En Estados Unidos se ha alcanzado un grado asombroso de este tipo de censura. «Los guardianes de la moral han sido siempre promotores de la censura», comenta el periodista Juan Soto Ivars
David Romero | RT
«Estamos acostumbrados a sufrir la censura de Estado o de partido o de Iglesia, pero la corrección política es difusa, no sabemos de dónde viene. La corrección política es extraordinariamente peligrosa». La frase es de Dario Villanueva, director de la Real Academia de la Lengua Española, y resume perfectamente la percepción de un nuevo tipo de censura, una censura propia de nuestra época; una época que teóricamente se caracteriza por su espíritu abierto, progresista, tolerante con la diversidad y defensor de la libertad de expresión.
Sin embargo, cualquier persona cuyo discurso esté expuesto al público, acaba percibiendo -cuando no directamente sufriendo- las consecuencias de lo que podríamos llamar «censura de la corrección política», y sintiendo que la libertad de expresión es un bonito concepto que esconde una realidad compleja y llena de espinas.
Cuando el humor se vuelve un asunto serio
«Cada tiempo tiene su censura, por llamarla de alguna manera, o su moral imperante -indica en este sentido Paco Alcazar, un popular humorista gráfico español-. Nuestros padres sufrieron la católica y a nosotros nos toca la corrección política, que es muy parecida. Sólo cambian algunas cosas, pero si lo analizas, es una manera de controlar la forma de actuar y expresarse de la gente, y meter a la gente en un mismo carril. El que va en contra ya sabe que tendrá problemas».
Los numerosos casos de tuiteros que han sufrido penosos procesos judiciales o desastrosas consecuencias profesionales por una broma no tolerada confirman sus palabras. Pero ni siquiera hace falta señalar esta realidad, o otras más extremas, como el brutal asesinato de los dibujantes de Charlie Hebdo que se atrevieron a hacer caricaturas de Mahoma. Basta con captar el ambiente represivo que algunos humoristas, periodistas, escritores o comunicadores en general llevan años señalando.
En Estados Unidos se ha alcanzado un grado asombroso en este tipo de censura, tal como demuestra el hecho, triste y sorprendente, de que muchos humoristas, entre ellos algunos tan famosos como Jerry Seinfeld, Chris Rock o Larry the Cable Guy, han tenido que dejar de actuar en lo que desde siempre ha sido uno de sus escenarios clásicos y más propicios, los campus universitarios, ante las crecientes protestas e incluso manifestaciones de colectivos de toda índole cada vez que un chiste era entendido como una falta de respeto. «Podríamos tener la tentación de pensar que este fenómeno afecta a gente inculta o con poca capacidad intelectual, incapaces de discernir la broma del insulto, de reflexionar a través del humor, pero es fenómeno global, que afecta a muchos colectivos con alta formación académica», comentaba al respecto el bloguero Javier Ruiz de Arcaute en un artículo para la revista GQ, titulado, precisamente, ‘Dictadura de corrección política’.
«Los guardianes de la moral han sido siempre promotores de la censura -comenta el periodista Juan Soto Ivars, en un excelente y descriptivo ensayo al respecto-. Ellos contribuyen a que vivamos en ‘una sociedad censora’ (…). En otros tiempos, la guadaña pertenecía al clero. Sin embargo, el desarrollo de la sociedad capitalista nos ha dado muchas más opciones donde volcar el fanatismo».
«Negro», «moro», «enano», «viejo» y otras palabras tabú
«Si el humor es un campo de batalla, las palabras son obuses. En los últimos años, colectivos de lo más variopinto han confeccionado listas de términos ofensivos para que el resto de los hablantes dejen de emplearlos. Como si el celofán léxico hiciera desaparecer las injusticias y discriminaciones», explica Soto Ivars.
Porque el problema con la corrección política va mucho más allá del humor: no sólo se ejerce un control sobre aquello de lo que nos reímos o burlamos, sino sobre qué palabras elegimos para nombrar las cosas incluso cuando hablamos totalmente en serio.
Javier Marías, destacado escritor y columnista español, es uno de las personas que con más amargura y frecuencia se ha quejado al respecto. En su libro ‘Harán de mi un criminal’, escribe: «El espíritu mojigato-policial que domina a tantos contemporáneos impuso una verdadera censura del habla (…). No se debe decir negro, sino afroamericano o subsahariano; ni moro, sino magrebí; ni oriental, sino asiático; ni ciego, sino invidente; ni homosexual (no digamos marica), sino gay; ni minusválido, ni aún menos tullido, sino discapacitado; ni gordo, sino con sobrepeso; ni niños, sino niños-y-niñas (…) ni viejos, sino de la tercera edad o mayores…».
Tal como señala Soto Ivars en el mencionado ensayo. «El problema es que la alergia a las expresiones está convirtiendo en insultos palabras que no lo eran». Y cita -no por casualidad, sino porque ambos comparten la misma preocupación- al propio Javier Marías: «Decir de alguien que es negro equivale para mí a decir que es rubio, pelirrojo o con pecas. No voy a utilizar en mi vida eufemismos absurdos como ‘subsahariano’ o ‘afroamericano’. Los verdaderos racistas son quienes emplean estos términos. Son ellos los que ven algo malo o negativo en emplear ‘negro’. Yo no».
¿Será esta la función de la corrección política: esconder con palabras correctas realidades indeseables como el racismo o cualquier otro tipo de discriminación? ¿O realmente aspira a un lenguaje totalmente inclusivo que no discrimine ni menosprecie a nadie y -más dificil todavia- a un humor que sea al mismo tiempo inofensivo e igualmente divertido? Con todo, la pregunta más importante al respecto podría ser: ¿tenemos tanta libertad de expresión como creemos en el siglo XXI? o tal vez ¿estamos dispuestos a aceptar la libertad de expresión con todas sus consecuencias? Por lo que hemos visto, el debate sigue abierto y más caliente que nunca.