Tonantzin-Guadalupana: de donde salimos

La Guadalupana identifica, convoca y reúne a los pueblos indígenas. Es la Tierra “nuestra madre, por eso se llama Tonantzin, o Tocenquizca Nantzin

 

Tonantzin-Guadalupana de donde salimos

 

Por Leticia Animas Vargas

Un día me encontré a una viejita de naguas y me dijo: ¿ya me vas a dar de comer otra vez? Era Tonantzin, nuestra madre la tierra, la que todos conocemos como la Guadalupana, cuenta Domingo Garrido, uno de los “que saben” y sirven de conexión entre el pueblo macehual y las deidades o xochitlacame en la junta auxiliar de Cuacuila.

Aunque muchos habitantes de la región consideran a Domingo como un “tlamatqui” (sabio), miembros de la iglesia católica le ponen mala cara cuando quiere acercarse a su templo en la comunidad, le han prohibido la entrada y la colocación de ofrendas, debido a que consideran a estos rituales como expresiones de paganismo.

Este 12 de Diciembre, fecha en la que se conmemoran las apariciones de la Tonantzin-Guadalupe ante el santo indígena Juan Diego, Domingo vistió a la virgen con un enredo negro, le puso su camisa pepenada, su quetxquémitl de una brillante tira bordada y un veteado rebozo negro. La mandó a la misa con una comadre.

Mientras la virgen era bendecida, en su casa preparó la ofrenda para la morenita y los 24 Señores Floridos o xochitlacame. A las deidades les gusta el chocolate y el pan, “eso va de a fuerzas”. Se hacen y se colocan 24 piezas de cada uno. También 24 tamales de rojo o nacatamalli; 24 platos con mole; 24 tamales de alverjón; 24 cervezas y si hay abundancia hasta 24 cocacolas y un pollo cocido. Se adorna con flores y a la imagen se le pone un xochiyugo y un xoxhimacpalli, “yo le pongo de claveles rojos y blancos, porque está más bonito y luce más”, cuenta Domingo.

Antes de poner la comida en un petate y rezar, hay que bailar los 24 sones floridos o xochisones. Da un paso a la derecha, otro a la izquierda, mientras en la mano sostiene el xochijarro con el que sahuma en cruz a los presentes. Luego limpia el ambiente regando buches de aguardiente en los cuatro puntos cardinales y coloca la ofrenda.

“Cuando ponemos las ofrendas se entabla un diálogo en el cual se piden disculpas por no hacer bien las cosas, por no esmerarse en dar gracias y por no reconocer la grandeza de lo que nos rodea”.

El joven sabio reza en un náhuatl rapidito, como si lo estuvieran correteando. Le pide al Creador del Universo que le dé fuerza, que Tonantzin-Guadalupe trabaje con los señores floridos y que puedan curar los males del cuerpo, del alma y los dolores del corazón. Que espante las envidias. Que se lleven los malos aires. Que llegue el trabajo y el dinero. Que aparezca el amor y la felicidad.

Habla de los cerros sagrados, de las cuevas que son espacios sagrados para el encuentro con las fuerzas naturales y sus guardianes y señores. Son boca y vientre de la tierra que lo mismo sirven de refugio, que de habitación. Son morada de los dioses del agua y de la muerte. Lugar de ritos de linaje y de pasaje. Son recinto funerario, observatorio astronómico y cantera.

Luego viene el convivio. Sirven los tamales de puño que le han dado fama a Cuacuila. Son de mole verde con un pedazo de carne de puerco y de adobo rojo con canela y clavo. Hay que bailar otra vez, ahora sólo 12 sones. Además de honrar a Tonantzin con el baile y la música, sirve para hacer digestión: hay que comerse la ofrenda, repartirla entre los invitados al ritual.

Esto debe tomarse como “sacramento de unidad” de los pueblos. Los indígenas recuerdan el Nican Mopohua que puede traducirse como “el inicio” o el “aquí se dice”, que narra las apariciones de Tonantzin-Guadalupe en el cerro del Tepeyac.

La Guadalupana identifica, convoca y reúne a los pueblos indígenas. Es la Tierra “nuestra madre, por eso se llama Tonantzin, o Tocenquizca Nantzin, que significa: de donde salimos. Nosotros somos tierra”, y tal vez, aventura el historiador Guillermo Garrido, el verdadero milagro de la Guadalupana sea la identidad que nos da como mexicanos.