Chapultepec: Puesta en Escena. Logros y desafíos, por Víctor Quintana

El Movimiento Estudiantil del 68 exigió en todo momento un diálogo público con el presidente Díaz Ordaz. Balas obtuvo por respuesta el 2 de octubre en Tlatelolco. Algo habrá ayudado la alternancia en el poder que ahora los ocupantes de Los Pinos no sólo no se niegan, sino proponen el diálogo cuando sienten que un movimiento está creciendo y puede desbordarlos. Así ocurrió con el movimiento El Campo No Aguanta Más, a principios de 2003. Así ocurre ahora con el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, encabezado por Javier Sicilia. El diálogo, así sea público, tiene un carácter ambivalente: por un lado, es un logro de las movilizaciones ciudadanas, por otro, es una puesta en escena que diseñan los detentadores del revertir los costos que el propio movimiento les puede representar. Para eso controlan número de participantes, tiempos, dinámica, imagen, etc.

Ciertamente no pudo evitarse que Calderón hiciera su juego escénico. Que lanzara sus frases preconstruidas para ocupar los encabezados o abriera los brazos, que no la mente, para ganar con imágenes la batalla que no ha podido ganar en ningún frente. Cambió sus formas, se vio distendido y hasta sensible. Pero volvió a levantar la ceja para sostener su guerra fracasada. Y en una frase reminiscente del informe del autoritario Díaz Ordaz luego de la masacre de Tlatelolco, asumió la responsabilidad moral de su estrategia fallida y hasta el riesgo de que se le recuerde más por las lápidas de los panteones que por su nombre en las avenidas. La puesta en escena no pudo velar ni el autoritarismo ni la cerrazón ante el clamor de una sociedad indignada.

A pesar de esto el pánico escénico no se adueñó de quienes hablaron a nombre del Movimiento. Desde el principio, Sicilia encaró a Calderón con firmeza, lo responsabilizó de los 40 mil muertos y desaparecidos de esta guerra; con certeros datos y cuestionamientos lo enfrentó con claridad norteña Norma Ledezma; así como lo atajó Julián LeBaron cuando le reclamó no insultar su inteligencia con datos falsos sobre los resultados de los operativos. Entre lágrimas como las de María Elena Herrera o entre formas suaves, como las del indígena Salvador Campadur, no se le dejó de plantear al titular del Ejecutivo el núcleo duro de la violencias que vive este país y la incidencia del gobierno en la reproducción de éstas. Por todo esto, el balance del diálogo es favorable al Movimiento encabezado por Javier Sicilia:

1) Las víctimas irrumpen en el espacio público nacional: No van a Chapultepec a plañir, van a gritarle, más que al gobierno, a la nación que su tragedia privada es catástrofe pública, que su demanda personal es emergencia nacional. Y, sin demérito alguno de sus dramas personales y familiares lo que aquí plantean son asuntos públicos, agendas que van mucho más allá de sus condiciones actuales. Exigen soluciones estructurales, no respuestas a su dolorosa coyuntura: demandan atender las raíces sociales de la violencia, sobre todo atendiendo los derechos de los jóvenes; exigen la cancelación de concesiones mineras que atropellan a las comunidades indias en su propio territorio, el derecho de ellas mismas al agua; demandan también leyes de víctimas, fiscalías especiales para feminicidios y desapariciones forzadas, etc.

2) A movilización limpia, se prosigue rompiendo el monopolio de la “esfera pública”, dominada casi totalmente por las instancias de gobierno y los partidos. Ahora llegan, y hasta la cocina, los ciudadanos y las ciudadanas, como en años pasados lo hicieron los zapatistas. No sólo empiezan a abrir la esfera de lo público, van también cambiando el lenguaje formalista de la política institucional por los códigos de la autenticidad, de la fidelidad de las palabras a los intensos dolores y a las de fidelidad a los intensos dolores a las justas exigencias.

3) Se derrumba el mito gubernamental de que “se están matando entre ellos”. Con la frase categórica de Sicilia: “no somos víctimas colaterales”, y con la elocuente presencia de las víctimas: personas honestas, madres y padres de familia, dirigentes indígenas, agricultores, amas de casa, cuyos seres queridos han sido asesinados, secuestrados, desaparecidos forzadamente, con todo eso se impone una verdad incuestionable: en esta guerra que libran gobiernos y criminales ha habido miles de víctimas inocentes. No son blancos casuales del fuego cruzado, sino objetivo directo de muchas acciones criminales y, lo más reprobable, de violaciones a sus garantías constitucionales por parte de las fuerzas del orden. Después de Chapultepec, las expresiones “se están matando entre ellos” o “víctimas colaterales” ya no caben en el vocabulario nacional.

En todo caso, lo formidable del Diálogo fue que, sin mediaciones camerales o partidarias, aquí se vieron frente a frente el México cupular, con el México roto, que se pone de pie para reconstruirse. Evento simbólico cuyo peso y cuyas repercusiones políticas no podamos aquilatar ahora en todo su valor; como no se vislumbró en su momento el enorme peso histórico del Movimiento Estudiantil del 68 o el gran impacto cívico-político de la rebelión ciudadana al día siguiente del terremoto de 1985.

Los gestos de la entrega de escapularios y rosarios y los abrazos finales son atribuibles a la mentalidad católica y no violenta de Sicilia: incluso en el más encarnizado de los adversarios se encuentra una persona humana y ha de hablarse a lo mejor de ella. Bien, pero, no ha de olvidarse que quien estaba enfrente es, al mismo tiempo, el jefe de las “instituciones podridas” que el propio Javier denunció en su discurso inicial y que dichas instituciones tienen inercias y presiones estructurales que van mucho más allá de las intenciones de las personas que las componen.

En Chapultepec, el Movimiento por la Paz tuvo logros importantes, si no en el nivel de satisfacción de sus demandas, sí al menos en cuanto a la legitimación de su postura, al fortalecimiento de su autoridad moral y a la irrupción de las víctimas en la esfera pública de este país, como sujetos de procesos sociales y políticos. Pasó airoso la prueba pero ahora tiene frente a sí desafíos importantes que le demandan saltos cualitativos en su actuar: darle seguimiento puntual a sus exigencias ante el gobierno; volver al terreno y crecer en toda la geografía del país; convocar a acciones en las que puedan participar las mayorías; darse una estructura democrática, participativa y operativa a la vez, tender puentes con nuevos sectores. Mantener la fuerza moral y simbólica y a la vez construir una fuerza social y política que no sólo exija la paz con justicia y dignidad, sino que prepare el terreno para la refundación del país, como se convocó en el Zócalo el 8 de mayo. La tarea es desproporcionada para Sicilia y su equipo; mucho menos si se logra involucrar en ella a la diversidad de actores y movimientos comprometidos en la transformación de este país.

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