Por Miguel Martín Felipe
RegeneraciónMx.- El proceso de elaboración de un libro es siempre apasionante y está lleno de sorpresas. Para este caso concreto, al tratarse de un compendio de reflexiones sobre la lengua, por el camino de la cotidianidad van saliendo al paso situaciones que constituyen auténticas minas de oro en lo que a casos de estudio se refieren.
Esperando a ser atendido en un puesto de esos novedosos elotes cubiertos con frituras trituradas que causan sensación en la Ciudad de México y sus alrededores, estuve parando oreja y me encontré con un fenómeno muy curioso. Tres señoras dijeron, cada una en distinto momento, frases en las que evitaban decir la palabra ‘chile’ y la sustituían por ‘picante’. Platicando al respecto con los alumnos de mi clase comunitaria de inglés, me dijeron que no estaban conscientes sobre ello, pero que, cayendo en cuenta, también les sucedía.
Como lo he comentado en otras ocasiones, mi hipótesis apunta a que los nahuatlismos, o bien, muchas palabras con el sonido ch, transcrito fonéticamente como /ʧ/, cargan con un estigma cultural mayormente en la Ciudad de México y el resto de núcleos urbanos del país, pues en ellos existe la constante búsqueda de una variante neutra del idioma que en términos reales resulta inexistente, puesto que no es el dialecto de ninguna comunidad, y más bien, lo que se pretende es imitar el habla de los noticiarios o de las producciones dobladas, pero en ninguno de estos casos estamos ante una variante que pueda encontrarse en la cotidianidad de ningún grupo social.
Existe históricamente una cierta tendencia a relacionar ciertos sonidos del habla humana con cuestiones positivas o negativas según su naturaleza. Por ejemplo, J.R.R. Tolkien, el autor de el señor de los anillos, creó lenguas ficticias para cada una de las razas que habitaban la Tierra Media, lugar en que se desarrollan las historias de su obra. En las lenguas élficas, el sindarin y el quenya, predominan las vocales [a], [e], [i]; así como las consonantes líquidas [l] y [r], y las nasales [m] y [n], para referirse a cuestiones benignas. Así, encontramos nombres de lugares y personas como Gondolin, Elanor, Arwen, Galadriel, Legolas, Lorien, Valinor, Ithilien, Mirien, etc.
Al traducir los nombres a lo que en ese universo llaman lengua común, que es el inglés, o para nosotros el español, nos encontramos con que todos hacen alusión a portentos de la naturaleza y a su inherente belleza. Por otro lado, sobre todo el sindarin, nombra a personajes o lugares de carácter maligno con predominio de las vocales [u] y [o]. Tenemos entonces Ered Gorgoroth, Cirith Ungol, Mordor, Orodruin, o Morgoth.
Abundando más en el universo Tolkien (quien, finalmente, como lingüista se basaba en lo estudiado dentro de su campo), está el fragmento de la llamada lengua negra de Mordor, inventada por el señor oscuro Sauron para ser hablada por sus sirvientes; la inscripción en el anillo único versa así: «Ash nazg durbatulûk, ash nazg gimbatul, ash nazg thrakatulûk, agh burzum-ishi krimpatul» Podemos observar que predominan las consonantes sordas [t] y [k], y la vocal [u]. La traducción es: «Un Anillo para gobernarlos a todos. Un Anillo para encontrarlos, un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas». El propio Tolkien, a través de las notas de Denethor, senescal de Gondor, describe el fragmento de manera muy contundente: «Pienso que se trata de una lengua del País Tenebroso, pues es grosera y bárbara. Ignoro qué mal anuncia, pero la he copiado aquí, para que no caiga en el olvido.»
No es que en medio de mi exposición me haya alocado y haya tomado una deriva literaria sin rumbo. Con el anterior pasaje he pretendido ejemplificar cómo ciertos patrones que por momentos se salen de las fronteras de lo puramente lingüístico operan a la hora de darles forma a las palabras, o, como en el caso que nos ocupa, de elegir unas por encima de otras.
Podría ser que todos estos siglos de colonización mental hayan dejado en la psique colectiva latinoamericana una noción casi fosilizada de que las lenguas originarias son inferiores, o incluso procaces, pero sin basarse en criterio objetivo alguno, sino solo en cuan “exóticas” resultan si se les compara con la morfología de las lenguas romances o germánicas. Asimismo, y como también sucede con el imaginario de Tolkien, si estas lenguas son habladas por grupos étnicos distintos a los de la centralidad, con más razón se exponen a la estigmatización y a la exclusión. Y ya hemos atestiguado cómo reacciona el sistema en distintos ámbitos cuando se presenta una persona hablante de lengua originaria y/o perteneciente a una etnia de tradición prehispánica.
