Galeana:
— Yo, señor General, no le traigo a usted
más contingentes que el de mi brazo y
de él puede usted disponer desde este
momento.
Morelos:
— ¿Para qué quiero más?
Regeneración. Abril 13, 2012 México.- El 25 de octubre de 1810, José María Morelos, acompañado de 25 hombres de su curato, salía de Carácuaro, Michoacán, después de haberse entrevistado con el cura Miguel Hidalgo, durante el trayecto de San Miguel Charo, cerca de Valladolid, hacia Indaparapeo. Durante la entrevista, que se llevó a cabo el 20 de octubre, Hidalgo le explicó al cura michoacano los motivos del movimiento que él acaudillaba, le extendió el nombramiento como lugarteniente, y lo comisionó para insurreccionar la costa sur de la Nueva España. Ésta sería la primera y única vez que ambos caudillos se encontrarían.
De esta forma se iniciaba la campaña militar de José María Morelos y Pavón, lucha que consolidó el movimiento insurgente que levantó el cura Hidalgo el 16 de septiembre de 1810, ya que don José María supo rodearse de personajes clave que le ayudaron, por un lado, a conformar un ejército entrenado y disciplinado con el que logró grandes victorias, y, por otro, por individuos cuyos conocimientos lo ayudaron a otorgarle al movimiento las bases legales y jurídicas que le dieron sustento.
Morelos comenzó así su recorrido por el territorio sur de la Nueva España, reclutando gente para su ejército. Al llegar a Tecpan, en el actual estado de Guerrero, conoció a un hombre que se incorporaría a su tropa, y con el que no sólo lo uniría una gran amistad, sino que, también, resultaría ser una de sus mejores adquisiciones: Hermenegildo Galeana.
Galeana había nacido en el municipio de Técpan, más tarde Técpan de Galeana, en el actual estado de Guerrero, y por aquel entonces, perteneciente a la provincia de Michoacán, el 13 de abril de 1762. La tradición cuenta que descendía de un marino inglés llamado Lucios Gallier, quien, junto con otros compatriotas, había naufragado en la Costa Grande (al norte de Acapulco) a principios del siglo XVIII. Cuando otro buque, enviado por el gobierno inglés, apareció para recoger a los náufragos, éstos se rehusaron a regresar, pues ya se habían aclimatado y establecido en estas tierras. Gallier se casó con una nativa del lugar, y sus descendientes, posteriormente, castellanizaron el apellido, cambiándolo por Galeana.
A pesar de gozar de una holgada posición económica, Hermenegildo nunca aprendió a leer ni a escribir, por lo que, desafortunadamente, no contamos con cartas o documentos a través de los cuales podamos conocer con precisión los rasgos de su personalidad, sus sentimientos, sus conflictos interiores, o el alcance y profundidad de sus ideas y conceptos. Lo que sí sabemos es que tenía un gran influjo social en toda la región de la Costa Grande, y contaba con el respeto y el afecto de la gente de la zona, gracias a su personalidad magnética, a su carácter enérgico y a su capacidad para tomar decisiones rápidas y certeras, unido todo ello a un carácter, se cuenta, en extremo generoso y bondadoso. Se dice, además, que su naturaleza sana, vigorosa y atrayente, despertaba en quienes lo rodeaban sentimientos de seguridad y confianza. Por eso, no es difícil entender que en el momento en que convocó a su gente a unirse a la causa insurgente, ellos lo siguieran sin titubear. Fueron pocos lo que tuvieron esta habilidad de suscitar entre sus subordinados actos de adhesión tan fervientes como los que supo motivar Hermenegildo Galeana entre sus aguerridas huestes surianas.
Es poco lo que conocemos acerca de su infancia y juventud. Se sabe que era hijo de José Antonio Galeana, pero el nombre de su madre, una nativa de la costa, se desconoce. De este matrimonio nacieron Hermenegildo, José Antonio, Fermín y Juana. La familia formaba parte del grupo de hacendados criollos asentados en la zona de la Costa Grande. Él vivía en la hacienda de El Zanjón, propiedad de su primo Juan José Galeana, hijo de su tío Hermenegildo, y en donde trabajó durante varios años, quizá como administrador de la misma, lo que le permitió, además, conocer muy bien todas las poblaciones de la Costa Chica y la Costa Grande de su estado natal. Se casó y quedó viudo a los 6 meses, y nunca volvió a contraer matrimonio. Hasta El Zanjón llegaron las noticias de la primera conspiración que se realizó en Valladolid en 1809 en contra del gobierno virreinal, y que, a pesar de haber sido descubierta, dejaba ya palpable el ambiente de descontento que existía entre las familias criollas, que continuamente sufrían discriminaciones por parte de los españoles peninsulares.
