Regeneración, 18 de enero de 2016.- Los seres vivientes acumulan y reproducen información. Ese es de hecho el principio rector detrás de la vida y detrás de la evolución.
Sin embargo, los humanos han inventado un nuevo método de acumular y reproducir información. Es la información digital, y está creciendo a una velocidad impresionante. El número de gente que usa el internet crece, así como la cantidad de dispositivos conectados a éste.
La información digital puede copiarse a sí misma perfectamente, aumenta en número de copias con cada descarga o visita, puede ser modificada (o mutada), o combinada para generar nuevos paquetes de información. Y puede expresarse a través de la inteligencia artificial. Estas características son similares a las de los seres vivientes. Así que probablemente deberíamos empezar a pensar en la tecnología digital como un organismo que podría evolucionar.
La información digital se replica con prácticamente un costo cero de energía y posee tiempos de generación muy rápidos. La inteligencia artificial puede vencernos en el ajedrez y en programas de juegos. Lo que es más, es más rápida que nosotros, más inteligente que nosotros en algunos ámbitos, y ya está a cargo de las actividades que son demasiado complejas para que las hagamos de manera eficiente.
Para los biólogos, esto suena a que el mundo digital podría sacarnos de la competencia, según se argumenta en un artículo publicado en Trends in Ecology and Evolution.
Crecimiento de la información
Cualquier entidad de nueva evolución puede causar trastornos para la vida en la Tierra. De hecho todas las principales transiciones evolutivas en la historia de la vida se han producido a través de los cambios en el almacenamiento y transmisión de información.
Y la revolución digital ha cambiado sin duda la forma en que la información se almacena y se transmite.
La capacidad de almacenamiento actual del internet se acerca los 1024 bytes y está creciendo a un 30 y 40% por año, sin mostrar signos de desaceleración.
En los 3.7 mil millones de años desde que comenzó la vida, la información en los seres vivos (ADN) ha alcanzado el equivalente de cerca de 1.037 bytes. La información digital llegará a este tamaño en 100 años. Lo cual es un veloz salto evolutivo.
Ganadores y perdedores
Durante cada transición evolutiva, ha habido ganadores y perdedores. Y tenemos que empezar a preguntarnos si la transición digital representa un peligro para la humanidad. Tenemos de ventaja poder hacer una retrospectiva para responder a esta pregunta.
Sabemos que cada una de las transiciones evolutivas de la tierra resultó esencialmente en la esclavitud de los viejos soportes de información. El ARN fue el portador original de la información. Cuando llegó el ADN el papel del ARN fue relegado a simplemente retransmitir mensajes a partir del ADN a la célula.
Cuando las células complejas surgieron, se subsumieron las células bacterianas simples. Estas se convirtieron en generadores de energía (mitocondrias) o paneles solares (cloroplastos), atendiendo las necesidades de los nuevos tipos de células.
La siguiente transición dio lugar a organismos con múltiples células. La mayoría de estas no pasaron la información a la siguiente generación pero existían simplemente para apoyar esas pocas células que lo hacían.
El desarrollo de los sistemas nerviosos que recopiló información desde el entorno proporciona enormes ventajas para los animales. Esta actividad alcanzó su pico en las sociedades humanas, con la transmisión de información entre las generaciones, a través de la lengua y la cultura.
Esto permitió a los seres humanos dominar el planeta, de modo que hemos incluso desencadenado una nueva era geológica: el antropoceno.
Extinciones
Entonces las lecciones de la historia evolutiva son claras. Las transiciones en la forma como la información se replica y almacena a menudo hace que los organismos existentes se extingan, puede conducir al parasitismo, o en el mejor de los casos, pueden conducir a relación mutua, cooperativa.
Líderes mundiales están advirtiendo sobre el peligro de que robots militares autónomos tomen el mundo, algo que nos recuerda el horror de ciencia ficción tipo Terminator.
Estamos cada vez más conectados al mundo digital a través de dispositivos y hay en el horizonte la posibilidad de conexiones directas con nuestros cerebros. Si fusionáramos nuestros cerebros con internet podríamos obtener nuevas capacidades sensoriales y cognitivas.
Pero también podemos perder nuestra comprensión de lo que significa “nosotros” y de lo que “es real” (The Matriz, Inception) o exponernos a parásitos digitales.
Conforme nuestras actividades y estado fisiológicos están siendo cada vez más monitoreados, rastreados y analizados, cada uno de nuestros pensamientos y acciones pueden ser predichos (George Orwell 1984 o Minority Report). Sistemas de información biológica pueden convertirse en un engranaje mucho mejor predecible en un sistema social regido digitalmente.
Sistemas de decisión y redes de inteligencia artificial imitan los cerebros humanos y coordinan nuestras actividades cotidianas. Ellos deciden sobre los anuncios de internet a los que estamos expuestos, ejecutan la mayoría de las transacciones bursátiles y ejecutan redes de energía eléctrica. También tienen un papel importante en la elección de parejas humanas a través de sitios de citas por internet.
Si bien no sentimos aún que somos aquellos seres de carne que se someten a los señores jefes, los robots, la fusión de lo seres humanos con el mundo digital ha pasado un punto de no retorno.
En términos biológicos, fusiones de este tipo entre dos organismos no relacionados se llaman simbiosis. En la naturaleza, todas las simbiosis tienen el potencial de convertirse en una relación parasitaria, donde un organismo crece mucho mejor que el otro.
Tenemos que empezar a pensar en el internet como un organismo que puede evolucionar. Ya sea que coopere o compita, es motivo de preocupación para todos.
Michael Gillings, Profesor de Evolución molecular; Darrel Kemp, Senior Lecturer en ciencias biológicas, y Martin Hilbert, profesor de comunicación, Universidad de California.
(Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.)
Fuente: I Fucking Love Science