Pero detengámonos a explicar qué es la ultracorrección. Se trata de un fenómeno que consiste en que el hablante, con base en algún prejuicio sobre la forma de una palabra o una cierta interpretación que ésta pueda tener, hace una corrección arbitraria al margen de las reglas y termina enunciando expresiones forzadas o que incluso se puedan considerar incorrectas. Los ejemplos más recurrentes del español se dan, sobre todo, en estratos socioeconómicos bajos. ‘Ahujeta’ por ‘agujeta’, ‘bacalado’ por ‘bacalao’ o ‘no ha visto’ por ‘no ha habido’.
En esos casos el hablante utiliza el criterio basado en la noción de «me suena naco», así que hace su propia modificación en una búsqueda a ciegas de prestigio social. Los casos anteriores son de ultracorrección por morfología. Otro ejemplo: en el IMSS y en general en instituciones mexicanas de salud se suele decir «habla con la jefe de enfermeras», no dicen ‘jefa’ porque consideran que esta palabra se puede prestar a una interpretación impropia, aunque México es el único lugar donde ‘jefa’ es sinónimo de ‘madre’, por lo que la supuesta corrección termina siendo innecesaria e incluso rompiendo otra regla, que es la de concordancia por género. Es decir; si esto fuera válido, también lo sería decir «la ingeniero». Olvídenlo, también lo dicen en el IMSS con toda pompa porque creen que suena muy formal. Y como era de esperarse, el programa Word me lo marca como una inconsistencia gramatical ahora que lo ejemplifico.
Abundando un poco más en eso de ‘picante’ por ‘chile’. Reflexionemos que el fonema /ʧ/ se encuentra presente en palabras que por consenso son vulgares en México, aunque esto puede variar según la región. Sustantivos: chile (con connotación fálica), panocha, chingada, chinga, chaqueta. Verbos: chingar, clochar. Adjetivos: chingado, pinche, chingón, chaqueto. Interjecciones: chingá, chingada madre, chin, chale.
El repertorio es amplio. Como lo dije antes, palabras como chile, chaqueta, churro o pinche; salvo por ésta última, solo son procaces en contextos específicos, pero eso es suficiente como para igualmente ser dejadas fuera y sustituidas sistemáticamente por versiones que terminan sonando poco naturales o forzadas. Regresando al puesto de elotes, una de las señoras pidió el suyo de la siguiente manera: «Joven, póngame picante del que no pica, por favor».
La lengua está en constante movimiento y evolución. Como hemos visto a partir de los ejemplos, la ultracorrección no está necesariamente motivada por el desconocimiento, al menos no en su totalidad. Opera también el factor de los universales lingüísticos, criterio bajo el cual incluso se clasifica a las lenguas de manera ciertamente arbitraria con base en su morfología. Y aunque no hay un verdadero sustento científico para tal clasificación, persiste la idea de que el inglés es para los negocios, el francés para la poesía, el italiano para cantar y el alemán para dar órdenes. Tal vez debemos seguir buscando una identidad para el español, aunque tampoco con demasiado ahínco. Quizá sea mejor no ajustarnos a ciertas clasificaciones ociosas.
Y bien, he querido exponer este tema alejándome lo más posible de una perspectiva alarmista acusando un supuesto “deterioro de la lengua”. Si bien la ultracorrección es un universal lingüístico en sí misma, los parámetros bajo los cuales se manifiesta van a cambiar, pero a fin de cuentas se va a seguir suscitando. No hay un estado óptimo de la lengua. Y yo, que humildemente tengo un cierto conocimiento sobre las reglas gramaticales, no emprenderé una cruzada en contra del “mal uso del español”.
Lo que yo recomiendo es hacer uso de los manuales o de los recursos tecnológicos para resolver nuestras dudas y aprender a apreciar todos los fenómenos curiosos de la lengua que nunca dejaremos de encontrarnos. Y por supuesto que ese conocimiento no debe ir encaminado a crear élites ilustradas, sino a ser compartido con toda la comunidad de manera horizontal.
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