Impresiones bárbaras

Por Hermann Bellinghausen
Son días de los raros. Suceden sin nuestro consentimiento. La pasta espesa de que están hechos se amolda al aire en fuga y desobedece a nuestros dedos. Vacíos de tono, los cielos pasan, resoplando. Formas como manchas. Escenas como bestias. Basureros de cosas. Basureros de gente. Cenizas. Con las palabras y las explicaciones literalmente en los huesos, la pasta de los días se expande como piel viscosa, densa, y nos crispa, nos provoca, nos enoja con deliberación calculada, nos ofende y qué, nos arrastra al límite de la paciencia. De que urge, urge. De que cómo, ¿cómo?

2. La barbarie intencional y eficaz no se aprende en los rastros ni en las porquerizas, sino en las escuelas de guerra. Requieren de método, know how, claridad de propósitos. Desollar a una persona viva a media calle para atroz espectáculo ante muchos más que podrían tener el mismo destino, requiere savoir faire, práctica, una disciplinada frialdad. La barbarie que padecemos corre a cargo de profesionales. Hacen falta muchas revoluciones de los claveles juntas para desactivarlos. Los profesionales de la barbarie no están dispuestos a que se acomode nada. ¿Su brazo a torcer?, si son los quebrantahuesos, la barredora de la especulación territorial que puja, vende y revende papeles, ahora mismo, en la bolsa de Londres. La avanzada del progreso (sí, Joseph Conrad, sí). Y las leyes ya fueron. Nada vale más que el oro donde lo hay; ninguna vida humana, ningún espacio sagrado, ninguna memoria común, ningún prodigio viviente, ningún cultivo de sofisticación milenaria. Se van a necesitar muchos millones de claveles frescos para detenerlos. Ellos sólo saben pisar las flores.

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3. Del dicho al hecho se nos cae el bocado. ¿O cómo era el plato? ¿De la boca al lecho?

4. ¿Cómo desactivar el cúmulo de armas que siempre apuntan contra cualquiera de nosotros? ¿Cómo entenderse con quien no quiere que entendamos, ya no digamos entenderse con nosotros, y está dispuesto a lo que sea, hasta el ridículo, para lograrlo? Nos subestiman si creen que, como no entendemos, nos vamos a aplacar. Sobre todo porque sí entendemos. Y ellos lo saben. De ahí el miedo que nos tienen, lo que nos pone en peligro. Bien repite Joao Guimaraes Rosa en Gran Sertón, veredas: vivir es muy peligroso.

5. En una leyenda antigua que me acabo de robar, estaba el cónsul de Dacia, en función de rey, pasando revista a sus caballos en la caballeriza magna cuando llegó corriendo su jefe de guardias para informar que los bárbaros se aproximaban a la provincia y que sus tropas no alcanzaron a frenar las actividades ilegales de los que cruzaron la frontera. El rey se limpió el estiércol y los pelos de crin con un trapo blanco que le extendió su criado, hizo tiempo y se encaminó a la terraza del palacio para dirigir un sentido discurso a sus súbditos, que lo escucharon arrobados en cadena nacional. Las lágrimas del rey fueron casi mejores que las verdaderas. Arengó a los dacios a defender junto con él las bondades del reino, llamó a la sociedad en su conjunto a resistir la embestida de los bárbaros y sus corrupciones. Enseguida se dirigió al templo y acordó con los supremos sacerdotes una realineación en la escala de los dioses, multiplicando las figuras del más importante para él, el dios de la Sal. Llegaron los bárbaros. Los dacios los enfrentaron valerosamente en nombre del reino y en honor a su rey. Morían sonriendo. Los bárbaros fueron implacables. Sobrevivieron los pocos dacios que libraron el cerco y corrieron hacia los Cárpatos para ocultarse. Las hordas victoriosas llegaron a las puertas del palacio, y antes de que sonaran la aldaba el rey en persona les abrió y los condujo al salón central para ofrecerles un banquete. Los esperaba. Puso a los pies de los visitantes las figuras del dios de la Sal para que los bárbaros las trituraran y con el polvo sazonaran las viandas. Dacia podía esperar. A diferencia del pueblo cándido, bien sabían sus colaboradores que el rey no era de fiar. Una vez pisoteado el dios de la Sal se decretaron nuevos dioses. El rey se erigió uno de ellos. Un dios menor, pero con fuero.

6. Según descubrimientos científicos recientes, en un planeta que no es el nuestro el plástico y la pasta sintética están en el origen de todas las cosas. La vida surgió debido a que el vacío alcanzó una concentración crítica de botellas de plástico flotando. En una fusión de basura cósmica y líquidos radiactivos la materia cobró existencia, y después la vida. Sobra decir que en dicho planeta los habitantes tienen un solo ojo, son lampiños y a manera de piel los cubre una costra verde.

7. Alguien dijo que como en el flautista de Hamelin. Pero éste no era propiamente flautista, ni allí era el Hamelin de donde son los mariachis. Los políticos de Hamelin, que no distinguían ratas de rateros en sus discursos, le quedaban a deber al flautista, y de discursos no vive el perro. No dejó recibo ni letra de cambio. Se llevó a los niños amarrados y a rastras, sin colorín ni colorado.

Fuente: La Jornada