La familia Galeana no permaneció ajena a estos sentimientos, y al enterarse del inicio de la insurrección que dirigían el cura Miguel Hidalgo y el capitán Ignacio Allende en el Bajío, y el cura José María Morelos en el sur, se unieron inmediatamente a la causa. La ocasión para hacerlo se presentó cuando su hacienda quedó dentro de la ruta que seguía el ejército de Morelos, quien venía costeando por el Océano Pacífico con destino al puerto de Acapulco, pasando por Tecpan el 7 de noviembre de 1810, acompañado de un pequeño ejército mal armado, sin artillería ni caballería, pero disciplinado y animoso.
Desde ese momento, Hermenegildo, quien ya contaba con 48 años, y su hermano José Antonio, así como sus primos Fernando, Juan José y Antonio, y su sobrino Pablo, se pusieron a las órdenes de Morelos. La familia aportó a la precaria fuerza militar de Morelos su propio contingente de hombres y armas, además de un pequeño cañón al que llamaban El Niño, que se convirtió en la primera pieza de artillería con la que contó el ejército insurgente de esta región.
Galeana se caracterizó, desde un principio, por su capacidad de liderazgo, por su valor, arrojo y enorme talento en el combate, así como por su gran carisma. Esto, junto con el enorme prestigio del que gozaba entre los pobladores de la costa, le permitió incorporar contingentes de consideración a las fuerzas insurgentes encargadas de insurreccionar el sur. De hecho, fue él quien organizó los primeros batallones y creó el primer regimiento que se hizo famoso en el ejército de Morelos: el Regimiento de Guadalupe.
En el camino hacia Acapulco, Hermenegildo se distinguió peleando en las batallas de El Veladero (13 de noviembre), en Llano Grande y La Sabana (8 y 13 de diciembre de 1810, respectivamente), pero fue el 29 de marzo de 1811 cuando en la batalla del Campo de los Coyotes, Morelos se dio cuenta de sus dotes militares, ya que Galeana tuvo que suplir en la batalla al coronel Francisco Hernández, quien en vísperas de la acción, huyó vergonzosamente del lugar. Los soldados fueron quienes lo eligieron como jefe, logrando obtener una gran victoria.
Al ser testigo de esta demostración de valor y de las dotes de liderazgo que Galeana poseía, Morelos personalmente lo confirmó en el mando y lo nombró su lugarteniente, pidiéndole que dirigiera la vanguardia del ejército independentista. A partir de entonces, lo consideró como uno de sus más allegados subalternos, y pronto lo comisionó para buscar pertrechos y aliados. Fue así como llegó, el 17 de mayo de 1811, a la hacienda de Chichihualco (Guerrero), propiedad de la familia Bravo, en busca de recursos para las tropas. Galeana, además de armas y víveres, consiguió que la familia Bravo, conformada por Leonardo, sus tres hermanos, Miguel, Víctor y Máximo, y su hijo Nicolás, se unieran a la causa de Morelos.
El 24 de mayo de 1811, Galeana y su ejército facilitaron la entrada de Morelos a Chilpancingo, y el 15 de agosto, ya sin municiones, se enfrentaron y derrotaron a los realistas, en Tixtla, triunfando, también, en la toma de Chilapa, donde obtuvieron un botín de cañones, rifles y municiones, estableciendo su cuartel general ahí.
A estas alturas, Galeana ya había conquistado la absoluta confianza de Morelos. Nadie, hasta entonces, había cumplido con tanta decisión, valor y exactitud las órdenes recibidas, como este hombre, que se agigantaba a la sombra del caudillo de los ejércitos del sur. Esto, aunado a la serie de victorias que había logrado, llevó a que Morelos le diera a Galeana el mando de una de las tres divisiones de su ejército; las otras dos estarían dirigidas, una, por él mismo, y la otra, por Miguel Bravo. Con este cargo, Hermenegildo continuó sus victorias, ocupando Taxco, a fines de noviembre de 1811, y posteriormente, Cuernavaca y parte del Valle de México.
Simultáneamente, los insurgentes del centro del país, dirigidos por Ignacio Rayón, se trasladaron a Zitácuaro, en donde quedó establecido, en agosto de 1811, el primer órgano de gobierno independiente, la Suprema Junta Nacional Americana, cuya autoridad los insurgentes del sur no dudaron en reconocer.
