La nueva guerra y sus mentiras, por Jenaro Villamil

Es la amistad, no la propiedad, la verdad más peligrosa en contra de las mentiras de la guerra y, más, las de esta nueva era.

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Jenaro Villamil | Homozapping

Regeneración, 18 de noviembre, 2015. Algunas de las mentiras más fuertes que nos contamos para justificar la guerra, el exterminio del otro, son la religión, la nacionalidad o la pertenencia a una élite, a una clase y ya ni siquiera a una ideología, una vez que la Guerra Fría terminó para dar paso a las múltiples guerras de intervención o de “justicia infinita”, como la inaugurada por George W. Bush contra Afganistán e Irak, a raíz de los atentados del 11-S de 2001.

La guerra se alimenta de mentiras. Y una de las verdades más peligrosas para la guerra es la siguiente: son más cosas las que nos unen ahora que antes, las que nos hacen más amigo del otro, las que nos ponen en riesgo a todos y no sólo a unos cuantos.

Incluso, este martes que se suspendió el partido de futbol amistoso entre Alemania y Holanda, en Hannover, pensé que el futbol es quizá de los pocos espectáculos globales que unen a musulmanes con cristianos, al Occidente con el Oriente, a los países desarrollados con los subdesarrollados.

Después del 13 de noviembre en París, un partido de futbol se vuelve peligroso. La puesta en escena terrorista dio en el corazón de uno de los pocos espectáculos globales que nos unen. Una mentira más para dividirnos.

Somos seres humanos con el dolor tremendo de la existencia. Y ese dolor sólo se cura cuando encontramos en el otro lo que somos, lo que también queremos, disfrutamos. Es la amistad, no la propiedad, la verdad más peligrosa en contra de las mentiras de la guerra y, más, las de esta nueva era.

Desde el 13 de noviembre se expanden en las redes sociales, en los medios, en los discursos hipócritas como los de Donald Trump o la ultraderecha francesa, la satanización del refugiado, más si es de origen sirio. ¡Qué lejos estamos de esa lección al mundo que dieron Lázaro Cárdenas y Gilberto Bosques cuando se atrevieron, en plena guerra de totalitarismos, abrir las fronteras mexicanas a los refugiados españoles y franceses! Y luego en los setenta a los refugiados y exiliados de las dictaduras de Centro y Sudamérica.

Ahora ser refugiado es una palabra peligrosa. Enemista. Divide. Genera miedo. Inocula el terror.

Muchas de las víctimas de los atentados en París eran transterrados, migrantes temporales o visitantes. No se golpeó sólo al espíritu francés y los símbolos históricos que representa la Ciudad Luz. Se atacó el símbolo más genuino de un Estado amigo: su hospitalidad. Las víctimas eran jóvenes que disfrutaban un café, que fueron al estadio de futbol o estaban en el salón de baile Bataclan. Sólo querían disfrutar el momento de la convivencia. De la amistad.

Pero la mentira tremenda es decir que “ellos deben morir” para que otros afloren. Ya no hay víctimas colaterales ni víctimas inocentes. Todos pueden ser culpables de estar en el bando del otro. Y el fundamentalismo religioso que borra todo vestigio de mirada laica lleva este silogismo hasta sus más terribles consecuencias. En nombre de alguna de las mentiras más peligrosas de esta nueva era de la guerra global.

La pregunta no es si esas muertes “valen” más o tienen mayor peso simbólico que los cientos de sirios, libaneses, libios o palestinos que mueren a diario por el delirio de una guerra plagada de mentiras entre el Estado Islámico (ISIS) y la coalición de Estados Occidentales (alentada por Estados Unidos y ahora con el epicentro de Francia).

La pregunta es si al terrorismo llamado “fundamentalista” se le puede y debe enfrentar con otro terrorismo “legítimo”. ¿No acaso son parte del mismo dragón que se muerde la cola? ¿No estamos asistiendo a un resurgimiento escabroso del reparto postcolonial del Medio Oriente donde Daésh (el Estado Islámico) juega el papel siniestro de maquinaria de muerte y de poder para justificar un nuevo reparto al estilo del acuerdo Sykes-Picot, de 1916, que hicieron Gran Bretaña y Francia tras el derrumbe del viejo imperio otomano?

Es el uso de la violencia, del terror, de la reducción de las vidas humanas a meros instrumentos de la nueva guerra en ciernes lo que hace brutal y terriblemente similares las mentiras de antaño con las de ahora. Quizá la diferencia es el nivel de conmoción instantánea y multiplicada a través de la capacidad global de información.

Pero la información siempre encubre también algunas mentiras. Nunca es neutra ni desinteresada. Es el otro gran escenario para justificar y expandir el miedo.

No caigamos en el juego de las mentiras.

¿Por qué mejor no tratamos de abrir una puerta que está oculta?

La amistad entre musulmanes y cristianos, entre árabes y judíos, entre Oriente y Occidente es hoy más urgente que nunca. Nunca como en estos tiempos bélicos la amistad, por verdadera, podía ser tan peligrosa para las mentiras de la guerra.

La amistad se construye en el goce, en el dolor, en la identificación y en el respeto a las diferencias, en la capacidad mutua de indignación, en admitir que nadie sobrevive sobre el exterminio del otro, pero nunca en la mentira de la superioridad, la justicia vengativa, la contemplación impasible del horror.

La amistad es veneno puro para la guerra porque obliga a desmantelar las mentiras, el miedo, el odio que las engendra.

Lo escribió John Donne, el poeta metafísico inglés, hace más de 500 años: “Nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti” porque “ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera nos afecta porque estamos unidos a toda la humanidad”.

Twitter: @JenaroVillamil