Desde el 10 de octubre, la consigna #TodosSomosAyotzinapa sustituyó a la de #TodosSomosPolitécnico y se expandió por todo el país.
Regeneración, 19 de diciembre de 2014.- El jueves 26 de septiembre eran 8 mil los estudiantes y profesores reunidos en la “Plaza Roja” del Instituto Politécnico Nacional para demandarle a la directora general Yoloxóchitl Bustamante la derogación del nuevo reglamento y los cambios al plan de estudios. La autoridad minimizó lo que se estaba gestando y provocó señalando que habían “agentes externos” entre los movilizados.
La noche de ese mismo día, en el municipio de Iguala, Guerrero, los camiones que transportaban a un grupo de decenas de estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa fue atacado. Seis personas murieron, varios resultaron heridos y 43 normalistas de entre 20 y 23 años desaparecieron desde entonces. El suceso fue minimizado por los medios nacionales durante los dos primeros días.
Cuatro días después, el martes 30 de septiembre, más de 50 mil estudiantes que marcharon desde el casco de Santo Tomás al Angel de la Independencia y a la Secretaría de Gobernación para entablar una mesa de diálogo a Miguel Angel Osorio Chong. Más de 30 escuelas decretaron el paro en la segunda institución de educación media y superior pública más grande del país. Se sumaron los contingentes de la UNAM, la UAM, la UACM y otras escuelas.
El clamor de la mayoría de los manifestantes sobre Avenida Reforma fue inconfundible: pidieron a gritos, festivos y con consignas poco agraciadas la salida de la doctora Bustamante que se enredó entre la grilla interna, su insensibilidad y su poca capacidad de interlocución con los propios estudiantes.
En aquella primera gran marcha de los últimos meses que se gestaron en la Ciudad de México, apenas se mencionó la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa. Sin embargo, algunos contingentes, especialmente los de Chapingo, alertaron que algo había sucedido en el estado de Guerrero.
Se formó la Asamblea General de Politécnicos (AGP), integrada con la representación de cada una de las 44 escuelas que forman parte del Politécnico, la institución fundada por el general Lázaro Cárdenas hace casi siete décadas para formar a los técnicos que sostuvieran la industria petrolera recién expropiada.
El gigante dormido de los movimientos estudiantiles despertó en esos días. Los símbolos se unieron: en vísperas del 2 de octubre, días después de la muerte de Raúl Alvarez Garín, el estratega y representante del Politécnico en el Consejo Nacional de Huelga del movimiento del 68, los estudiantes del IPN y de la UNAM unieron sus esfuerzos para demostrar que están vivos, actuantes y no aceptan la imposición de un modelo que no los tome en cuenta.
La gestación de otro movimiento, de origen estudiantil y normalista, pronto rebasó con mucho mayor impacto lo que estaba sucediendo en el Politécnico. Desde el 10 de octubre, la consigna #TodosSomosAyotzinapa sustituyó a la de #TodosSomosPolitécnico y se expandió por todo el país.
La tragedia de los normalistas de Guerrero se transformó en el otro rostro de los movimientos estudiantiles recientes: la irrupción de cientos de miles de jóvenes que trascendieron las demandas eminentemente universitarias o escolares para cimbrar la agenda nacional. La demanda de justicia, de respuesta del Estado mexicano y de la aparición de los 43 desaparecidos se transformó en un punto de inflexión para el gobierno federal y para los propios partidos políticos.
La disidencia y la protesta de los jóvenes persiguen al peñismo y al priismo. No son los mismos jóvenes ni las mismas demandas del 68 diazordacista ni del #YoSoy132 del 2012, pero sí comparten el mismo ímpetu crítico contra el gobierno federal y contra los intentos de censura o tergiversación de los medios, en especial, de Televisa.
Muchos de los jóvenes menores de 20 años que marcharon desde aquel 30 de septiembre son los nietos del movimiento del 68, e interactúan con igual eficacia en las redes sociales y el ciberespacio que como hicieron los jóvenes del #YoSoy132.
La diferencia sustancial es que en su radicalización han logrado lo que pocos movimientos estudiantiles consiguieron con anterioridad: en el caso del Politécnico protagonizaron durante más de dos meses un diálogo inédito que conducirá a una reforma profunda de la segunda institución pública; y en el caso de Ayotzinapa, difícilmente se irán a sus casas ante el giro autoritario de los últimos mensajes del gobierno federal.
Los espacios vacíos se llenan. Ayotzinapa y el IPN generaron una inesperada empatía generacional, social, ciudadana, nacional e internacional, ante la necesidad de darle a esa “generación invisible” una oportunidad para definir su propio futuro.
Millones de jóvenes se han rebelado para dejar de ser Ninis, mano de obra precarizada o carne de cañón del crimen organizado. Dejaron su condición de telezombies y ocuparon la plaza pública a través de las redes sociales y de las plazas púbicas.
A pesar de la tragedia, de la violencia de núcleos minoritarios y provocadores, las movilizaciones de Ayotzinapa son también el germen de una nueva oportunidad para formar ciudadanos involucrados en los problemas nacionales.
Esos jóvenes, en su gran mayoría estudiantes, han acaparado la atención en horas de desgracias, matanzas y desgobierno. Pueden convertir una larga noche en un amanecer distinto para quienes pensábamos que en este país “no pasaba nada”.
(Por Homozapping)