Por: Jenaro Villamil |Homozapping
En 2014 se debe concretar la licitación de, por lo menos, dos cadenas de televisión abierta, en señal digital, al que se comprometió el gobierno federal, el Congreso y el nuevo organismo regulador, el Instituto Federal de Telecomunicaciones.
Desde el 9 de marzo están disponibles las bases de licitación en el portal del organismo. Se calcula que hay alrededor de 10 grupos mediáticos interesados, incluyendo al poderoso Grupo Carso, de Slim, y a los consorcios dirigidos por Olegario Vázquez Raña (Imagen-Excélsior), Rogerio Azcárraga (Grupo Fórmula), Francisco Aguirre (Grupo Radio Centro), Juan Francisco Ealy Ortiz (El Universal) y otros de menor dimensión.
Ingenuamente, se cree que con dos cadenas nacionales se podrá acotar el enorme poder e influencia que tienen Televisa y TV Azteca sobre la población y la clase política mexicana. De entrada, se calcula que pueden quedarse ambas con 14 por ciento de un mercado dominado en un 99 por ciento hasta ahora por el duopolio. Si le apuestan a nichos de audiencia especializada pueden lograr esta hazaña.
El gran riesgo no es que mejore la televisión sino que se agudicen los vicios, trampas y la degradación de contenidos bajo un modelo que privilegia lo comercial sobre lo creativo, el rating por encima de la especialización de las audiencias, la docilidad política hacia el gobierno para obtener enormes privilegios y recursos públicos.
Veamos por qué más cadenas de televisión no garantizan una mejor pantalla.
Desde hace 21 años no hay una licitación de cadenas de televisión en México. En 1993, Carlos Salinas concretó la privatización del Instituto Mexicano de Televisión (Imevisión) que tenía bajo su control las dos cadenas que se formaron con los canales 13 y 7. Se le licitó a un empresario mueblero y de electrodomésticos, Ricardo Salinas Pliego, que en dos décadas se transformó en el cuarto hombre más rico de México (9 mil millones de dólares) con un grupo de radiodifusión y de telecomunicaciones que le ha servido lo mismo para chantajear, obtener favores que multiplicar su fortuna y diversificarla hacia instituciones financieras, de seguridad y hasta medio ambiental.
TV Azteca sólo compitió brevemente con Televisa entre los años 95 y 2000 en los tres géneros que mayor rating generan en las audiencias mexicanas: telenovelas, deportes y espectáculos musicales de concurso (realitys). Desde el asalto al cerro del Chiquihuite para apropiarse de Canal 40, el decretazo del gobierno de Vicente Fox (2002) y la Ley Televisa (2006), TV Azteca y Televisa consolidaron su papel como duopolio. Entre 2006 y 2012 fortalecieron su alianza para impedir cualquier otro competidor, como se vio en el caso de Telesur-Saba, Slim, o cualquier otro competidor. Simularon competencia cuando, en realidad, llegaron a un arreglo para repartirse la distribución, producción y venta de publicidad y contenidos, para frenar cualquier cambio jurídico que afecte sus intereses y desde el 2011 para unirse en un pacto monopólico en contra del Grupo Carso (Telmex-Telcel) y de la competencia en televisión restringida (MVS-Dish).
TV Azteca imitó a Televisa, pero en una versión más degradada, no mejorada, de su modelo de contenidos. Copiaron la filosofía de una “televisión para jodidos” (apotegma de Emilio Azcárraga Milmo) e hicieron una televisión cada vez más jodida. A nivel político, ambas se han convertido en televisoras presidencialistas, es decir, dóciles al presidente de la República en turno, a cambio de servir como voceros del gobierno y obtener múltiples beneficios. No son leales más que a sus intereses y saben cómo secuestrar a políticos, empresarios y jueces para tenerlos de su lado.
La mejor descripción del esquema duopólico está en el documento emitido por el IFETEL el 20 de diciembre de 2013, en el acuerdo publicado en el Diario Oficial de la Federación para dar a conocer el programa de licitación y adjudicación de las señales de televisión disponibles:
“Actualmente, este mercado registra un alto nivel de concentración, ya que Grupo Televisa (GTV) y Televisión Azteca (TVA) en su conjunto concentra, directa o indirectamente, 95 por ciento de las concesiones, 96 por ciento de la audiencia y 99 por ciento de los ingresos por publicidad, asociados con la televisión abierta comercial…
“Estos niveles de concentración se ven acentuados por la presencia de grandes barreras a la entrada. Entre estas barreras destacan los altos requerimientos de inversión para que un nuevo agente pueda contar con contenidos audiovisuales transmitidos por las estaciones de televisión propiedad de los agentes establecidos, misma que se ha visto fortalecida por la ausencia de competencia durante varias décadas. Esta situación limita las posibilidades de que un nuevo competidor pueda incrementar su participación en las preferencias de las audiencias con el consecuente impacto en ingresos por concepto de publicidad, el cual constituye la principal fuente de ingresos de las estaciones de televisión abierta comercial.