Junto con Nicolás Bravo, Galeana marchó hacia Cuautla, adonde llegaron el 9 de febrero de 1812, encontrándose con el grupo de Morelos. Rodeados por las fuerzas realistas de Félix María Calleja, los insurgentes se atrincheraron en la ciudad, comenzando uno de los episodios más dramáticos de la guerra, en el que ambos ejércitos se desgastaron y nadie salió vencedor. Cuautla fue sitiada durante 72 días, sin que los realistas lograran romper el cerco. Galeana recibió la orden de proteger una zona estratégica y uno de los puntos más peligrosos, el del convento de Santo Domingo. Fue notable su participación durante el sitio, pues una de las estrategias de los realistas para derrotar a los insurgentes consistía en cortarles el suministro de agua. Galeana no sólo no dio tregua defendiendo el sitio que le había sido asignado, sino que se encargó de realizar las acciones necesarias para conseguir el agua que la población de Cuautla requería para no desfallecer. El 30 de abril, Calleja envió a Morelos, a Galeana y a Miguel Bravo un indulto, pero ellos no lo aceptaron. Finalmente, el 2 de mayo de 1812, Galeana comandó la vanguardia para romper el cerco, logrando que los insurgentes salieran secretamente. En este lugar, Galeana salvó la vida de Morelos, protegiendo su huida cuando el sitio se rompió.
El siguiente punto fue Huajuapan (Oaxaca), sitiado también por las tropas realistas. El ataque conjunto, el 23 de junio de 1812, de las tropas insurgentes al mando de Hermenegildo Galeana, Nicolás Bravo, Vicente Guerrero y Morelos llevó a una acometida tan vigorosa, que la retirada realista se convirtió en una fuga incontenible.
En agosto de 1812, los insurgentes tomaron Tehuacan. Es aquí donde Morelos tuvo que decidir a quien nombrar para sustituir a Leonardo Bravo, quien había sido su lugarteniente general y había caído prisionero de las tropas realistas. A pesar de que los méritos militares de Hermenegildo Galeana eran inigualables, tenía la enorme desventaja de no saber leer ni escribir, por lo que dicha decisión recayó en el joven abogado y cura Mariano Matamoros, a quien Morelos nombró Mariscal. A partir de este momento, Matamoros quedaba como segundo en jerarquía e importancia dentro de las tropas comandadas por Morelos, por lo que, en caso de fallecer éste o caer prisionero, Matamoros quedaría al mando. Sin embargo, el general no dejaba de reconocer la valentía, disciplina y liderazgo de Galeana, por lo que, el 12 de septiembre, también lo nombró Mariscal, “por su valor, trabajo y bellas circunstancias”. Ante tal decisión, lo único que expresó Galeana fue: “Yo no sabré escribir en un pedazo de papel, pero sé dirigir una batalla”. A partir de ese momento, él y Mariano se convirtieron en los más importantes colaboradores militares de Morelos, quien, bien diría, tenía en Matamoros a su brazo derecho, por su inteligencia y preparación, y en Hermenegildo a su brazo izquierdo, por su valor y arrojo.
El 28 de octubre de 1812, Galeana participó exitosamente en la toma de Orizaba, pero el 11 de noviembre fue derrotado, junto con Morelos, en las Cumbres de Acultzingo, estando a punto de perder la vida. Sin cejar en su empeño de conquistar ciudades para la causa insurgente, Morelos decidió dirigirse a Oaxaca, en cuya toma, el 25 de noviembre de 1812, Galeana participó dirigiendo brillantemente a sus fuerzas.
El siguiente destino fue el puerto de Acapulco, punto estratégico por ser la puerta de entrada del comercio con Oriente, Centro y Sudamérica. Desde fines de 1810, Hidalgo había ordenado a Morelos que lo tomaran, así es que, el 6 de abril de 1813 comenzó el ataque al puerto, logrando arrebatárselo a los realistas el día 12 de abril. El gobernador, Pedro Vélez, se refugió en el fuerte de San Diego, al cual Morelos y los Galeana, Hermenegildo y Pablo, le pusieron sitio durante cuatro meses. Después de ocupar la Isla de la Roqueta, punto desde el cual los realistas refugiados en el fuerte de San Diego podían obtener pertrechos, finalmente el 20 de agosto de 1813, los insurgentes lograron la rendición de Vélez.
