Por Magdalena Gómez.
Don Samuel Ruiz García, obispo de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, hasta 2000; durante 40 años de labor pastoral en esa región de los Altos, como todas y todos sabemos, promovió la formación y organización, hay que decirlo, de millares de catequistas , la evangelización en su lengua y la creación de las escuelas diocesanas de donde surgirían los tuhuneles (diáconos) indígenas. Todo ello con una profunda convicción del respeto a la cultura de esos pueblos y a los derechos humanos de sus integrantes.
La diócesis participó en 1974 en la organización del Congreso Indígena, que se celebró en San Cristóbal de Las Casas, donde se denunciaron los principales problemas y hostigamientos del Ejército en las comunidades, represión de pistoleros, finqueros y terratenientes, la carencia de acceso a salud y educación, lo que se constituyó en un antecedente del ¡ya basta! zapatista 20 años después. Tatic Samuel falleció el 24 de enero de 2011; sin embargo, la semilla que sembró en su caminar al lado de los pueblos permanece. Recordemos que el con su sencillez y modestia decía: Yo no implanté nada, fue el proceso el que me generó a mí. Yo soy el resultado de una situación, y conmigo y sin mí esta diócesis seguirá su camino.
Justamente la próxima visita a México del papa Francisco tendrá una estación de parada en San Cristóbal de Las Casas y ante la tumba del tatic Samuel Ruiz. Para los miles de indígenas que le darán la bienvenida es muy significativo el reconocimiento a una labor como la de su obispo, que vive en sus corazones, como suelen repetir. También esa visita prácticamente coincide con los 20 años de la firma de los acuerdos de San Andrés, proceso en que fue relevante la función mediadora del tatic Samuel Ruiz, por lo que es muy probable la referencia a los mismos. A partir del 1º de enero de 1994, con el alzamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), don Samuel se convirtió en uno de los principales portadores del mensaje de paz ante la urgencia de evitar una espiral de violencia. Muy relevante fue la homilía del 23 de enero de 1994, donde expresó la convicción de que lo sucedido en la región de Los Altos de Chiapas ha puesto al descubierto una realidad: la paz en nuestro país, que creíamos tan firme, mostró su fragilidad porque estaba basada en una situación de injusticia, que aún no superamos. Y manifestó su esperanza en lo que serían los Diálogos de la Catedral: Las partes beligerantes han expresado su disposición al diálogo y han puesto sus condiciones para ello. Los gobiernos federal y estatal han dado pasos para establecer mecanismos de concertación. Y continuó perfilando: Pero también es cierto que hay diferentes formas de querer la paz, y que algunas son inaceptables. Se han oído voces que parecen plantear una paz lograda mediante la supresión y el exterminio de aquellos a quienes consideran enemigos. Esa paz no es la que quiere Dios ni la que queremos nosotros. Otros plantean una paz que volviera todo a la situación anterior y que dejara todo igual, superada la que considerarían una amarga pesadilla. No es deseable volver atrás, ni es viable tampoco. Lo que queremos es una paz que posibilite avanzar hacia la construcción de un México nuevo.
También sabemos que la labor pastoral del obispo de los indígenas, como se le llegó a llamar, no fue sencilla ni exenta de conflictos y ataques de todo tipo, tanto con sectores conservadores de la Iglesia como sectores políticos de distinto nivel que arreciaron su campaña en la etapa de mediación entre el EZLN y el gobierno federal. Mediación que ejerció a través de la Comisión Nacional de Intermediación (Conai) que, tras la crisis del diálogo, decidió desintegrarse en junio de 1998. A la muerte del tatic Samuel, el EZLN mediante un mensaje del entonces subcomandante Marcos le reconoció su labor, indicando que formó toda una generación de cristianos comprometidos con esa práctica de la religión católica. No sólo se preocupó por la grave situación de miseria y marginación de los pueblos originarios de Chiapas, también trabajó junto con un heroico equipo pastoral, por mejorar esas indignas condiciones de vida y muerte. A la vez, reconoció que no fueron pocas ni superficiales las diferencias, desacuerdos y distancias con el obispo, a quien muchos responsabilizaron del alzamiento armado, pero muchos reconocieron su aporte para detener esta guerra y quien, por encima de ataques y conspiraciones eclesiales, y los cristianos como él tuvieron, tienen y tendrán un lugar especial en el moreno corazón de las comunidades indígenas zapatistas. Al tatic Samuel hay que honrarlo por su caminar con respeto a las culturas de los pueblos y por su vocación genuina por la paz, que ciertamente aún espera, pues el Estado no aceptó el desafío que implicó firmar unos acuerdos y cumplirlos, para atender las causas justas del movimiento zapatista. En cambio profundizó su agenda neoliberal.
(La Jornada)