“Asimismo, existe preferencia de las audiencias sobre los contenidos audiovisuales transmitidos por las estaciones de televisión propiedad de los agentes establecidos, misma que se ha visto fortalecida por la ausencia de competencia durante varias décadas”.
El diagnóstico es muy certero, salvo que el organismo regulador no plantea un modelo distinto de televisión sino una réplica del modelo comercial –heredado de Estados Unidos-, con la diferencia de que será en tecnología digital, en lugar de la analógica, lo cual constituye otra barrera de entrada grande (menos del 20 por ciento de la población tiene acceso a la televisión digital).
El gran riesgo es que la licitación de los 246 canales disponibles en 123 puntos o plazas de transmisión (para que se formen dos cadenas de 123 frecuencias o una serie de cadenas regionales, no está claro) es que simplemente se conviertan en una réplica ya mala del duopolio existente: más telenovelas, más racismo telegénico, más telenoticieros dedicadas a ser publicistas del gobierno, más programas deportivos concentrados sólo en la industria de futbol, más programas chocarreros y talk shows y reality shows que pretenden enganchar a la audiencia con historias tremebundas.
En otras palabras, que la competencia no sea para mejorar los contenidos y plantear otro modelo de televisión sino simplemente para reproducir los vicios y las taras del duopolio Televisa-TV Azteca.
Es mentira que no exista otro modelo de televisión comercial, más que el conocido en México en los años de hegemonía de Televisa y de copia de la televisión norteamericana.
Desde el origen de la televisión en México, el poeta y ensayista Salvador Novo, encargado por el gobierno de Miguel Alemán Valdés de elaborar un informe (octubre de 1947) junto con el ingeniero Guillermo González Camarena (creador de la televisión a color en 1940), planteó que sí existen por lo menos dos modelos distintos.
Novo describió el modelo británico (BBC como monopolio público no sometido a intereses comerciales) y el modelo de Estados Unidos (industria de explotación comercial).
“La diferencia –escribió Novo- y la absoluta incompatibilidad entre ambos sistemas podrían entenderse mejo si, al reflexionar que radio y televisión atañen y alcanzan persuasivamente a todas las capas de la sociedad, consideramos que ésta teóricamente asume la forma de una pirámide.
“Apoderarse de esta pirámide es la meta de radio y televisión… Pero los fines que se sirven mediante tal apoderamiento son –como los métodos- radicalmente diferente. Al comerciante le importaría fundamentalmente llegar con sus programas a la base más ancha, que es la que garantiza el máximo de compradores…La medida del éxito de un sistema comercial de radio o televisión, en consecuencia, es la del número de oyentes que conquista.
“En cambio –sentenció Novo- la responsabilidad del monopolio no es para los comerciantes”.
El gobierno mexicano optó por un monopolio comercial hipermercantil y sumamente sumiso al poder gubernamental. Un mezcla de lo peor del monopolio al estilo soviético con la comercialización al estilo norteamericano.
Eso fue hace más de sesenta y cinco años. ¿Qué tipo de modelo y de contenidos queremos para la televisión en México? ¿Vamos a seguir privilegiando sólo el poder del rating o el poder de audiencias especializadas, segmentadas y que reclaman variedad y calidad? ¿Vamos hacia modelos de televisión presidencialistas, más pendientes de quedar bien con el gobierno que con la propia audiencia? ¿Vamos a tener más Laura Bozzos, más Rosa de Guadalupe y más infomerciales disfrazados de información de todos los gobernadores que se convertirán en clientes potenciales de este fraude telegénico e informativo? ¿Se van a incorporar las lecciones y aprendizajes de una televisión más libre que se transmite vía internet y a través de audiencias que autogeneran sus contenidos (modelo streaming) o seguiremos con el carísimo e inviable modelo de broadcasting?
Estas son las preguntas pendientes que no están resueltas en el proceso de licitación de las dos nuevas cadenas de televisión.
Les corresponde al Congreso y al organismo regulador IFETEL convocar a una reflexión seria sobre estas preguntas.
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