Hizo alquimia con las palabras, reveló a partir de lo cotidiano otras dimensiones de lo real, revolucionó órdenes cronológicos y espaciales, y lo más sensacional es que nos hizo partícipes imprescindibles de su juego
Por Madeleine Sautié | Granma
26 de agosto, 2014.-Hizo alquimia con las palabras, reveló a partir de lo cotidiano otras dimensiones de lo real, revolucionó órdenes cronológicos y espaciales, y lo más sensacional es que nos hizo partícipes imprescindibles de su juego.
Por ese azar que en su opinión obraba mejor que la mismísima lógica, le tocó nacer y morir en Europa (Bruselas, 26 de agosto de 1914-París,12 de febrero de 1984), pero Julio Cortázar es fibra viva del tronco cultural latinoamericano y, como tal, una de las más relevantes figuras de toda la literatura de habla hispana, en la que dejó una obra descomunal.
Con su lectura nos involucramos en una búsqueda irrenunciable de la autenticidad y del sentido profundo de la vida, salimos de nuestro punto de vista convencional para descubrir el misterio que está ahí sin revelársenos aun ante nuestros ojos.
Por su volumen y por su naturaleza la obra cortazariana, incluyendo obviamente la poesía, es interminable. Cultivador por excelencia del relato fantástico, fundió con especial capacidad en uno solo los mundos de la imaginación y de lo cotidiano, de lo cual es ejemplo antológico su cuento Casa tomada.
Su imaginación seductora se expande en las Historias de cronopios y famas, donde nos hace cómplices de las singulares actitudes frente a la vida de “esos seres desordenados y tibios”. Pero indiscutiblemente la nota más alta de la propuesta innovadora de Cortázar es su novela Rayuela con su inédita invitación a que participemos como coautores, leyéndola según indica su tablero de dirección.
Y junto a ese legado literario está el compromiso social, en cuya cristalización tuvo mucho que ver su primer viaje a Cuba. “La Revolución cubana me mostró entonces el gran vacío político que había en mí”, confesó. Aquí mantuvo estrechos lazos con la Casa de las Américas, institución de cuyo espíritu fue permanente forjador desde que en 1963 participó como jurado de su Premio Literario.
A partir de entonces, sin abandonar su terreno lúdico y fantástico, manifiesta también ese activismo en obras como la novela Libro de Manuel o Nicaragua tan violentamente dulce, donde reúne textos escritos a lo largo de su aproximación con le revolución sandinista. Formó parte del Tribunal Russell II que juzgó y denunció las violaciones a los derechos humanos de diversas dictaduras latinoamericanas.
Ese compromiso expreso hace que el régimen de facto de su Argentina tomada lo colocara en sus listas negras, y Cortázar pasó de ser un emigrado voluntario a un exiliado.
Pero si una herencia revolucionaria nos dejó el eterno cronopio trotamundos, es que su Rayuela encontró siempre en los jóvenes a sus más fervientes lectores. Por eso hoy, erguido en sus primeros cien años, los invita renovado a la inefable magia de degustar la palabra.