Por Víctor Baca
La marcha de un pueblo está en la marcha de sus humoristas.
Azorín
RegeneraciónMx.- Ahora que el monero Helguera ⎼como él mismo se definía⎼ partió hacia otras líneas y trazos de humor, por decirlo en una metáfora, resulta irónico que las reflexiones en torno a su obra y vida pretendan ser serias. Y sorprende porque el rasgo principal del gran cartonista fue precisamente lo opuesto a la seriedad: resaltar el lado ridículo e irónico de las cosas.
Toño Helguera nos dejó muy pronto, dirán algunos. Sin embargo, desde el punto de vista tanatológico, no hay artista (ni persona) que haya muerto antes o después; la gente simplemente muere. Y, en el caso del artista, su obra es la que permanecerá (o no) acompañándonos. Aristóteles pedía hacer una reflexión retrospectiva para juzgar la importancia y transcendencia de una vida.
En el caso de Helguera se cumplen ambas cosas: su obra fue trascendental porque su vida fue análoga con su modo de pensar. Dicho en otras palabras: en el “monero adoctrinador, de poses intelectuales y posturas ideológicas rancias”, como se describía él mismo en su propia cuenta de Twitter, siempre existió una íntima correlación entre el carácter ético y estético de su obra.
Recordemos que el humor en sí mismo es una categoría estética que expone una disconformidad (total o parcial) ante los hechos históricamente condicionados de un fenómeno social. Y Helguera fue, por ello, un absoluto disconforme: un ironista que, pese a todo, nunca dejó de sonreír ante la dolorosa realidad.
Toño, justo porque sufría ante los hechos que amonestaba, no fue un crítico compasivo. Su mirada, siempre irreverente, juzgó todo sin piedad. ¿O quién dijo que el humor debe ir acompañado de la piedad? Y, en ese sentido, su postura recuerda una máxima de Nietzsche: “El hombre sufre tan terriblemente en el mundo que se ha visto obligado a inventar la risa”.
Es más: sospecho que el ironista Helguera, al vernos contritos por su muerte, no hubiera resistido la tentación de lanzarnos una mordacidad. O, de plano, burlarse de nosotros. Y se comprende: la ironía jamás ha respetado cosas tan fútiles como la muerte.
Pero vayamos a otra cosa.
Los moneros son, desde hace mucho tiempo, parte fundamental de nuestra formación crítica. En México, sin ir más lejos, gracias a su influjo cotidiano (publican a diario en periódicos y revistas) hemos aprendido a disentir y a elevar nuestra voz ante las (muchas) injusticias sociales.
Proveniente de una larga tradición de caricaturistas de izquierda, a Helguera hay que situarlo entre los periodistas gráficos que nos han ayudado a ver la (dolorosa) realidad de México a través de la ironía. Pienso en Rius, Jis y Trino, Quezada, Magú, Covarrubias o Gabriel Vargas, Rafael Barajas, “El fisgón” o Helio Flores, por mencionar solo algunos de quienes construyeron ⎼y siguen construyendo⎼ una nueva visión de nuestro país, a través del humor y la ironía, del sarcasmo y la velocidad mental.
Helguera ⎼al lado de varias generaciones de caricaturistas⎼ se encargó de plantearnos una lectura perspicaz y satírica de los hechos históricos y políticos de nuestro país, pero también nos ofreció su originalísima interpretación lúdica sobre la historia cotidiana.
Tocado este punto, me pregunto qué periodista o escritor de izquierda no cedió a la tentación de escribir su lacrimoso epitafio ante la tumba del ironista que ahora nos abandona a nuestra propia risa. Sin embargo, la muerte de Helguera fue, como nos ha de ocurrir a todos, la crónica de una muerte nunca anunciada. Simplemente pasó.
Nos queda su trabajo, dirán los cursis. Y yo me pregunto si un monero, como cualquier otro ser humano, ¿acaso no vive el día a día como una flor que cada vez que la arrancas se seca y, al otro día, ha muerto? ¿No es precisamente esa provisionalidad la savia más interesante de la vida? ¿Y no es, por ende, el néctar más exquisito de los artistas, de los moneros?
¿Y por qué le gustaba tanto a Helguera exasperar y burlarse de los personajes aviesos? Jamás se lo pregunté. Y no sé si alguien lo hizo. Pero me gusta pensar que fue quizá porque compartió un adagio de Séneca: “Prefiero molestar con la verdad que complacer con adulaciones”.
Es inevitable volver a Henry Bergson, hacia su breve y hermoso tratado sobre La risa ⎼porque ahí plantea el constructo de la caricatura y los elementos de los que sirve. Pienso en las imágenes de Helguera y enseguida comprendo por qué el pensador francés aseguraba que “toda deformidad susceptible de imitación por parte de una persona bien conformada puede llegar a ser cómica.” Y también entiendo por qué el empeño del caricaturista nacido en la ciudad de México, en 1965, de querer enfrentar a los políticos y personajes ⎼con nombre y apellido⎼ frontalmente y sin eufemismos. La comicidad radica en lo descarnado como presenta al personaje y sus dichos y actos, al entorno dentro de los cuales se plantea el artista una crítica, no solo política o ideológica sino estética.
Pensar en la caricatura es pensar en el sentido del humor, pero también en la ironía, pues el dibujante requiere gracia e inteligencia en un movimiento. Desde Honoré Daumier, abuelo fundador la caricatura, hay cada vez más artistas que, desde la ironía, le hipérbole y el sarcasmo, critican la realidad. Un amigo cercano, mirando los tiempos actuales afirmaba: “los caricaturistas son como los que hacen memes, pero con técnica y talento de sobra”.
Hace ya casi doscientos años, Charles Baudelaire, el poeta de “Albatros”, apuntó: “una historia general de la caricatura en sus relaciones con todos los hechos políticos y religiosos, graves o frívolos, relativos al espíritu nacional o a la moda, y que han agitado a la humanidad, resultaría una obra gloriosa e importante”. Podríamos decir entonces que la caricatura es una aproximación democrática del sentir popular, una lectura de primera mano iba a decir, pero no, es de primera línea y Helguera lo sabía. Por eso, cada mañana, aparecía para contarnos, sin escatimar ironías, otra versión de los dichos y actos públicos. Y nos divertía.
Podríamos decir que nuestro monero estaba de acuerdo con el crítico e historiador del arte, H Gombrich, quien afirmaba que el humor gráfico nos proporciona información en tres aspectos importantísimos: el cultural, el estilístico y el sociopolítico.
Desde hace ya bastantes años, La jornada, casa del caricaturista y la revista Proceso, fueron testigos y divulgadores del talento del artista (porque los caricaturistas en su cotidiano hacer oxigenan las posturas artísticas e, incluso, rompen con las ortodoxias del llamado “arte puro”).
Fue en La Esmeralda, aquella legendaria escuela de artes del INBA, donde Helguera aprendió que la caricatura era (tenía que ser) naturalmente crítica. Pero más allá del discurso ideológico, había que ofrecerle un debate activo al sistema de vida injusto y desigual. Y ahí mismo fue donde Toño supo que solo a través del arte (combinando la ironía y el dibujo) podía expresar esa crítica con el vigor y la contundencia con la que, hasta el último día de su vida, llevó a cabo.
En paz descanse…
* Filósofo, escritor y académico, estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Es autor del poemario Lampos (Cuadrivio) y de la novela Tiempos Libres (Premio Letras Confinadas 2020). Dirigió por más de una década la revista de literatura Tierra prometida.