Por Ramón Cuéllar Márquez
Estos días han sido de reflexión, de balance, de revisión de la historia, pero sobre todo de la toma conciencia y de postura frente al pasado, ese donde en medio milenio se construyó una narrativa oficial de los “vencedores” que siempre benefició la imagen del español y la del criollo americano: la del blanco sobre el indio. Así nos enseñaron que la “Conquista” se hizo después de la caída de Tenochtitlan con tan solo un puñado de soldados hispanos, que en realidad eran filibusteros, aventureros que buscaban el oro a cualquier precio.
La verdad fue que un levantamiento de otros grupos indígenas, enemigos de los mexicas, aliados al grupo de Hernán Cortés, en especial los tlaxcaltecas, texcocanos y huejotzingas, lograron derrocar al imperio azteca, y que al final solo favoreció a los españoles, que traicionando a sus aliados, establecieron una colonia que duraría 300 años. No obstante, a lo largo de esos tres siglos, los levantamientos indígenas continuaron, pues las masacres masivas de hombres, mujeres, niños y ancianos por parte de los españoles se sucedieron por décadas, disminuyendo a la población, al punto que tuvieron que sustituirla por gente esclavizada de África para que hiciera las labores que el blanco no estaba dispuesto a hacer. No fue una “conquista” instantánea, como la contaron con objetivos políticos y de control social. La resistencia indígena tiene más que ver más con la recuperación de su integridad humana a lo largo de estos 500 años de historia de sangre, sometimiento y olvido.
Eso creó en el ideario popular —entre los pobres— que “los amos” eran los blancos europeos y que por supervivencia obedecer era lo más seguro. Con ello quedó constituido el “colonizado” (los de abajo) y los “colonizadores” (los de arriba). Y así fue por 200 años después de la revolución de independencia, que al principio estuvo regido por las clases conservadoras, situación que explica, además, la llegada del imperio de Agustín de Iturbide y posteriormente la de Maximiliano, e incluso la dictadura de Antonio López de Santa Ana, dejando y desconociendo la lucha revolucionaria de Miguel Hidalgo, José María Morelos, Guadalupe Victoria y Vicente Guerrero.
Con 300 años de Colonia y 200 como país independiente se hizo la nación que hoy somos, una masa amorfa que apenas comienza a tener certidumbre sobre lo sucedido y de lo que nos falta para fortalecer los principios humanos de la dignidad. O sea, la «Conquista» no fue tal, que un puñado de soldados españoles derrotó a todo un ejército imperial, sino que más bien fue una rebelión indígena contra el imperio mexica, quien tenía sometida a más de media Mesoamérica. La alianza con los españoles para derrotar a los mexicas, pensando que obtendrían su «libertad», terminó por servirle a Hernán Cortés y a sus hordas. Pedro Salmerón dice que la rebelión indígena no acabó con la caída de Tenochtitlan, sino que se extendería a lo largo de la Colonia, lo cual demuestra que el discurso de «conquista» instantánea siempre fue falsa. Hoy las palabras tienen peso: cambiar “noche triste” por “noche victoriosa” hace una gran diferencia, por ejemplo. Hasta algo de justicia poética hay en ello.
Conmemorar esos 500 años trajo simpatías nacionales y rechazo del conservadurismo mexicano, en especial del partido Vox español, que aplaudió que Cortés hubiera masacrado a toda una cultura porque “nos trajeron la civilización y la religión”, omitiendo quizá que por esas mismas épocas Europa vivía la persecución, las torturas más crueles, las masacres más absurdas y las quemas públicas de personas vivas. Lo asombroso —o tal vez no tanto— de esa declaración de Vox fue que los grupos de derecha mexicanos replicaron la nota y coincidieron con ellos.
Hay mucho que revisar todavía. Tiene que ver no solo con nuestra historia pasada, sino con la más reciente, que urge un nuevo tratamiento social de las relaciones humanas y que tiene que ver con la autoestima nacional, la moralización de la vida pública y la ética como eje rector del Estado mexicano, que no debe estar supeditado a grupos de interés económico, sino al de la mayoría del pueblo de México. Una nueva sociedad segura de sí misma producirá gobiernos más justos y equitativos.
Balandra: La poesía es el mensaje, no el poeta.
Ramón Cuéllar Márquez. Nació en La Paz, B.C.S., en 1966. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Actualmente se desempeña como locutor, productor y guionista en Radio UABCS. Ha publicado los libros de poesía: La prohibición del santo, Los cadáveres siguen allí, Observaciones y apuntes para desnudar la materia y Los poemas son para jugar; las novelas Volverá el silencio, Los cuerpos e Indagación a los cocodrilos; de cuentos Los círculos, y de ensayos, De varia estirpe.