Los partidos políticos se han enfocado en estrategias de compra y coacción del voto y es ahí donde surge el fenómeno de la frustración de la voluntad individual y colectiva. No ha habido contrapeso novedoso a esta práctica que erosiona la legitimidad de los procesos democráticos.
Por Tony Cabrera | Morena Guanajuato
Regeneración, 29 de agosto de 2014.-La voluntad es señalada por Antonio Gramsci en su máxima que dice: “para el pesimismo de la razón, el optimismo de la voluntad”. Sin duda se está refiriendo eminentemente al campo de la política, pues qué sería ésta, sino el ejercicio de las voluntades.
Incluso, la degradación de la política, es la apropiación o la represión de las voluntades. En un sentido ético, el ser voluntarioso, en un escenario adverso, en épocas de crisis por ejemplo, utiliza el campo político para incidir en el ejercicio del poder, incluso para apropiarse de él, para convertirlo en bien común.
Así, Gramsci le otorga un rol protagónico a la política como posibilidad de operar sobre la coyuntura concreta. A diferencia del determinismo histórico de la ortodoxia marxista, Gramsci considera que, si bien existen condicionamientos históricos, es la voluntad política la que transforma la realidad. Bajo esta perspectiva, la finalidad del partido político es entonces la construcción de una voluntad colectiva.
En términos reales, el campo de la política mexicana parece estar cada vez más alejado de esa precisa voluntad colectiva, entre otras cosas, como resultado de la grave crisis de legitimidad del sistema político que trasciende en el sistema electoral e incluso genera peligrosas muestras de rechazo al sistema democrático.
Pero lo más grave del asunto es que la reproducción de prácticas tradicionales no encuentra su contrapeso en novedosos mecanismos para la participación y representación ciudadana.
Por el contrario, los partidos políticos se han enfocado en perfeccionar estrategias de compra y coacción del voto; o estrategias de manipulación mediática. Es aquí donde surge el fenómeno de la frustración de la voluntad individual y colectiva, pues la compra de un voto no sólo es comprar la voluntad de un ciudadano, visto de esta forma en el campo político- electoral, sino que también significa la sustracción de la voluntad de un ser humano, situación que sin duda entra en el terreno de la ética.
Por lo mismo esto no solamente constituye un delito electoral, sino que al mismo tiempo tiene implicaciones ontológicas, es decir, del ser y de su relación con sus circunstancias. Es por eso que este asunto debe ser tratado en su justa dimensión, porque hablamos entonces de una vileza política electoral, pero también una bajeza en los términos éticos y morales.
Andrés Manuel López Obrador lo ha puesto sobre la mesa en sus múltiples discursos, cargados de filosofía política, ya sea de manera consciente o inconsciente, pues al citar a personajes como el francés Jean-Jacques Rousseau cuando dice, “que no haya hombre tan poderoso que pueda comprar la voluntad de otro hombre, pero que tampoco haya un hombre tan miserable que se vea en la necesidad de vender su voluntad”, está haciendo una crítica de la relación del poder con la mercantilización de la voluntad ciudadana, de quienes aprovechan la condición de suma necesidad que provoca la creciente pobreza.
El hecho de que un pobre en condiciones de miseria esté renuente a ejercer su voluntad política, aunque sea mínima la participación en solo la jornada electoral, por cuestiones culturales o de nulas expectativas del sistema político electoral, se contrapone con el ominoso hecho de quien promueve sustraer la voluntad con dinero.
Es decir, la serie de implicaciones que esto conlleva, no solo se estacionan en el hecho de que en una contienda electoral haya un ganador y un perdedor, sino que esta serie de prácticas no contribuyen al fortalecimiento y legitimidad del sistema democrático, pero lo más grave aún es que pueden construir una barrera que bloquee el desarrollo de las potencialidades y la autodeterminación que una sociedad requiere para salir del atraso, en eso que Gramsci llamó voluntad colectiva.
Y es que la política social, económica, educativa y demás, sólo responden a los intereses ajenos a la voluntad colectiva. Es por eso que el eslogan donde se manifiesta “por el bien de todos, primero los pobres”, no debe ser visto con ligereza demagógica, pues entraña un vitalismo ontológico, es decir, el pobre frente a la vida, frente a las condiciones u oportunidades que le permitirán no sólo subsistir, sino vivir bien.
La pobreza constituye la realidad más apremiante respecto de la cual debemos discutir los problemas económicos, sociales, políticos y demás, en vez de reproducir prácticas que perpetúen el clientelismo y distorsionen aún más el combate a la pobreza, con programas de parafernalia como “la cruzada contra el hambre”.
En ese mismo sentido, “el clientelismo es una práctica social ampliamente conocida y comentada en el escenario político electoral, incorporada formal e informalmente al sistema político. Entendiendo tradicionalmente el intercambio de bienes y servicios, favores o tratos privilegiados, por apoyo político y, en especifico, por votos en una elección, se reconoce también como un fenómeno social y jurídico mucho más complejo, multidimensional, que forma parte de un imaginario colectivo y simbólico, que genera relaciones sociales y, en muchas ocasiones, vínculos de interés, reciprocidad, lealtad, confianza y subordinación, con cierta estabilidad y permanencia; “cadenas de clientelismo” que si bien representan formas de organización y acción política, sumadas a otras prácticas como la corrupción y el patronazgo, que inciden directamente sobre la distribución de bienes y cargos públicos, generan relaciones marcadamente desiguales o asimétricas que constituyen comportamientos parasitarios que poco a poco erosionan la legitimidad de los procesos y gobiernos democráticos”.[1]
Lo anterior ocurre de manera formal en el ámbito electoral con la denominada propaganda utilitaria, de tal suerte que este mecanismo constituye un incentivo a favor del clientelismo y además también constituye un factor de desequilibrio en la contienda electoral, pues hay dinero público, privado y hasta ilegal, utilizado en campañas para la compra y distribución de este tipo de propaganda.
Está demás decir qué medida y capacidad económica tienen las diferentes fuerzas políticas para llevar a cabo este mecanismo, pues el claro ejemplo reciente fue la campaña electoral de 2012.
De esta forma debemos entender que estos no son los mecanismos que favorecen a la creación de una plena ciudadanía, ni mucho menos ejercitan los derechos y obligaciones de la misma. Por el contrario, generan un clientelismo crónico y formal, que genera también el deber de ser atacado, aniquilado.
La más reciente reforma político electoral, no toca en lo mínimo éste sensible tema, aunque sus apologistas presentan la reforma como un avance en la equidad de las contiendas.
¿Qué diferencia existe entre las dádivas en especie (despensas, gorras, utensilios de cocina, etcétera) con la entrega de dinero en efectivo a cambio del voto? Ésta ultima si constituye un delito electoral.
Al respecto también se tiene que decir que hasta el último proceso electoral los mecanismos de supervisión y fiscalización no impidieron la compra del voto, veremos que ocurre ahora con la reforma político electoral.
Pero sobre todo creemos que el tema debe ser analizado mas allá de la esfera electoral, pues sus implicaciones son más profundas y peligrosas cuando recordamos planteamientos como el de Antonio Gramsci que recuerda la necesidad de fortalecer una voluntad colectiva.