Regeneración, 19 de noviembre del 2015.-El cambio climático está aquí, no es una promesa alarmista ni un escenario a futuro. Sequías, aumentos en la temperatura del planeta, intensificación de fenómenos meteorológicos como huracanes e inundaciones son prueba de ello. El deshielo de los glaciares es además una amenaza latente para la vida humana asentada en las costas de todo el mundo, como el hambre y los procesos de desertificación.
Actividades humanas como la ganadería y la agricultura industrial, la extracción y utilización de combustibles fósiles como petróleo, gas y carbono, y el transporte, son algunas de las principales causas de este calentamiento a nivel global. Ante esto, existe desde hace varios años una iniciativa internacional que busca mitigar o frenar el desastre climático que se avecina. La COP (Conferencia de las Partes) de las Naciones Unidas. El objetivo principal de estas conferencias anuales es desde hace varios años lograr reducir los niveles de emisión de gases de efecto invernadero en un 5%, un plazo que permitiría a los ecosistemas adaptarse naturalmente al cambio climático y así asegurar la producción de alimentos al tiempo que mitigar la gravedad de un sinnúmero de desastres naturales.
Estas reducciones necesitan ser aplicadas principalmente por países como Estados Unidos y China, que han ocupado los primeros lugares como emisores de gases contaminantes debido a su modelo de producción y consumo industrial. Este compromiso internacional pudo haberse ceñido a una estrategia coordinada de acuerdo al instrumento vinculante llamado Protocolo de Kyoto, pero Estados Unidos nunca lo firmó.
En las próximas semanas se llevará a cabo en Paris la edición número 21 de esta Conferencia de las Partes. La comunidad internacional, instituciones, organizaciones, colectivos, e individuos preocupados por el medio ambiente mantienen sus ojos puestos en este evento anual. Sin embargo en esta ocasión el tema ya no implica la reducción de las emisiones de gases ni los compromisos vinculantes urgentes que la comunidad internacional necesita adoptar.
Esta vez la Conferencia se limitará a tratar un plan “B” que aplicará medidas no problemáticas para los emisores de gases. Es decir, los principales países contaminantes no tendrán que re acomodar sus modelos de desarrollo ni de producción. Las empresas y sus intereses, de la mano de los gobiernos, no se verán afectadas ni modificarán sus ritmos ni modos de trabajo. Esta vez se propone solamente crear una serie de medidas voluntarias: que cada país haga lo que quiera con tal de continuar simulando una preocupación real por los efectos que el sistema económico de desarrollo capitalista tiene en las vidas de tantas personas.
Las medidas tibias que se plantearán llevan el nombre de CPDN “Contribuciones previstas y determinadas a nivel nacional”, aunque bien podían haberse llamado ACED, “Atole con el dedo”. Se trata de soluciones sin compromisos vinculantes ni supervisión internacional. Con estas medidas, los países con producciones más altas de gases de efecto invernadero no van a reducir sus emisiones. Solamente van a realizar acciones de compensación, como los bonos de carbono (compra del derecho a no reducir emisiones ) técnicas de captura y almacenamiento de carbono (geoingenería de costo muy alto) y con un impulso a la bioenergía, conocida por tener impactos nocivos en los ecosistemas.
Estas medidas paliativas, de compensación, próximas a discutirse y generar acuerdos en la próxima COP21, podrían considerarse parte de una política de exterminio hacia comunidades indígenas ya que sus opciones alternativas de alto coste tecnológico compiten con iniciativas comunitarias que sí implican cambios radicales en el medio ambiente a partir de modificaciones de las actividades de subsistencia y economía de poblaciones que actúan a nivel local. Además, no limitan ni buscan regular a los mayores perpetradores de daño ambiental. La industria explotadora, extractora, permanecerá intacta. En este escenario es imprescindible poner atención a las posiciones de cada país con respecto a su responsabilidad histórica y las posibilidades reales y urgentes de aplicar cambios sustanciales en la forma como nos relacionamos con la tierra y la vida que sostiene.