: “todos son iguales”.

Flagelos como el clasismo, el racismo, el machismo y el acoso, que se perfilaban como el punto central del proyecto desde 2014, fueron quedando como solo algunos tropos que ocasionalmente acuden al hilo principal de la historia, pero que no llegan a ser determinantes. En todo caso se encuentra siempre presente el rasgo de la avaricia, pero ya nos dirá Estrada si realmente es algo privativo de la sociedad mexicana. Igualmente no se logran paladear las referencias a las otras películas, que, según Estrada, debían llegar a ser tan exquisitas como las logradas por Cervantes, Rulfo o Faulkner dentro de sus respectivas obras.

Lo que pudo ser no fue. Tenemos otra sátira política que cada cinco minutos nos reitera que lo es, mientras que se esconde detrás de una crítica social en clave de humor. Sin embargo, esta vez el panorama es distinto: la popularidad del gobierno actual, que se ha forjado al margen de los medios corporativos y con una población cada vez más politizada, hace que muchas de las críticas no tengan correlato en la realidad.

José Sefami, Ana de la Reguera, Joaquín Cosío y el enorme Salvador Sánchez trabajaron de forma excelente, como nos tienen acostumbrados. Pero esto no salva a un retrato impreciso de la sociedad mexicana, en la que hay más bondad, rectitud y pundonor de lo que Luis Estrada estuvo dispuesto a ver. Tal vez, a veces hace falta bajar un poco y estrechar algunas manos callosas compartiendo un café de olla o una cerveza, cruzando palabras sinceras y sentidas, para delinear mejor a una sociedad de la que inconscientemente uno se aleja cuando se siente intelectualmente superior. En otras palabras, esta obra fílmica de aires grandilocuentes, carece de humildad.

La relación amor-odio que Luis estrada acusa tener con nuestro país; su país, queda evidenciada de manera efectiva a través de este filme.Si me preguntan a mí, de entre ambos caminos, nunca elegiré el odio. Si el concepto de “pueblo bueno” nos llegara a ser chocante (como a Luis Estrada) por considerar que esta sociedad aún está en deconstrucción, pues no queda más que seguir empeñados en el trabajo con enfoque comunitario. «Solo el pueblo puede salvar al pueblo». A lo mejor al propio director esto se le hace palabrería demagógica, pero muchos hemos comprobado en la práctica que ahí subyace una gran verdad.

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