#Opinión: El monopolio de la verdad (Parte XI)

Por Fernando Valdés Tena

Viernes 11 de mayo de 2012. En medio de abucheos y gritos de “¡Asesino!” y “Atenco no se olvida”, el muy débil candidato presidencial del PRI, Enrique Peña Nieto —quien un año antes, en plena Feria Internacional del Libro, de manera errática y haciendo el ridículo, no atinaría a recordar 3 títulos de libros que hubiera leído— tuvo que salir huyendo cobardemente por la parte trasera del campus de la Universidad Iberoamericana, tras esconderse en un baño con ayuda de su Estado Mayor y entre consignas de estudiantes que portaban máscaras de Carlos Salinas de Gortari.

Él era un producto creado, posicionado, catapultado y difundido a través de un muy efectivo plan de mercadotecnia con la marca PRI, a cargo de la poderosa Televisa, que en un ambiente social crispado y represivo, contribuiría a que este partido en declive regresara al poder después de sólo 12 años, con todo el apoyo del panista saliente Felipe Calderón (“haiga sido como haiga sido”).

Increíblemente, la empresa sería capaz de transformar en galán de telenovela a un limitado burócrata del grupo Atlacomulco, cuyas principales credenciales habían sido la subcoordinación financiera de la campaña de su tío el gobernador del Estado de México, Arturo Montiel Rojas, a quien por conveniencia, sucedería una vez impulsado vertiginosamente para el cargo.

“¡Peña, Bombón, te quiero en mi colchón !”, le gritaban histéricas las mujeres. Un script magistral cuidadosamente planeado y escrito, que ni Yolanda Vargas Dulché o Ernesto Alonso hubieran imaginado: melodrama ambientado con telón de fondo inicial en la catedral de Toluca; fastuosa boda oficiada por el Arzobispo de Chihuahua Constancio Miranda y como protagonistas el joven, apuesto, elegante y exitoso gobernador del feudo mexiquense —heredero de la “noble dinastía de los ilustres”, Carlos Hank González, Gustavo Baz Prada y Alfredo del Mazo González— y la célebre “Gaviota”, personaje del famoso culebrón del Canal de las Estrellas, “Destilando Amor”, interpretado por la actriz Angélica Rivera, seleccionada en un casting por el propio futuro cónyuge, para representar a una familia Wannabe que añoraría emular a la realeza británica que saluda desde el balcón a sus súbditos en el Palacio de Buckingham, con toda la parafernalia del caso: corbata impoluta, cabello con gel y raya perfecta, frac digno del Príncipe Carlos.

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Vestido majestuoso. Pareja del momento. Y como regalo de bodas: una casa preciosa. Blanca. De dos lotes, uno en Sierra Gorda 150 en Lomas de Chapultepec, a espaldas de Paseo de las Palmas 1325 en la CDMX. Con un valor de 86 millones de pesos, diseñada y construida al gusto de la pareja por el propietario de Grupo Higa, Juan Armando Hinojosa Cantú, amigo y contratista preferido de Peña en sus tiempos de gobernador y a cuyo nombre se encontraba en el Registro Público de la Propiedad, Transferida por Televisa Talento S.A. de C.V., a favor de Rivera el 14 de diciembre de 2010, 17 días después de la boda.

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Su difusión indignaría a una sociedad agraviada y formaría parte de una serie de factores que provocarían el derrumbe de la imagen y la ya de por sí vapuleada confianza depositada en la figura presidencial. Un ejemplo nítido de cuán dócil y sumiso puede ser un medio concesionado por el estado frente a presiones políticas. El resto es historia: Televisa fue favorecida con 380 contratos por un monto de 6 mil 178 millones 352 mil 445 pesos, de acuerdo al portal de transparencia del Gobierno Federal Compranet. Un sexenio frívolo, paradigma de la corrupción, de saqueo en el ejercicio de gobierno y en la gestión de intereses y privilegios al sector privado, en el que el conflicto de interés ni siquiera fue conflicto.

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