Más que casos aislados y homicidios comunes, los feminicidios son la manifestación más mortífera de la violencia de género, problema estructural que se repite en todo el territorio nacional.
Por Marisol Anzo Escobar original para CoCu Colectiva Cuerpa
Cabría imaginar un mundo en el que jamás haya habido asesinatos. En un mundo así ¿cómo serían los otros crímenes?
Elías Canetti
En los últimos años el número de feminicidios en México ha crecido exponencialmente. Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) en 2013 y 2014 se registraron, en promedio, 7 asesinatos de mujeres cada día[i].
Aunque las cifras son críticas, parecen alarmar a pocas personas, lo que se explica por dos razones: la primera es que la violencia de género está socialmente naturalizada y normalizada, por eso cuando enfrentamos alguna de sus más sutiles expresiones no la consideramos alarmante o creemos que se inscribe en el ámbito de la vida privada de las personas involucradas, en la cual no tenemos derecho a intervenir; la segunda es que debido al contexto de violencia social que existe en el país y el continente, suele difuminarse en ella y pareciera se explica por las mismas razones, lo cual es falso.
La violencia de género es un problema estructural, por ello su manifestación es constante en la vida de todas las mujeres, configura nuestra experiencia vital y la dinámica de todas nuestras relaciones, por lo que no importa la edad, la raza, la religión, la ideología o el estrato social al que se pertenezca, ninguna mujer puede decir que nunca la ha sufrido. Sin embargo, ésta se expresa de muy diversas formas y con distinto grado de intensidad, siendo el feminicidio la forma última y más grave de violencia que culmina con el arrebato de la vida.
Debido a la gravedad del problema, necesitamos pensarlo en función de las relaciones sociales que lo posibilitan, enfatizando que el contexto específico de cada mujer es determinante para aumentar o reducir las posibilidades de enfrentar una situación de violencia extrema o la muerte. Plantearlo de este modo nos permite comprender que no se trata de un asunto de orden privado sino social, que nos compele a examinar los vínculos que formamos y a poner en tela de juicio el estado de salud de la sociedad en su conjunto, ¿qué tipo de crimen se necesita para inmutarnos? ¿qué tipo de crimen se requiere para que un gobierno considere oportuna la intervención?
“El feminicidio es el asesinato de una mujer cometido por un hombre, donde se encuentran los elementos de la relación inequitativa entre los sexos: la superioridad genérica del hombre frente a la subordinación genérica de la mujer, la misoginia, el control y el sexismo[ii]”, el acto mismo en la mayoría de los casos refleja el odio y la necesidad de demostrar quién manda, por eso la exhibición de los cuerpos mutilados en espacios públicos. Pero aunque estos hechos parezcan lo suficientemente dicientes es importante considerar el marco de sentido en el que ocurren, pues en una sociedad no existen actos aislados o espontáneos, incluso los que parecen tener nula relación con una comunidad se originan en lo social, en semánticas compartidas, que pueden leerse por todas las personas que la integran.
Algunas narrativas populares del feminicidio, como son los relatos que de ellos se hacen en la nota roja, esbozan líneas discursivas que apuntan a que el asesinato es una consecuencia lógica del estilo de vida de las víctimas, insinuando que eran mujeres que salían a horas inapropiadas, frecuentaban malas amistades o tenían comportamientos indebidos como ser adictas a alguna droga o haber sido infieles a sus parejas[iii], restando responsabilidad al feminicida, sugiriendo que éste sólo respondió a una provocación. Pensar en esta lógica nos indicaría, por ejemplo, que el asesinato es una reacción normal y esperada tras un ataque de celos.
Lo cierto es que un hombre asesina a una mujer porque el sistema patriarcal le hace creer que todas las mujeres le pertenecen y por lo tanto puede y debe decidir qué hacen o no hacen con sus vidas, con sus cuerpas, etc., por lo que si en algún momento su hacer o no hacer se enfrenta con sus expectativas tiene el derecho de imponer el castigo que considere apropiado.
En los últimos años se han concretado acciones gubernamentales importantes para erradicar la violencia de género y castigar crímenes como los feminicidios, sin embargo, sigue pesando la sombra del machismo y la misoginia en todas las estructuras sociales, incluidos los gobiernos, lo que como sociedad nos conmina a visibilizar los elementos que nutren las relaciones inequitativas, como las relaciones de pareja basadas en el ideal de amor romántico, que permiten la escala de violencia que ha cobrado miles de vidas de mujeres.
También son necesarios los espacios de reflexión individual y colectiva para sensibilizarnos a un problema de tal magnitud y generar la empatía necesaria para comprender por qué es un tema que nos compete a todas y a todos e intervenir cuando veamos o vivamos una situación de violencia por pequeña que parezca.
*Marisol Anzo es una socióloga feminista en constante replanteamiento.
[i] La cifra real de mujeres víctimas de feminicidio se desconoce, esto se debe a diversos factores, entre los que destaca la imprecisión con la que son registrados muchos de los asesinatos.
[ii] Monárrez Fragoso, Julia (2006) “Las víctimas del feminicidio juarense: mercancías sexualmente fetichizadas” en Fermentum, año 16, núm. 46, mayo-agosto 2006, pp. 429-445. Venezuela: Universidad de los Andes.
[iii] Un trabajo que abunda en esta situación es “Prostitutas, infieles y drogadictas”. Juicios y prejuicios de género en la prensa sobre las víctimas de feminicidio: el caso de Guerrero, México” de Marisol Alcocer.