Se calcula que más del 90 por ciento de las actuales huertas son producto de los cambios de uso de suelo inducidos por dichos incendios forestales.
Por: Pablo Alarcón-Cháires
Regeneración, 03 de mayo 2016.- Se quema el estado de Michoacán. No es únicamente el retorno a la zozobra de los vehículos y comercios incendiados por el crimen organizado que, como medida de presión y negociación, sigue sembrando incertidumbre en la entidad.
También están los incendios forestales particularmente en las áreas templadas, las que resultan idóneas para la instalación de huertas aguacateras. Fue el perverso e intencionado connato de incendio del Cerro de la Cruz (475 hectáreas siniestradas y colindante a la ciudad de Uruapan), el que una vez más enciende las luces de alarma en torno a la expansión de la producción aguacatera (y de las inmobiliarias), a costa de las masas forestales de pino. Nada nuevo en Michoacán. Se calcula que más del 90 por ciento de las actuales huertas son producto de los cambios de uso de suelo inducidos por dichos incendios forestales.
El drama de ver la transformación del paisaje de nuestros bosques por el fuego hacia huertas aguacateras u otro uso, lo observamos actualmente en el Cerro del Águila y el del Punhuato, cercanos a Morelia; en el Cerro de la Nieve, en Acuitzio; en el Cerro del Tecolote, en Zacapu; o en diferentes parajes del oriente michoacano.
No hay autoridad alguna que pueda hacer frente a esta situación. El sueño del General Lázaro Cárdenas de hacer de Michoacán una de las mayores reservas forestales de la nación se viene evaporando desde hace décadas. Así, en los últimos años, la producción de aguacate ha llevado a la pérdida de casi la mitad de los bosques templados michoacanos. Actualmente, la producción de aguacate ocupa alrededor del 13 por ciento del territorio estatal (780,000 hectáreas) y sigue en franca expansión.
El requerimiento de agua de esta fruta es otro problema que se hace visible con la lucha de ejidos y comunidades contra los emporios aguacateros. Los aguacates maduros con altura de 6 metros requieren de 2,300 a 4,200 litros de agua, según la estación del año. Los árboles jóvenes con una altura de, por ejemplo, 1,2 metros, requieren de 75 a 150 litros de agua y hasta 190 durante los meses más cálidos. Es por ello que manantiales que en otro momento permitían la dotación de este líquido vital a las familias campesinas, ahora escasea dado que preferentemente surten la demanda de las citadas huertas. El bello Lago de Zirahuén está cada vez más flanqueado por el aguacate; su agua está siendo sustraída y canalizada a las huertas de los montes cercanos.
La producción de aguacate trae otros problemas. La lógica globalizadora a partir del aguacate ha mermado el cultivo nacional estratégico por excelencia: el maíz. En la región, la producción de dicho fruto ha aumentado más de 10 veces en los últimos años a expensas de ese grano. Se está sacrificando la autosuficiencia alimentaria por un cultivo de exportación que satisface la demanda externa, pero cuya derrama económica, desde un punto de vista social, no justifica la pérdida de la riqueza natural y cultural michoacana.
El boom del “oro verde” (como se llama al aguacate), ha sido promesa de campaña e impulsado por algunas universidades en las que se trabaja el mejoramiento de este fruto para que pueda franquear la barrera climática y, de ser posible, sembrarlo hasta la punta del propio cerro del Tancítaro, el más alto de Michoacán.
La parte agraria también está siendo afectada a grado tal que, en la Meseta Purépecha, tierras comunales están pasando a manos de aguacateros generando con ello formas de tenencia de la tierra cercanas al latifundio. Por si fuera poco, el lavado de dinero mediante la producción de aguacate es una posibilidad latente.
Urge entonces tomar medidas al respecto. Algunas opciones deberían considerar la reconversión a bosque de aquellas huertas surgidas de 30 años a la fecha bajo el esquema de incendio-cambio de uso de suelo. Se hace necesario igualmente replantear las sanciones (más severas) y las competencias de vigilancia forestal, para que los Estados tengan la posibilidad de actuar directamente. Se debe priorizar la utilización de agua para consumo humano y se debe garantizar que los beneficios de la producción aguacatera tengan una distribución más equitativa y no que lleven al profundizar las diferencias sociales entre los pobres y ricos.