Por Miguel Martín Felipe
RegeneraciónMx.- En 1871 se publicaba una interesante novela corta de espíritu cervantino llamada Navidad en las montañas. El autor, Ignacio Manuel Altamirano, hacía en ella uso de un popular recurso: dotar al protagonista de características propias de sí mismo. Así pues, uno de los dos personajes principales es un militar anticlerical, liberal y reformista.
Este capitán del ejército juarista, para su sorpresa, en un poblado enclavado en la sierra, logra conocer al párroco local, quien dista mucho de los estereotipos a los que su formación lo predisponía.
El sacerdote del poblado en cuestión (cuyo nombre y ubicación nunca son revelados) había montado poco menos que una utopía social con base en la igualdad y la ayuda mutua, utilizando como bandera la austeridad y la empatía, y siempre anteponiendo el beneficio de los más necesitados al propio. Para mayor desconcierto del capitán, este párroco era conocido como “el hermano cura”, por lo que se derrumbaba la concepción del clérigo como figura prominente y merecedora de toda reverencia y prebendas solo por ostentar dicho cargo.
Situados ahora en el contexto histórico actual, es evidente que Andrés Manuel López Obrador está cambiando el paradigma del presidencialismo autoritario de manera intencionada y no sin levantar ámpula en algunos sectores. Aunque no lo parezca, la base del pensamiento obradorista no abreva solo en la tradicional lucha de izquierda basada en el conflicto social inherente a la época moderna, tampoco en la masonería, cuestión que ha escandalizado a ultraderechistas como el abogado Mario Gallardo Mendiolea, cuando el presidente incluye la proclama «¡Viva la fraternidad universal!» en el grito de independencia.
Hubo el 1 de diciembre de 2018 un suceso clave que fue señalado desde un principio con dedo flamígero por parte del conservadurismo y que, a día de hoy, sigue motivando apocalípticas notas en la prensa más reaccionaria, en las que se acusa a AMLO de “practicar la brujería”.
Después de recibir la banda presidencial en el Congreso de la Unión, AMLO convocó a una reunión masiva en el zócalo de la Ciudad de México, en la cual, aparte de agradecer el voto popular que le dio el triunfo, detalló todos los puntos en los que se centraría su gobierno.
Pero lo que hizo a la ultraderecha poner el grito en el cielo fue la ceremonia de investidura en la que representantes de los pueblos originarios de México lo reconocieron, lo ungieron como su líder y le otorgaron el bastón de mando, por lo que, después de muchas décadas, ahora sí se puede afirmar que tenemos un presidente legítimo ante todos los mexicanos.
Y es precisamente de la cosmogonía de los pueblos originarios, desconocida por las mayorías, pero reconocida como una genuina corriente filosófica por algunos entendidos; lo que en gran parte sustenta la política de AMLO a la hora de gobernar. Podemos hablar de la filosofía del Anáhuac, aunque en realidad esta concepción del cosmos se extiende a todos los pueblos originarios de América, que desde la visión de los vencedores se nos ha dicho que eran tribus primitivas y sanguinarias, pero nada más lejos de la realidad.
Pongamos como ejemplo el discurso ecologista, el cual sin duda es un placebo que acompaña al neoliberalismo, toda vez que las famosas ONGs que dicen luchar por la defensa del medio ambiente, están financiadas por grandes conglomerados empresariales que convenientemente deducen impuestos al comprobar que son socialmente responsables donando dinero para ese tipo de esfuerzos, y a la vez ganando aliados que en momentos concretos les pueden devolver el favor.
La muestra más clara es la reciente campaña (fallida, por cierto) que algunas ONGs ambientalistas, de entre las cuales destaca la famosa Green Peace; emprendieron en contra del Tren Maya, y por ende contra AMLO, aduciendo agravios al medio ambiente que jamás pudieron comprobar, pero que, de manera muy efectiva, lograron colocar en los medios corporativos y en las redes sociales a través de una aparentemente costosa campaña que incluyó a celebridades de bandera ‘progre’ para darle más sabor al caldo.
Afortunadamente, fueron con toda parsimonia refutados por el gobierno, pues se demostró que el proyecto de infraestructura se diseñó y se ejecuta con extremo cuidado de no dañar flora, fauna, recursos hídricos ni tampoco patrimonio arqueológico. La campaña de greenfare fue poco a poco feneciendo hasta perderse en la bruma de la vertiginosa agenda pública.
Todo este discurso ‘verde’ es, como ya se dijo, una chapuza capitalista. Sin embargo, en la cosmogonía de los pueblos originarios de América, el respeto por el medio ambiente se daba por sentado, pues la noción de pecado no estaba dada en términos de los mandamientos judeocristianos, sino que se basaba en una interesante premisa básica: el mal consiste en cortar o revertir el equilibrado avance del cosmos, lo cual incluye no solo mancillar al prójimo, sino también al entorno, que nos provee recursos, y por ello, es vital mantenerlo funcionando correctamente para que no sobrevenga la escasez.
De esta manera, los bosques, los ríos, la fauna susceptible de caza y en general todo lo que rodeaba a los antiguos pobladores de América, era utilizado y tratado de manera sabia y respetuosa, pues en su visión del cosmos, toda entidad gozaba del mismo estatus espiritual, por lo que atentar contra cualquier entidad o elemento circundante era atentar contra uno mismo, pues primaba la concepción -muy semejante a las religiones de oriente- de que “todos somos todo”.
La carta del jefe Seattle al presidente estadounidense Franklin Pierce, escrita en 1855, constituye un poderoso manifiesto de esta cosmogonía y nos deja ver que la poética era también una tradición bastante lograda entre los pueblos originarios.
Andrés Manuel López Obrador retoma precisamente esa misma premisa y la implementa en su estilo de gobernar, al que ha denominado humanismo mexicano, en el que aspira a implantar el pensamiento colectivo como el vehículo para resarcir el agravio a la nación («solo el pueblo unido puede salvar al pueblo»).
En palabras de Alejandro Rozado, AMLO busca la utópica “horizontalización” de la sociedad, que resulta en el antídoto contra el individualismo. De manera que el llamado “mesías tropical”, venerado por muchos conversos como santón o paternal figura de culto; no pretende ser la punta de la pirámide, sino ser considerado “el hermano presidente”, mostrando el ejemplo de lucha estoica, siempre presto para ayudar al prójimo, pero también para cerrarle el paso a la mentira e impedir que su veneno se esparza.
Así pues, como sociedad politizada debemos ya ir notando que se avizora una nueva era, pero solo nuestra capacidad para seguir el ejemplo de la fraternidad y la empatía en una etapa post AMLO nos dirá si estamos preparados para lograr la utopía.
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