Comer, beber y evacuar en el espacio exterior, problemas de astronautas

Una gran aventura llena de técnicas para resolver lo más sencillo de la vida cotidiana de todo ser humano. Las más embarazosas y divertidas situaciones se viven en el espacio

Regeneración, 16 de julio de 2019. 2 semanas podía pasar los astronautas encerrados en un cubículo del tamaño de un coche pequeño  sin poder moverse de ahí. No había posibilidad de comer, ni moverse a dormir, ni para solventar necesidades. Problemas del espacio exterior.

Las cosas sin embargo han mejorado, la comida ya no es pasta entubada, se dispone de una diversidad de alimenticios seleccionados.

Toda la comida a bordo iba en forma deshidratada y envasada al vacío, explica El País.

Todos los platos iban en bolsas de plástico provistas de una boquilla donde ajustar el caño de una pistola dispensadora de agua.

A bordo del Apolo no se embarcaba agua potable, se generaba algo parecido que era el resultado de «las pilas de combustible en las que se generaba electricidad haciendo reaccionar hidrógeno y oxígeno.»

Parecía agua destilada pero lleno de burbujas de gas.

Los astronautas sufrieron problemas de gases en el estómago durante todo el viaje.

Más adelante se encontró una solución, mediante unos catalizadores de plata y paladio que absorbían los gases con bastante eficacia.

Preparar e ingerir la comida era una tarea relativamente rápida; evacuarla era extremadamente difícil

Evacuación

Todos los astronautas, sin excepción, odiaban el sistema de eliminación de residuos, en especial, los sólidos.

Ir de vientre en ingravidez podía suponer tres cuartos de hora de preparaciones:

abrir el culote del mono de vuelo, seleccionar una bolsa de plástico adhesiva, adaptarla a las nalgas y utilizarla confiando en que hubiese quedado bien sujeta, cosa que no siempre sucedía.

Es famoso el momento en que  los tripulantes del Apolo 10, quienes mientras «sobrevolaban la cara oculta descubrieron una masa flotante de inconfundible aspecto.»

«Tras una breve inspección ocular ninguno de los tres aceptó su paternidad.

Aparte de la repugnancia que provocaba, un residuo así resultaba peligroso porque podía acabar pegado en el panel de mandos o escabullirse en cualquier rincón de los equipos de la nave.»

Una vez utilizada, los astronautas debían echar una pastilla germicida en cada bolsa de heces y amasar bien su contenido.

El paquete se guardaba en un cajón hermético, en la confianza de que su contenido no fermentase y produjese gases que podían reventarlo.

Si esto sucedía, el compartimento disponía de un sencillo sistema de alarma:

una válvula que se abría al superar la presión cierto límite y esparcía el olor por toda la cabina.

Los problemas del manejo de la orina era más simple.

Una manguera provista de un adaptador intercambiable para cada astronauta.

El líquido se expulsaba directamente al exterior a través de una válvula y un tubo de descarga.

Como en el espacio la orina podía congelarse y obstruir la tobera de salida, esta iba calefactada.

Y para garantizar un buen flujo del calor, estaba recubierta con el mejor conductor disponible: una fina capa de oro.

Otro peligro muy real eran los vómitos.

Aproximadamente la mitad de los astronautas sufrían náuseas y mareos durante sus primeras horas en el espacio, con los restos de su última comida flotando en el interior del estómago.

Las arcadas podían sobrevenir de repente. La cosa podía ser grave puesto que durante el lanzamiento y fases iniciales del vuelo, era obligatorio llevar puesto el casco “de pecera”.

La ingravidez puede jugar otras malas pasadas. Problemas con el sudor, por ejemplo.

En ausencia de peso, se acumula sobre la piel, sin llegar a evaporarse del todo.

Durante el programa Gemini, varios astronautas tuvieron que hacer grandes esfuerzos para evolucionar por el espacio, lo que resultó en arritmias, estrés e intensa sudoración.

En el caso de Eugene Cernan, copiloto del Gemini 9, el sudor se acumuló en los ojos y empañó el visor de tal forma que hubo de regresar al interior de la nave a tientas.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2019/07/08/ciencia/1562602478_777458.html