En noviembre de ese mismo año, Galeana recibió la orden de alcanzar al grueso del ejército insurgente que se dirigía hacia Valladolid, adonde llegaron el 22 de diciembre. El ejército procedió a tomar la ciudad, pero cuando parecía que las fuerzas rebeldes obtendrían la victoria, aparecieron los ejércitos realistas al mando del brigadier Ciriaco del Llano y del coronel Agustín de Iturbide, que, aunque eran menos numerosas, estaban mejor pertrechadas y preparadas, por lo que salieron triunfantes.
Muy maltrechos y por órdenes de Morelos, los ejércitos de Galeana y Bravo se retiraron y huyeron a Puruarán, perseguidos por los realistas que no dejaron de hostilizarlos. La idea era reunirse ahí con los fuerzas de Ramón Rayón, que venían de Zitácuaro, para reorganizarse y conformar un ejército más sólido. Sin embargo, la estrella de Morelos declinaba, y a pesar de los esfuerzos de Matamoros, Galeana, Bravo y Rayón, para convencerlo de que presentar batalla en las circunstancias en las que se encontraban, sin haber reorganizado antes su ejército, era un grave error, Morelos se negó a escucharlos, así es que hubo que obedecer y combatir. La batalla del 5 de enero de 1814 en Puruarán representó para los insurgentes una de sus derrotas más dolorosas, pues no solo el desenlace fue fatal, sino que los realistas lograron capturar a Mariano Matamoros, quien, después de haber sido conducido a Pátzcuaro y posteriormente a Valladolid, fue fusilado el 3 de febrero de 1814. Enfurecido y en represalia, Morelos mandó a Galeana de regreso a Acapulco, ordenándole pasar por cuchillo a 200 soldados realistas presos.
Ante estas graves derrotas, el Congreso eligió a Juan Nepomuceno Rosains para tomar el lugar de Mariano Matamoros, imponiéndoselo a Morelos. Hermenegildo y los demás jefes lo aceptaron con disgusto, pero se sometieron a las órdenes de este hombre que, carente de experiencia militar, los condujo inevitablemente al fracaso en Chichihualco, después de lo cual Galeana manifestó a Morelos su deseo de abandonar el movimiento y regresar a la hacienda de El Zanjón.
Tanto las palabras de Morelos como las noticias del avance de los realistas disuadieron a Hermenegildo de su intento, por lo que reorganizó sus tropas, tomó el pueblo de Azayac, y partió hacia Coyuca. Sin embargo, fue en ese camino, por el puente El Salitral, donde su ejército, al ser sorprendido por las fuerzas realistas del teniente coronel Fernández de Avilés, se dispersó. Hermenegildo buscó confundirse entre sus hombres, pero fue perseguido y cayó de su caballo, quedando malherido al golpearse con la rama de un árbol. Un soldado realista, llamado Joaquín León, logró darle muerte con un disparo en el pecho, procediendo a cortarle la cabeza para entregarla al escarnio público en Coyuca. Era el 27 de junio de 1814. Fernández de Avilés no permaneció impávido ante la mofa que algunos hacían de los restos de Galeana, por lo que, con total indignación, y tras reconocer: “esta cabeza es la de un hombre valiente”, ordenó que fuese sepultada en el atrio de la Iglesia.
Al saber de su muerte, Morelos exclamó: “¡He perdido mis dos brazos!, ya no soy nada”. Se dice que el cuerpo de Galeana fue recogido por dos de sus soldados y sepultado en secreto; hasta la fecha, se ignora el lugar donde fue inhumado.
Carlos Alvear Acevedo ha descrito acertadamente a Galeana, de quien dice: “Hermenegildo sobresalió por su valor; en los combates parecía un verdadero león, su solo nombre bastaba para infundir terror entre los realistas, y pocos eran los que se resistían cuando se presentaba empuñando su espada, que manejaba como si fuera un machete”.
Pero Galeana tenía, también, esa otra faceta que lo hacía tan atractivo, pues igualmente se caracterizó por su don de gentes, por su carácter afable y por el aprecio y respeto que se le tenía en la región donde nació, por lo que, desde joven, se le conoció con el cariñoso sobrenombre de “Tata Guildo”. Facetas, ambas, difícilmente halladas en un solo hombre.
El 19 de julio de 1823, el Congreso declaró a Hermenegildo Galeana Benemérito de la Patria, pasando su nombre a la historia como el de uno de lo más valerosos hombres que participaron en la lucha por la independencia de México.
Por Luz Elena Mainero del Castillo
Investigadora del INEHRM