En esta columna, Jenaro Villamil analiza tres factores fundamentales en los que ha errado Meade y cómo está perdiendo votos.
Por Jenaro Villamil|Homozapping
Regeneración, 09 de enero de 2018.- Designado en un proceso cerrado, sin competencia alguna, sin deliberación pública y con un gabinete peñista fracturado, la precampaña de José Antonio Meade desperdició días esenciales para darse a conocer como un aspirante competitivo y, en el arranque de estos 20 días, ha cometido errores fundamentales.
Este análisis parte de la ortodoxia tradicional de la mercadotecnia político-electoral. Según los estrategas consultados, una campaña tiene tres fases importantes:
Fase 1.- Identifica y refuerza el “voto duro”, consolida su electorado fiel a través de un mensaje racional, político o ideológico que defienda la identidad del candidato y de los partidos que lo apoyan. Los medios utilizados privilegian aquellos que generan opinión pública, es decir, dirigidos al “círculo rojo”.
Fase 2.- Una vez garantizado el “voto duro”, la campaña pretende ganarse nuevos adeptos entre los indecisos o entre los adversarios. Esto se logra a partir de propuestas concretas de gobierno y de equipo. Busca ampliar la convocatoria electoral. Se utilizan los medios masivos, las redes y, sobre todo, la radio. Algunos candidatos se corren hacia el centro-izquierda, otros hacia el centro-derecha.
Fase 3.- Es la última y la más intensa: los candidatos van por el voto abstencionista, el más desconfiado. La publicidad se orienta hacia lo emocional y busca generar. El candidato se presenta como ganador y utiliza intensamente los medios masivos, los espectaculares urbanos, las redes sociales. Busca generar fuerza y certeza.
Este pequeño esquema ha sido alterado por los estrategas (si es que son varios) de la precampaña de José Antonio Meade. Si partimos de estas tres fases, han cometido tres errores fundamentales en el arranque:
1.-Meade inició su precampaña como si estuviera en la tercera fase y no en la primera. Privilegió el mensaje emocional y menospreció la argumentación política para garantizar su “voto duro”. Usó a su esposa, Juana Cuevas, y los disfraces de indígena o ciudadano común para generar “cercanía”, pero logró el efecto inverso: poca credibilidad y baja identidad.
Meade se alejó en las primeras semanas de los escenarios priistas. Sólo en los últimos actos de campaña ha acudido a las corporaciones del tricolor. Este arranque ha generado desconfianza entre los propios liderazgos y redes priistas que no se sienten identificados con el ex secretario de Hacienda.
Quizá para los estrategas del candidato priista su “voto duro” sean los egresados del ITAM y su extensa red de tecnócratas, pero formalmente no tienen logo (el PRI sí), no tienen clientelas electorales (el PRI sí) y sólo ellos saben lo que significa la “marca” Meade.
2.- El segundo error de Meade y sus asesores ha sido forzar la competencia cara-cara con el puntero de las encuestas Andrés Manuel López Obrador, ignorando que está en tercer sitio de las preferencias electorales y que antes del dirigente de Morena, debe vencer al candidato panista-frentista Ricardo Anaya.
El ex jefe de Gobierno capitalino tiene 12 años de campaña ininterrumpida. Su “voto duro” está más claro que nunca. López Obrador está en la segunda fase de la campaña: se corrió al centro-derecha para ganar el voto de sectores que siempre han desconfiado de él. López Obrador ya presentó su gabinete y sus 10 propuestas principales, mientras Meade apenas está configurando el nombre de su coalición utilizando su apellido como “marca” y su jefe de campaña, Aurelio Nuño, en lugar de aliado parece su adversario.
El desfase ha provocado que Meade hable como un candidato opositor y no como el candidato defensor de los logros de gobierno. Ataca a López Obrador como si el tabasqueño gobernara e ignora a Anaya como si éste no existiera. No defiende ni promueve los logros de la administración que le dio tres cargos en el gabinete: canciller, secretario de Desarrollo Social y titular de Hacienda.
3.- El tercer error fundamental de la campaña de Meade, es resultado de los dos anteriores: sobrevende una superioridad que no existe ni en las encuestas reales ni en los actos públicos ni en la opinión pública auténtica y no “maquillada” a través de medios comprados.
Meade no conmueve, pero sí se sobrevende. Y esto se nota de manera clara en su manejo de redes sociales. Confunde el apoyo con el “acarreo digital”. Las características fundamentales de un mensaje eficaz en redes no se cumplen: interactividad, naturalidad, hipertextualidad, inmediatez, interconexión e irreverencia.
Por el contrario, las redes de Meade se manejan de forma unilateral, planas, sin conexión racional ni emocional, solemnes (salvo el mal chista de la “bruja Zulema”) y sin ironía. No hay espontaneidad.
Lo peor de la confusión que tienen los estrategas de Meade en las redes sociales es que adelantaron y copiaron su “guerra sucia” contra López Obrador como si estuvieran en la tercera y no en la primera fase de la campaña. Además, resulta una réplica de aquella estrategia utilizada por Felipe Calderón en el 2006 (“López Obrador, un peligro para México”), vinculando al candidato de Morena con Venezuela (truco malo e improbable), con el narco (a raíz de la propuesta de la amnistía) o con la corrupción (¡cuando existen 9 ex gobernadores priistas acusados de peculado!).
Meade va por un lado, Peña Nieto por otro y Enrique Ochoa golpea sin efecto. Mientras el peñismo entra en la fase del declive, la campaña del priista se muestra más cercana al calderonismo y a Margarita Zavala que a las “reformas estructurales” exitosas.
El único recurso que les quedará, si no remontan el barco, es la fuerza y el dinero. Por mucho que compren o intimiden, los asesores de Meade olvidan que una campaña se gana en los medios, en las emociones y en las urnas. De lo contrario, sólo están adelantando la certeza del fraude electoral.