Regeneración. Agosto 2, 2014.- El mundo del coleccionismo abarca todo tipo de objetos dispares. Políticos romanos coleccionaban antigüedades griegas (incluso falsas). Los catálogos de casas de subastas de tiempos modernos exponen de todo, desde pinturas de artistas renombrados mundialmente hasta medias que pertenecieron alguna vez al duque de Windsor. Mercados de pulgas rebosan de entusiastas a la caza de tarjetas telefónicas, postales, calcomanías, llaves, botellas de Coca-Cola, navajas de afeitar, diplomas… Y así sin parar.
Es obvio que este tipo de coleccionismo raya en manía. Coleccionar libros viejos, sin embargo, es una búsqueda totalmente defendible, ya sea porque los codiciados objetos sean obras raras y costosas del siglo XV o primeras ediciones del siglo XX. Además, hay un género en la edición conocido como «libros sobre libros», que, en efecto, es otra forma de coleccionar libros: compilarlos, compararlos y darles sentido.
En el siglo XIX, los expertos más prominentes en el género de libros sobre libros eran franceses: uno piensa, por ejemplo, en el bibliófilo Charles Nodier, quien, como director de la Biblioteca Nacional de Francia, influyó enormemente sobre algunos de los escritores más notables de su tiempo. Pero, desde el siglo XX, el género de libros sobre libros floreció en mayor medida en países de habla inglesa. Por supuesto, muchísimos libros hablan de otros libros, como ocurre con historias de literatura, pero el género de libros sobre libros se dedica sobre todo a la historia y la colección de libros. Incluye también algunos ejemplos mucho más específicos, como estudios sobre las dedicatorias y prefacios en libros antiguos.
¿Por qué todo este interés en coleccionar libros, en una época en que todo parece indicar que los medios de comunicación muestran una impaciencia insaciable por citar a cualquiera que argumente que el libro impreso está en extinción, próximo a ser desplazado completamente por libros electrónicos?
Una respuesta es: porque tan pronto como un objeto empieza a desaparecer del mercado, la gente se obsesiona por coleccionar los ejemplares sobrevivientes.
Sin embargo, esto no puede ser toda la explicación, ya que los coleccionistas de libros florecieron mucho antes de que llegaran los libros electrónicos y la gente empezara a pronosticar la desaparición de la palabra impresa. Quizá la respuesta simplemente es que, ante un pronóstico de la extinción del libro impreso —aunque sea un pronóstico absurdamente apocalíptico—, hemos experimentado un nuevo despertar, una revitalización de nuestro amor por este mágico objeto que ha existido incluso antes que la misma imprenta. El temblor que corre por nuestra columna vertebral ante el solo pensamiento de que los libros pudieran desaparecer algún día: esto —y no otra cosa— es lo que nos impulsa a escribir sobre ellos, a obsesionarnos con ellos, a coleccionarlos. Ellos estaban aquí mucho antes que usted o yo; ojalá vivan más que todos nosotros.
Umberto Eco, L’Espresso, 2013.
Joya bibliográfica: El Príncipe Feliz y otros cuentos de Oscar Wilde, ilustrado por Walter Crane y Jacomb Hood, fue publicado por primera vez en 1888, en la editorial David Nutt de Londres. Ciento veinticinco años después, Libros del Zorro Rojo recuperó y reeditó la obra, con traducción de Julio Gómez de la Serna.