Pedro Ortega hace figuras de calaveras y catrinas para los altares del Día de Muertos y también construye con cartón y papel algunos retablos de estilo colonial con ángeles y santos.
Regeneración, 29 de octubre de 2017.- Pedro Ortega vive en la delegación Tláhuac y gracias a su papel picado, un adorno que no puede faltar en los altares mexicanos, ha participado en varios certámenes en el extranjero, como el Concurso Internacional de Diseñadores de Papel en Kioto, Japón.
Ortega hace figuras de calaveras y catrinas para los altares del Día de Muertos y también construye con cartón y papel algunos retablos de estilo colonial con ángeles y santos, inspirado desde su juventud en las figuras de la Catedral Metropolitana.
Las artesanías elaboradas por Pedro y las cuales hoy también crea con sus hijos Eloy, Adrián e Ismael, se han exportado a Estados Unidos, Francia y Australia, y se exhiben en tiendas y recintos de arte de México.
«El papel tiene un encanto muy especial, con el papel se pueden lograr muchos relieves, es más colorido, su textura, su sabor, su olor, sus tintes… Tiene un sonido maravilloso y el encanto de lo efímero: dura lo que una fiesta. Así como la felicidad es un momentito, el papel también es un momentito”, dijo Pedro en entrevista con Infobae.
Ortega ganó el 1992 el Premio Nacional de Arte Popular en 1992: «Nunca me lo esperé», dice.
Desde la adolescencia le llamó la atención el papel picado y la cartonería, asegura: «Me llamaba mucho la atención el movimiento de los papeles colgados que se movían con el viento y tenían un sonido muy especial: como que rezumbaban con aire fuerte y se mecían con una candencia muy bonita cuando apenas soplaba».
Además, era aficionado al dibujo y a los personajes de Walt Disney y de Rius.
«Para mis propias creaciones copiaba, recordaba cómo eran los papeles que había visto y los recortaba con las tijeras con las que mi mamá hacia sus costuras».
Ya en 1984, Ortega abrió su propio taller para promover su trabajo en la Ciudad de México.
«Incluso anduve de torero (vendedor de calle) enfrente del Palacio de Bellas Artes. Allí abría mi cajita para que los turistas me compraran».
Le hubiera gustado exponer sus obras en el Museo Nacional de Artes e Industrias Populares, pero para ello, era necesaria una acreditación del entonces Instituto Nacional Indigenista, que ya no existe, pero, Ortega tuvo suerte y conoció a la directora del Museo Universitario de Artes Populares, María Teresa Pomar, quien al ver sus creaciones en papel fino decidió promoverlo para entrar al Premio Casart de Miniaturas, donde ganó el primer lugar en 1986.
Su trabajo tuvo mucha demanda y pudo emplear a familias, amigos y vecinos, pero luego la situación empeoró y la falta de promotores hizo que recortara sus costos y bajara la producción.
Para elaborar una pieza de 37 por 48 centímetros a Pedro le basta una hora y media si el diseño es sencillo y hasta 3 cuando requiere más detalles. En el caso de los retablos, se lleva entre 15 y 20 días y a veces 3 o 4 meses.
El costo de piezas de diseño único oscila entre los 2 mil 500 y los 24 mil pesos, y las calaveras de cartón van de 350 a 400 pesos.
Ortega y su familia, son una de las cuatro que, en Tláhuac, se dedican a la elaboración del papel picado.
Gracias a una pensión de su antiguo trabajo, Pedro puede mantenerse con su familia, pero dice que la situación que enfrentan los artesanos mexicanos es deplorable.
«Sin apoyo, la gente que ha dado su sensibilidad termina viviendo en la miseria y considerada un estorbo para la sociedad».
Además, el apoyo que les brinda el Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías (Fonart) no es suficiente y los diplomas, no pasan de colgarlos en una pared.
«El diploma lo cuelgas y el dinero te lo gastas y ya”, sería importante que se promoviera el trabajo de los artesanos y se apoyaran con políticas públicas para conservar la tradición del arte popular, dice Ortega.
«El papel es efímero, pero no se perderá mientras sigan las fiestas», enfatizó Pedro.
Con información de Infobae