El poeta Hugo Gutiérrez Vega, entonces embajador mexicano en Grecia, con su hija
Javier Aranda Luna | La Jornada
Regeneración, 30 de septiembre de 2015. Se fue el poeta con su casa de humo, con sus versos sobre las personas pequeñas y que huía del canon de lo grandilocuente. El poeta viajero que llevó el pasillo con macetas de su abuela a todas partes. El poeta de travesías imposibles de seguir porque sus viajes eran viajes interiores y su Grecia era sólo suya con diosas de la antigüedad y putas de todos los días. Se fue el poeta a quien la vida derramó su cornucopia sobre sus zapatos; el poeta de un auto, dos trajes, 10 pañuelos y que podía comprarse corbatas nuevas y vivir en un modestísimo departamento de Copilco.
Entrevistar a Hugo Gutiérrez Vega para la televisión era una tarea casi imposible. Tan reducidos eran los espacios de su departamento que había que mover sillas, mesas y valerse únicamente del equipo indispensable. Pero cómo cambiaba el espacio cuando llegaba el poeta. Las paredes se expandían con una carta de Alberti, con la dedicatoria de un libro de Monsi, su amigo, su cómplice de tantos años.
–¿Cuándo se conocieron?
–Aunque suene imposible, en un concurso de oratoria. Los dos éramos muy jóvenes.
Añade que Carlos era comunista y yo presidente del Consejo Juvenil del PAN.
–Un milagro.
–Un milagro muy fructífero para mí.
Una de las ramas más excéntricas de la poesía mexicana contemporánea la impulsó Renato Leduc. Con viejas formas inauguró nuevos caminos para la sensibilidad poética: ¿Quién no insinuó a su prima con violetas / u otra flor, esperanzas tan concretas/ cual dormir una noche entre sus tetas? Pareciera que Leduc se acerca a los grandes temas para demolerlos a carcajadas o desgranar su profundidad desde la cotidianidad de las cosas. Sólo así entiendo su Prometeo sifilítico y esa reflexión sobre el tiempo que se hizo canción y devoró al poeta.
Hugo Gutiérrez Vega viene de esa tradición donde los poetas se expresan con las palabras de todos los días y donde el humor fija imágenes: ‘Yo seguiré representando mi farsa/ Quédate en la tribuna aquilina/ y que una trompeta ronca/ te despida del planeta./ Desde la fosa común te saludaré con mi corbata./ Hasta tu mausoleo llegaran mis proyectiles:/ pasteles de crema,/ helados de frambuesa”.
Para Monsiváis Gutiérrez Vega fue un romántico y un irónico demoledor de dogmas y pretensiones. Renuncia al despliegue de los recursos heredados del saber neoclásico… y de la tradición rápidamente determinada por la obra del grupo Contemporáneos.
El alimento del poeta es la vida de todos los días. Su música, la que se escucha en la calle. De allí su tono de confianza intimista que lo mismo da para ironizar sobre el paso de los días que para burlarse de sí mismo. Yo nací en un mundo tan solemne,/ tan lleno de conmemoraciones cívicas,/estatuas,/ vidas de héroes y santos,/ poetas de altísimas metáforas/ y oradores locales,/ en la ciudad que tiene siempre puesta/ la máscara de jade y de turquesa/ y como ahí nací/ debería callarme el hocico/ y pintar solamente en los retretes.
Como puede verse en su poesía reunida en Peregrinaciones 1965-2001, Hugo Gutiérrez Vega refrendó de manera constante su compromiso de hablar claro, digamos sin repostería literaria, del milagro que se encuentra en la vida menuda. Lo sorprende un haz de luz, una luna en Salamanca, una película, un cómic, un gato, la vida de una puta, un ajetreo de pájaros en una rama de pirul.
Durante las exequias del poeta Hugo Gutiérrez Vega (1934-2015), esta fotografía estuvo colgada en la pared tras el féretro; luego, la familia se tomó una selfie rodeando la foto y el ataúd; en esa imagen, el entonces embajador en Grecia y su hija Mónica, fallecida hace algunos años, posan frente a un antro griego: The Cat.
Y esa constancia de vida fijada en los poemas es la voz de la tribu porque, escribe Gutiérrez Vega, mis palabras son tuyas y de todos./ Lo único que hace la poesía es cantar lo que a todos pertenece.
La labor del poeta entonces es contar y cantar, dejar constancia de lo vivido. Pero lejos del tono heroico (muchos escriben para levantar el pedestal que los hará visibles dentro de mil años) el poeta se vale del humor y de la ironía para elaborar su bitácora.
El autor de Una estación en Amorgós no sólo huye de los aspavientos literarios; también huye, como ha escrito Monsiváis, de los temas consagrados. Véanse si no los Poemas para el perro de la carnicería o la ya famosa Oda a Borola Tacuche de Burrón, de la que tomo estas líneas: Esta ciudad desparramada y rota tiene en usted, Borola, la cumbre de la risa exasperada; los chorromillonarios (veo a Cristeta, Boba Licona y al sofocado Pierre) evitan que el encomio boroliano se vista de colores maniqueos.
Para Gutiérrez Vega no hay tema intratable. Y el aguijón de su ironía fustiga con frecuencia, como he dicho, al propio poeta: …perdón por este balar en primera persona.
El pasado 30 de julio visité a Hugo Gutiérrez Vega por última vez en su pequeño departamento. Lo acompañaba su inseparable Lucinda, su compañera de tantos viajes y de la vida. El poeta me repitió entonces cuánto extrañaba a su amigo Carlos Monsiváis, sus análisis del día a día, sus lecturas extravagantes, su devoción por La Biblia del oso, que no es otra que la de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, dos perseguidos políticos si somos exactos, y que se la había inoculado por su sonoridad del siglo de oro.
Le pregunté que si seguía pensando que el lenguaje del poeta, siendo un lenguaje de poder, era un lenguaje político y me repitió lo que me había dicho tiempo atrás: que el lado opuesto del lenguaje del poeta era el lenguaje del político. Ambos son poderosos por sus consecuencias, pero uno nos acerca a la vida y el otro, por lo general, nos aparta de ella.
–¿Por qué escribir entonces en un mundo donde la política todo lo permea?
–Por necios o atolondrados o porque en el balance final el poeta cree, como Camus, que existen en el hombre más motivos de compasión que de odio.
Se fue el poeta con su casa de humo, el escritor trashumante de los viajes interiores y las travesías por el mundo. El poeta del decir sencillo que nos acercó, a veces con el estilete de la ironía, al misterio de las cosas. Dejó lugares, personas amadas, sillas hospitalarias, las tazas del café de la mañana y tal vez gran parte de su corazón se quedó en esta isla de condominios donde lo conocimos.
Estas son las últimas líneas de Antes de partir: “Esposa, amiga, amante de siempre, tú la más fuerte de esta casa de humo, señala el rumbo. Yo apenas puedo hacer los movimientos necesarios para alejarnos. Nos sostienen los días aquí pasados, las cosas descubiertas en las amanecidas o bajo la luz de la luna, de todos los veranos, y este amor asido al ‘árbol de la esperanza’”.